Durante una visita a Italia, a los siempre curiosos Buckland les mostraron una mancha en el suelo de una iglesia en el lugar donde un santo había sido martirizado. Cada mañana, les dijeron, la sangre fresca se renovaba milagrosamente. Inmediatamente, William se arrodilló en el suelo y aplicó su lengua a la mancha húmeda. No es sangre, informó a sus anfitriones. Él sabía perfectamente lo que era: nada más que orina de murciélago.
Walter Gratzer, Eurekas y euforias, Crítica, Barcelona, 2004, p. 44.
leyendo este libro se tiene uno que mear de la risa...
ResponderEliminarO potar de buena mañana
ResponderEliminarQuién sabe, igual la orina de murciélago está rica. Sí que sabía que las deposiciones de murciélago se usan como abono para el campo, como las de los pingüinetes.
ResponderEliminarMu bien, pues cuando quiera que me salgan tulipanes por el culo me haré una ensalada de batcagarros.
ResponderEliminarBueno, bueno, pero no se enfade, Badil.
ResponderEliminarHuy qué genio.
Esto es como el chiste de aquél que, a punto de pisar una mierda de perro, hundió el dedo en ella y se lo metió en la boca. "Pues sí, es mierda de perro, menos mal que no la he pisao".
ResponderEliminar¿Y no le valía con olerla, al Buckand padre? Ná que...
ResponderEliminarPues si es que los Bucklan eran muy salaos, Helter e Inde. Además de todo eso, eran victorianos y patriotas, ojo.
ResponderEliminarLo bueno es eso, que fueran victorianos y patriotas. Un punkarra lamiendo meaos de murciélago no tiene tanta gracia.
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