Hoy, en la tienda, a eso de las once, entra un comprador con una mochila al hombro.
—Hola, tienes moleskines?
—¿Qué es eso?—le pregunto.
—Moleskines, moleskines ¿qué van a ser? —me responde nervioso mientras se ajusta las gafas con el dedo índice sobre el puente de la nariz.
—Ah —le digo con cierto desdén—, moleskines. Pues no, no tengo.
—¿Sabes si por aquí hay alguna tienda donde vendan moleskines?
—Pues no, lo lamento, no te puedo ayudar.
—¿Sabes? es que me voy de viaje y, bueno, es que no puedo meterme en un avión sin mi moleskine.
Le digo que no sé dónde puede encontrar moleskines, pero que por si acaso mire en la farmacia que está justo enfrente. Sale corriendo. Veo que entra en la farmacia, pregunta a Patri, Patri lo mira raro, le enseña unos parches adelgazantes, mueve la cabeza de un lado a otro. Al poco rato veo que el chico sale de la farmacia corriendo hacia la plaza.
Doce y cuarto de la mañana, entra otro comprador.
—Hola.
—Hola.
—¿Tienes moleskines?
—No tengo, no —le respondo sonriente. Qué digo sonriente, con la mejor de mis sonrisas.
—Vale, chao.
Se va, me deja con la sonrisa helada en la boca. Otro que pide moleskines. Llamo por teléfono a Fran, que es un tipo que sabe de todo.
—Dígame.
—Mé.
—Hombre, cuánto tiempo.
—Hombre, un día no más, que ayer hablamos.
—Es verdad, sí.
—Oye, Fran, que te llamo para preguntarte qué son los moleskines.
—¿Moleskines?
—Sí, moleskines.
—¿Moleskines?
—Sí, moleskines.
—¿Que no sabes qué son los moleskines?
—Para eso te llamo, tú que lo sabes todo —ya dije que Fran sabe de todo. No le preguntes por el año de la batalla de Lepanto, que eso no lo sabrá, pero luego es capaz de decirte de carrerilla la filmografía completa de Orson Welles, con los nombres y apellidos de los cámaras, los maquiladores, los ayudantes de cámara, los de vestuario, los de foto fija, todos y cada uno. Tiene una cabeza rara el Fran.
—Hombre, los moleskines son unos cuadernos que se han puesto muy de moda. Unos cuadernos, como los que tienes en la tienda, pero de marca. Hacen furor entre los pijolabas. Se los llevan de viaje y ahí pegan sus tarjetitas del metro, sus papeles de caramelos, sus fotitos... ¿Que se comen un melón? pues arrancan la pegatina del melón y la pegan en el moleskine. Y debajo escriben «Pegatina de Melón. Nos lo comimos en una terraza de Cadaqués» y cosas así. Carlos, el Tontoligo, tiene la casa llena de moleskines con cosas de esas.
—Hostia, el Carlos.
—Que sí. Estanterías llenas con moleskines de cada uno de sus viajes. Yo le vi el primero que hizo, el del viaje a Estambul y, oye, aún estaba bonito, que además de pegatinas le había hecho unos dibujitos al natural, unas señales de tráfico pintadas con rotulador, un poco de todo, y estaba bonito de ver. Pero ojo, es que ahora lo menos tiene doscientos, y cada vez que vas a su casa te los enseña. «Mira, jaja, el burrito con gorro, mira, jaja, qué buena esta foto, mira jaja, este ticket, qué supercutre» y ya es que no hay quién lo aguante. La Carma ya me ha dicho que no quiere volver a su casa, que se agobia, no te digo más, para que se agobie la Carma...
—Ah, así que eso son los moleskines... —le digo—, oye, gracias. Que te cuelgo, que entra uno.
Entra un nuevo comprador.
—Hola ¿Tienes moleskines?
—No, no tengo.
—Ay, qué puñeta.
—Tengo otros cuadernos —le indico mostrándole la estantería—, si le sirven.
—Pero no —me responde seco—, yo necesito un moleskine.
—¿Y qué tienen de especial los moleskines?
—Hombre, que son moleskines ¡Son los cuadernos que usaba Hemingway!
—Pues anda que no estarán viejos.
—¿Pero qué dice? —el tipo me mira mal, levantando tanto la nariz que hasta le veo los pelos internarinales—. Yo sólo escribo en moleskines. Los moleskines son... —y aquí adopta un tono lento y melifluo, sin tilde, moviendo las manos con los dedos hacia arriba, como si fueran dos pulpos tripa arriba a punto de morir al sol—, cómo diría yo... la inspiración del literato, el cuaderno de bitácora del viajero de las palabras..., la pizarra donde los sentimientos...
—Pues no tengo, no —le espeto cortándole la frase—, ni creo que vaya a tener.
—Está bien, adiós.
—Adiós.
El tipo se gira y se va, ofendido.
Cuatro de la tarde. Recién subo la persiana, doy la luz del interior y enciendo la registradora, entra un nuevo comprador.
—Hola, buenas tardes.
—Buenas tardes.
—Una pregunta ¿tienes cuadernos de dibujo?
—Sí, mira —le señalo la estantería de los cuadernos de dibujo.
—El chico mira arriba y abajo. Revuelve. Se agacha para buscar en la balda inferior. Se gira hacia mí.
—¿No tienes moleskines?
—No, moleskines no tengo.
—Ah...
—Pero cuadernos de dibujo tienes muchos modelos. Tienes estos de Guarro para bocetos, este otro de papel de acuarela, este para dibujo técnico.
—Ya, ya, pero no. Yo quería un moleskine.
—¿Y qué tiene de especial el moleskine ese?
—Hombre, el moleskine es el moleskine. Lo usaban Van Gogh, Matisse y hasta Picasso.
—Ah, muy bien.
—Y además tiene una gomita para cerrarlo, y un bolsillito para meter papelines... vaya, lo que viene siendo un moleskine.
—Pues no tengo no.
El chico saca de una bolsa un cuaderno viejo con las esquinas gastadas.
—Mira. Esto es un Moleskine.
Lo miro. Parece un cuaderno normal de tapas negras. Lo abre. Está todo lleno de dibujos.
—Es que ahora, oye, si dibujas y no lo haces en un moleskine, es que no te aprecian tu arte.
Miro sus dibujos y pienso para adentro que si no le aprecian su arte será porque sus dibujos son una puta mierda, estén hechos sobre un moleskine o no. El chico, como no me ve muy interesado por seguir mirando su obra, cierra el cuaderno y lo ajusta con la gomita.
Plac.
—Pues nada, chico. Mira a ver en la librería Hermanos Molina, pasada la plaza a la derecha, que igual ahí encuentras, que suelen tener cosas de esas.
—Bueno, gracias, adiós.
Adiós le digo. El chico se va en la dirección que le indico. Empiezo a pensar que no me he enterado de que en mitad de la ciudad ha caído una bomba que ha vuelto tontos a todos los compradores. Me acerco a la puerta. Veo que la gente camina como siempre; primero un pie, luego otro. Todo normal. Vuelvo al mostrador.
Entra un nuevo cliente.
—Hola.
—Hola.
—Oye ¿tienes agendas moleskine?
—No tengo no.
—¿No tienes?
—No tengo.
—Pues vaya mierda de papelería. No tener moleskines.
—Pues vale —le digo.
El tipo cierra de un portazo. Cojo una agenda Myrga, la más gorda, la que tiene hasta planos de toda Europa, bloc de notas, pequeño traductor y tabla de añadas de vinos, encuadernado en guaflex con anillas. Abro la puerta, tomo impulso y se la tiro a la cabeza, con todas mis ganas. El tipo cae, se lleva la mano a la cabeza, se levanta y sale corriendo como alma que lleva el diablo. La agenda se queda en mitad de la acera. Se ve que esa no le sirve. Que sólo es de moleskines.
Hale, pues uno menos. Éste ya no vuelve. Mejor.
jueves, 30 de octubre de 2008
domingo, 26 de octubre de 2008
El perro
El perro me dijo: «Si veo que me tienes miedo, iré a morderte». «¿Y si no te tengo miedo?», le pregunté. «Iré a morderte igual», me contestó. «Está sobrevalorado eso de que los perros mordemos cuando vemos que el otro tiene miedo. Bien, es verdad, nos gusta ver el miedo en el otro, pero no por ello nos vamos a tirar a morderle. Los perros a veces mordemos por gusto, por morder, porque nos duelen las encías, porque no nos duelen las encías. Nos gusta morder. No es plato de buen gusto encontrarte con esa persona atemorizada ante ti temblando de miedo. A veces los mordemos y otras veces no. El oficio de morder es otra cosa. Hay veces que te encuentras con ese humano que dice que no te tiene miedo, ese humano que te rasca el lomo a contrapelo, y te dices, zasca, a este humano es al que voy a morder. Y lo muerdes con gusto, no con saña, con el gusto de morderlo bien. Ahí tú y tus tonterías de "yo me llevo muy bien con los animales", pues llévate bien, pero el bocao no te lo quitas. Es casi un oficio. Hay que saber morder bien. Morder y aguantar como un buen perro mientras te golpean en el oído para que sueltes la presa. Morder por gusto, de improviso, a traición, de vuelta. Morder por morder. Un buen mordisco. Aquí estoy. Acabo de aparecer en tu vida y no me olvidarás mientras no se borre la herida. Aquí estoy. Soy el perro que te muerde sin razón aparente. No busques más razonamientos. Soy un perro».
—¿Entonces me vas a morder o no? —le pregunté.
—Hoy no, que se me ha ido toda la fuerza por la boca —me contestó—, pero que mañana no te vea rondando por aquí.
—¿Entonces me vas a morder o no? —le pregunté.
—Hoy no, que se me ha ido toda la fuerza por la boca —me contestó—, pero que mañana no te vea rondando por aquí.
sábado, 25 de octubre de 2008
Casandra, hoy se cumplirá la profecía
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—Necesito saber qué me deparará el futuro.
Casandra mira el rostro del hombre. Mira sus ojos, del color de la aguamarina, que le devuelven la mirada durante unos segundos y luego saltan hacia un punto lejano de la habitación. Mira su nariz, angulosa, estrecha y larga. Mira su bigote castaño y descuidado. Primero el lado izquierdo y luego el lado derecho. Mira su boca, con los labios apretados y nerviosos. Baja con su mirada por la mandíbula hasta la barbilla, de la barbilla hasta su cuello; de su cuello a la nuez de adán, de la nuez de adán al cuello de la camisa. El hombre lleva un traje marrón oscuro, una desgastada camisa de algodón de color beige abotonada hasta el cuello, sin corbata. Su piel es oscura, como la piel de las personas que han trabajado duramente desde niños a pleno sol. Todo el hombre es de color marrón. Tostado, oscuro, todo él parece hecho de tierra, salvo sus ojos, que son luminosos, de un azul muy claro y transparente.
—¿Ve algo? —le dice el hombre. Y Casandra baja la vista y observa su manos, que ahora reposan extendidas apoyadas sobre la mesa. Son fuertes y grandes, oscuras y nudosas, como tallas de madera.
—Encontrarás una mujer maravillosa, que llenará tu hogar de amor y te dará dos preciosos hijos.
—Perdone, pero me cuesta creerle —le dice el hombre—. ¿Sabe? la vida no ha querido que tuviera mucha suerte.
—La tendrás —le dice Casandra, mientras se retira el pelo de la cara— No hace falta que me creas. Así será.
viernes, 24 de octubre de 2008
Dormir

Bill Bryson, En las antípodas, RBA editores, Barcelona, 2006.
jueves, 23 de octubre de 2008
San Mateo y el rechinar de dientes
...mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 8,12)
...y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 13,42)
...y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 13,50)
Entonces el rey dijo a los sirvientes: «Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
(Mateo 22,13)
Le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 24,51)
Tras una cuidadosa lectura del Evangelio de San Mateo, lo que más nos sorprenda tal vez sea la fijación que el autor tenía con el rechinar de dientes. Así, en el Evangelio de la infancia, juventud y edad madurita de San Mateo (manuscrito pseudoepigráfico probablemente escrito originalmente en arameo, del que se hallaron unos pocos rollos, traducidos al griego en el siglo II) podemos encontrar que la aversión que tenía Mateo por el bruxismo fue provocada, posiblemente, por la enfermedad nerviosa que padecía su esposa. En el pasaje del rollo 32 de la obra anteriormente citada leemos:
...Y Mateo se levantaba todos los días muy temprano al amanecer, pues Jesucristo apuntó a todos sus discípulos a un taller de expresión corporal, pues decía que con esas enseñanzas tonificarían la mente y el cuerpo. Y llegó el día Iom Tov shel Galuiot, que era un gran día de fiesta para Mateo, pues ese día no tenía que ir al taller de expresión corporal y no debía levantarse temprano. Y así Mateo decidió quedarse unas horas más en la cama, pero a su lado dormía Batsheba, su esposa, que sufría de rechinar de dientes. Mateo despertó y le dijo a su esposa: «Despierta, mujer, despierta, tus dientes están rechinando, me despertaron y ahora no me dejas dormir». Y Batsheba despertó y le dijo a Mateo: «¿Qué sucede, esposo mío?», «¿Qué me va a pasar?», respondió Mateo «Que mañana se celebra el día Iom Tov shel Galuiot, y como es el único día que no debo ir al taller de expresión corporal al que nos apuntó el Maestro pues puedo dormir más horas, pero no me dejas, pues estás ahí dale que te dale con tu incesante rechinar de dientes». «Pues vete a la cama de la habitación pequeña», le dijo Batsheba. «Sabes, esposa mía, que en esa cama no cojo el sueño, pues el colchón es duro y la manta, desde que dejaste allí dormir a tu hermano, me provoca picores». «Pues duerme en el sofá, esposo mío», le respondió Batsheba. «Sabes, esposa mía, que en el sofá tampoco cojo [el sueño], pues entre cojín y cojín se queda un espacio hueco, se me enfría el costado y luego ando todo el día aquejado de fuertes dolores», le contestó Mateo. «Pues tira, que ya me levanto, que me has desvelado y no puedo ya coger el sueño», respondió Batsheba y al momento se levantó y ya se dispuso a hacer sus cosas. Y así fue como Mateo volvió a coger el sueño y durmió varias horas más la noche anterior al día [Iom Tov shel Galuiot].
... Y llegó el día quincuagésimo del taller de expresión corporal y mientras el monitor gritaba a sus alumnos que sacaran el animal que llevaban dentro y, así, unos representaban a un gato, otros a una cabra, otros a un perro y otros a un elefante con mucha gestualidad, Mateo dirigióse a Jesús: «Jesús, tengo un gran problema en mi casa, mi esposa no me deja dormir, pues por las noches tiene gran rechinar de dientes». Y Jesús le preguntó «¿Ya le das de comer pipas de calabaza, no vaya a ser que tenga lombrices?». Y Mateo le contestó «Así es, Señor, mi esposa come [pipas de calabaza] desde hace años, pero sigue con el rechinar de dientes». «Entonces, Mateo, lo que tienes que comprarle es una férula dental». Y Mateo le compró una férula dental a su esposa, Batsheba, y a partir de ese día su esposa dejó de sufrir de rechinar de dientes, pero Mateo siguió sin poder conciliar el sueño, pues ya se había acostumbrado a escuchar el ruidico y ahora, con su ausencia, lo echaba en falta.
(Mateo 8,12)
...y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 13,42)
...y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 13,50)
Entonces el rey dijo a los sirvientes: «Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
(Mateo 22,13)
Le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
(Mateo 24,51)
Tras una cuidadosa lectura del Evangelio de San Mateo, lo que más nos sorprenda tal vez sea la fijación que el autor tenía con el rechinar de dientes. Así, en el Evangelio de la infancia, juventud y edad madurita de San Mateo (manuscrito pseudoepigráfico probablemente escrito originalmente en arameo, del que se hallaron unos pocos rollos, traducidos al griego en el siglo II) podemos encontrar que la aversión que tenía Mateo por el bruxismo fue provocada, posiblemente, por la enfermedad nerviosa que padecía su esposa. En el pasaje del rollo 32 de la obra anteriormente citada leemos:
...Y Mateo se levantaba todos los días muy temprano al amanecer, pues Jesucristo apuntó a todos sus discípulos a un taller de expresión corporal, pues decía que con esas enseñanzas tonificarían la mente y el cuerpo. Y llegó el día Iom Tov shel Galuiot, que era un gran día de fiesta para Mateo, pues ese día no tenía que ir al taller de expresión corporal y no debía levantarse temprano. Y así Mateo decidió quedarse unas horas más en la cama, pero a su lado dormía Batsheba, su esposa, que sufría de rechinar de dientes. Mateo despertó y le dijo a su esposa: «Despierta, mujer, despierta, tus dientes están rechinando, me despertaron y ahora no me dejas dormir». Y Batsheba despertó y le dijo a Mateo: «¿Qué sucede, esposo mío?», «¿Qué me va a pasar?», respondió Mateo «Que mañana se celebra el día Iom Tov shel Galuiot, y como es el único día que no debo ir al taller de expresión corporal al que nos apuntó el Maestro pues puedo dormir más horas, pero no me dejas, pues estás ahí dale que te dale con tu incesante rechinar de dientes». «Pues vete a la cama de la habitación pequeña», le dijo Batsheba. «Sabes, esposa mía, que en esa cama no cojo el sueño, pues el colchón es duro y la manta, desde que dejaste allí dormir a tu hermano, me provoca picores». «Pues duerme en el sofá, esposo mío», le respondió Batsheba. «Sabes, esposa mía, que en el sofá tampoco cojo [el sueño], pues entre cojín y cojín se queda un espacio hueco, se me enfría el costado y luego ando todo el día aquejado de fuertes dolores», le contestó Mateo. «Pues tira, que ya me levanto, que me has desvelado y no puedo ya coger el sueño», respondió Batsheba y al momento se levantó y ya se dispuso a hacer sus cosas. Y así fue como Mateo volvió a coger el sueño y durmió varias horas más la noche anterior al día [Iom Tov shel Galuiot].
... Y llegó el día quincuagésimo del taller de expresión corporal y mientras el monitor gritaba a sus alumnos que sacaran el animal que llevaban dentro y, así, unos representaban a un gato, otros a una cabra, otros a un perro y otros a un elefante con mucha gestualidad, Mateo dirigióse a Jesús: «Jesús, tengo un gran problema en mi casa, mi esposa no me deja dormir, pues por las noches tiene gran rechinar de dientes». Y Jesús le preguntó «¿Ya le das de comer pipas de calabaza, no vaya a ser que tenga lombrices?». Y Mateo le contestó «Así es, Señor, mi esposa come [pipas de calabaza] desde hace años, pero sigue con el rechinar de dientes». «Entonces, Mateo, lo que tienes que comprarle es una férula dental». Y Mateo le compró una férula dental a su esposa, Batsheba, y a partir de ese día su esposa dejó de sufrir de rechinar de dientes, pero Mateo siguió sin poder conciliar el sueño, pues ya se había acostumbrado a escuchar el ruidico y ahora, con su ausencia, lo echaba en falta.
lunes, 20 de octubre de 2008
Las paredes oyen
Las paredes oyen y, en algunos casos, hacen comentarios. Así sucedió en la casa de la señora Luana Enescu, en Botoşani. La señora Enescu se vio sorprendida en la madrugada del 12 de marzo de 1967 cuando tras decir en alto la frase «Ay, si las paredes hablaran» escuchó que el tabique orientado al oeste de su dormitorio, construido con ladrillo hueco de 115 mm de ancho, contestaba «sí que hablamos, pero lo que nos cuesta es lanzarnos». A partir de ese día, la señora Enescu descubrió que convivía con una pared parlante. «Las primeras semanas me pareció algo gracioso, pero, conforme pasó el tiempo, cada día me resultó más cargante el diálogo de esa pared –explica la señora Enescu—, unas veces hablaba durante toda la tarde, otras veces me despertaba a las cuatro de la mañana para contarme chismes del anterior inquilino; otras, hacía críticas negativas sobre mi peinado o sobre mi forma de vestir». Pasados unos meses, la situación se hizo insostenible para la señora Enescu, «me despertaba de madrugada vociferando canciones populares moldavas, recitaba poemas y gritaba frases sin sentido». El 21 de octubre de 1969, la señora Enescu mandó tirar el tabique parlante, «me quedé muy tranquila y contenta, ahora tengo unido el dormitorio con la despensa y con solo alargar el brazo puedo coger los botes de encurtidos desde la cama y servirme mientras veo la televisión».
miércoles, 15 de octubre de 2008
Curso de Nueva Cocina Aragonesa
Si desean ver el primer capítulo del Curso de Nueva Cocina Aragonesa, pinchen aquí.
Si desean ver el segundo capítulo del Curso de Nueva Cocina Aragonesa, pinchen aquí.
Si desean ver el tercer capítulo del Curso de Nueva Cocina Aragonesa, pinchen aquí.
Recetas sencillas y prácticas que encandilarán a sus invitados.
Si desean ver el segundo capítulo del Curso de Nueva Cocina Aragonesa, pinchen aquí.
Si desean ver el tercer capítulo del Curso de Nueva Cocina Aragonesa, pinchen aquí.
Recetas sencillas y prácticas que encandilarán a sus invitados.
domingo, 12 de octubre de 2008
Notas sobre la máquina para viajar al pasado y sus repercusiones

sábado, 4 de octubre de 2008
De por qué hay ladillas en el mundo

viernes, 3 de octubre de 2008
Bienvenidos al único blog que celebra el cumpleaños de Charles Middleton

Así es, hoy el el cumpleaños de Charles Middleton y vamos a celebrarlo colocando una foto de Charles Middleton poniendo gesto de Ming con tres chicas guapas detrás en el año 1938.
¡Felicidades, Charles Middleton!
Si quieren ver la primera parte de una muestra de cine independiente, no tienen más que darle aquí, y aquí si desean ver la segunda y última parte.