
Ya he decidido mi entierro, y lo quiero como el de las fotos. Quiero un entierro con muchas carrozas
victorianas tiradas por muchos caballos, bandas de música tocando piezas fúnebres tristísimas y muchos elefantes. En realidad no sé por qué quiero muchos elefantes pero siempre me han parecido unos animales muy fúnebres cuando se ven sometidos por los humanos. Quiero un entierro con muchos elefantes. Si uno de ellos se desmanda, se salta el protocolo de
proboscídico amaestrado, sale del desfile, asusta a unos cuantos viandantes y rompe el escaparate de alguna tienda al paso de la comitiva, mejor que mejor. Más espectáculo. No quiero muertos, ojo, solo un pequeño susto con un elefante desbocado. No quiero muertos que desvíen la atención, que para muerto ya estaré yo. Mi último deseo es el de un entierro íntimo lleno de mucha gente desconocida. Y elefantes. Marcharán los elefantes a paso lento, pesado, pero con la delicadeza y elegancia que tienen los elefantes cuando pisan. En mitad de las piezas fúnebres interpretadas por la orquesta los elefantes
barritarán tristemente y eso producirá una profunda congoja en todo el que lo mire. No deseo un
entierro de esos en los que los amigos del difunto abren botellas y se emborrachan con retenida alegría. Quiero un entierro bien triste, en el que los amigos se queden con mal cuerpo y que ese mal cuerpo les dure, al menos, una semana. Y si les dura más, mejor. Y muchos elefantes
barritando. Y perros vagabundos corriendo y ladrando detrás de los elefantes. Y un caballo que se desboca y relincha porque un perro le acaba de morder las
cernejas. Y que sea una tarde bien gris y plomiza. Así sería un entierro bonito. Luego, a mitad del desfile, que se abran las nubes y llueva, sin parar, que llueva más que en el entierro de Zafra y parte de la comitiva se cubra las cabezas con los bolsos, con periódicos, con bolsas de plástico, con lo que tengan a mano, y murmuren entre ellos. Quiero un entierro humilde, sencillo, pero espectacular. Al final, con el tiempo, a los muertos se les recuerda más por sus entierros que por sus actos. Así que quiero un entierro bonito. Será un entierro íntimo, con restricciones. No podrán formar parte de él ni cofrades de semana santa ni
creacionistas. A todo el que sea una u otra cosa, lo oculte y se cuele en el entierro, los ojos se les encenderán en llamas y quedarán ciegos hasta el fin de sus días (para algo tendrá que servir morirse, alguna cosa buena debe de tener, y tampoco pido mucho, un poco de
piroquinesis aplicada de andar por casa). Y muchos elefantes, y carrozas y caballos a paso marcial. Quiero un entierro, triste, fúnebre, nada de esos actos asépticos que preparan en las capillas de los cementerios modernos, que parece que el muerto no se ha ido para siempre sino que se ausenta por unos días o que está en la sala de cuidados intensivos a ver si mejora. Deseo un entierro bien triste, dramático. Con muchos elefantes
barritando, caballos resoplando, perros que aúllan y ladran y gente apenada. Cuando el féretro se encuentre cerca de la capilla, los que me quieren se verán obligados a discutir con algún familiar que desee darme un entierro cristiano (ay, esa familia tan tradicional cuando es menester, más preocupada por lo que les conviene que por los deseos del finado). Así que les tocará reñir, oponerse, forcejear para que mi cuerpo no pase, no cruce, no roce el umbral de la iglesia. De tanto forcejeo, es posible que el féretro caiga de la carroza, choque contra el suelo embarrado y mi cuerpo salga descoyuntado como un fardo blando, salpicando a los de la primera fila. Será una escena desagradable para los presentes, pero dará una nota de color. Y entonces arreciará la lluvia y los elefantes
barritarán, los caballos relincharán y los perros ladrarán como locos. Alguien dirá que aquello es una escena dantesca, pero no le hagan caso, en toda la Comedia no encontrarán una escena así; es una escena fúnebre. Y, al día siguiente, les ruego que no hagan caso de las letras que escriban los que no hablaron de servidor en vida, pues serán o letras vacías o letras falsamente sentidas. Pobres de los que se alimentan de los sepelios pues les espera el infierno de los tibios. Para la comitiva, he pensado también en poner un bonito grupo de
majorettes, pero no sé si colocarlo al principio o al final del desfile. Igual pongo dos, uno al principio y otro al final. Serán majorettes tristes, vestidas de negro, que harán twirling muy despacio, pero serán majorettes a fin de cuentas, que siempre dan un punto alegre. En todo caso, espero que me quede mucho tiempo para decidirlo. Y por favor, a todos los que presencien el entierro, digan a mis allegados que en vida fui bueno,
miéntanles si fuera necesario. Que se sientan orgullosos, felices de haberme conocido. Díganles que me querían. Eso les quedará. Poco cuesta.
