
Un día, el gato de Schrödinger paseaba cerca de la cerca que circunvala el granero que hay justo debajo del molino. El gato de Schrödinger se había levantado ese día en un siesnoes, con una incertidumbre que pendía sobre su cabeza como la espada de Dionisio II «¿qué será de mí?» se decía el gato de Schrödinger (Schopenhauer desconfiaría de la frase de este gato, pues no se creía mucho que los gatos pensasen a no ser que todos los gatos pensasen lo mismo desde el principio de los tiempos). Así que el gato de Schrödinger paseaba y de pronto se encontró con el perro de Pavlov, que andaba mordisqueando un hueso. «Hola, perro» y el perro de Pavlov levantó la cabeza y miró con desconfianza al gato de Schrödinger, pues no le resultaba familiar. «Hola gato» respondió a regañadientes el perro de Pavlov. Luego al rato y tras mucho mirarse comenzaron a tratarse e incluso hicieron buenas migas, pues ya lo dice el dicho, que el mucho trato hermana al perro y al gato. En realidad no acabaron hermanándose pero al menos conversaron. Hablaron del tiempo, del calor que estaba haciendo y qué diferente a los días anteriores que hizo tanto frío. De pronto, desde la torre de la iglesia, que estaba a dos kilómetros del granero, sonaron las campanas tocando a misa y el perro de Pavlov se puso a salivar, tanto que más que salivar parecía que estaba rabiando. «Oye, perro ¿por qué salivas?» y el perro de Pavlov, confundido, le respondío «quién saliva?» ante esa respuesta que más que respuesta era otra pregunta el gato de Schrödinger se quedó confundido y recordó que llevaba sobre su cabeza una incertidumbre que le corroía y que le hacía preguntarse todo el rato si estaba vivo, si estaba muerto o si las dos cosas a la vez. Miró a un lado, luego a otro y muy educadamente se despidió del perro de Pavlov, que tenía ya tanta espuma en la boca que parecía que se estaba preparando para afeitarse: «Adiós, perro, ha sido un placer». «Adiós, gato, igualmente, y recuerde ir por la sombra, que este calor es muy traicionero» le respodió el perro de Pavlov despidiéndose con la pata. Un día más sin muchos altibajos y ningún sobresalto en la vida del gato Schrödinger.
En la foto: grabado de Rufo, el perrito fotógrafo (Casariche, Sevilla, 1902 - Chamonix, 1912). Este simpático perrito nacido en una localidad sevillana se hizo pronto famoso en Europa como atracción en barracas de feria y salones de té. De su extensa obra sólo se conserva la titulada «Retrato de los pies de la familia Douillet» (1906), que se conserva en el Museo del Perro de Liége (Bélgica). En 1905 emigró a Francia y sólo volvió a su país natal para actuar en la Exposición Hispano-Francesa de 1908 (Zaragoza, 1908). En 1912 murió atropellado por un tranvía. Una biografía más completa sobre Rufo, el perro fotógrafo, puede encontrarse en el libro «Artistas que murieron atropellados por tranvías» (Asociación de Ferrocarriles Metropolitanos, Madrid, 1968).