Este
gripazo, esta influencia del demonio, me ha mermado la capacidad para contar. Me ha dejado seco. Digo yo que, como la misma gripe, se pasará, será algo pasajero. Suelo salir reforzado de cada
gripazo o, al menos, eso me he querido creer. Uno, que es poco místico y conforme pasa el tiempo menos, suele encontrarse siempre con ese momento de revelación cuando nota que ha ganado la batalla al virus. Ese momento en el que me ducho (claro, sí, hay otras duchas durante el
gripazo, pero son duchas de gato en la bañera, duchas con escalofríos, duchas en las que las gotas de agua se pinchan en la piel como alfileres) y siento que me limpio, que me saneo por no decir que me purifico, que me he quitado el mal pelo, vaya. Entonces, por seguir la tradición, me visto con ropa de casa blanca o clara, me afeito y me pego un día que hasta llego a creer en una especie de espiritualidad. Me dura poco, unas horas, un día máximo, y vuelvo a la ropa oscura y a sentirme como un humano con menos espiritualidad que cuarto y mitad de
chopped, gracias a dios. Esa incapacidad para expresar, ese no verle sentido ni utilidad a lo que uno cuenta me ha llevado a ir dejando paulatinamente cualquier cosa que tenga que ver con lo que se conoce como expresión artística, en parte por no encontrar el motivo, en parte por pudor, o qué pudor, por vergüenza. Ahora me pregunto si cada cacho de esa facultad se ha ido con cada
gripazo anual. La otra noche, ahí en pleno estado febril, tuve una
pulsión de escribir un libro. Pensé en la idea y me gustó. Luego, repensando, llegué a la conclusión de que la única razón para sacar un libro era para escribir «el libro que el lector tiene en sus manos» o «este libro que usted tiene en sus manos», o «este libro que ahora tiene el lector en sus manos» o «el libro que ahora usted, lector, tiene entre sus manos». Me gusta cómo suena eso. Tiene su parte engreída y su parte de acercamiento malicioso al que lee. Es una forma de tenderle la mano al lector sin la necesidad del
jodido contacto físico que sufren los autores en las ferias del libro. «El libro que el lector tiene en sus manos» es una frase que mola. Así que pensé en escribir un libro obsesivo sobre eso. Un libro que dijera en todas las páginas, sin parar, la frase «el libro que el lector tiene en sus manos». Como en algunas películas, cuando el actor dirige su mirada a la cámara y habla al espectador, escribir cada dos líneas «el libro que el lector tiene en sus manos» tiene que resultar inquietante. Alienante. Así que luego pensé cómo resultaría un libro
gordote, de unas cuatrocientas páginas, cuyo único texto fuera «el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos» pero luego pensé que eso ya lo hacía
Jack en
El resplandor cuando llenaba páginas y páginas con su máquina de escribir en las que solo ponía «
All work and no
play makes Jack a
dull boy». Así que me quité esa idea y pensé en un libro en blanco en el que en una sola página apareciera una sola vez la frase «el libro que el lector tiene en sus manos», y entonces pensé que me estaba acercando peligrosamente a esos productos
conceptuales, esas poesías visuales que se mueren de cursis, que llevarían al lector a sacar conclusiones sobre el sentido de la obra escrita, su transmisión, sobre el compromiso del lector como vehículo receptor y todo eso y me dije ¡Para quieto! y entonces me revolví en la cama, dejé la mente en blanco y conseguí dormir. Hoy ya, que me noto mejor, jodido, aún con fiebre, estornudando y tosiendo sin parar pero mejor, ya me noto más persona, pues se me han quitado las ganas de sacar el libro. Mejor. Ahora me queda que llegue ese momento de la ducha buena, de vestirme de blanco como una novicia y de sentir el éxtasis posgripal, para luego volver a mi estado normal, que es un natural medio pachucho, medio pocho, encafetao, reconfortantemente rutinario. No saben cómo deseo eso.