Claude Lévi-Strauss cuenta cómo, cuando se hospedaba en Brasil entre los indios nambikwara, sus anfitriones, al verlo escribir, tomaron su lápiz y su papel, llenaron de garabatos unas líneas imitando sus letras y le pidieron que «leyera» lo que habían escrito. Los nambikwara esperaban que sus garabatos fuesen tan inmediatamente intelegibles para Lévi-Strauss como los que escribía él mismo.
Alberto Manguel, Una historia de la lectura, Alianza Editorial, Madrid, 2009, p. 103.
Mis primeros recuerdos son parecidos, de algún modo, a los de los nambikwara, pero en versión casera, lejos de Brasil, en el barrio de cerca de casa, a veinte minutos. Mi madre me dejaba por la tarde en casa de mi tía, su hermana. Mi tía, para que me entretuviera, me daba un cuaderno y un boli y yo me pegaba toda la tarde escribiendo ondas, ahí, toda la tarde, venga a escribir ondas. Ondas, ondas, ondas, ondas. Pasaba página. Ondas, ondas, ondas. Otra página. Ondas, ondas, ondas. Llenaba páginas y páginas con ondas. Es posible que pensara que estaba escribiendo algo grande. Me recuerdo con mucho detalle tumbado boca abajo sobre la alfombra del salón, frente al cuaderno, llenando páginas y páginas con ondas. Que al niño le gustaba el mar, pensarán. No, que creía que estaba escribiendo, que contaba cosas o, peor aún, que contaba cosas que con el tiempo se descifrarían. Pues no. Que no eran más que ondas, Son recuerdos de antes de aprender a escribir. Al acabar la tarde, tras llenar el cuaderno de garabatos con forma de ondas, me daban para cenar, en un plato duralex verde transparente muy hermoso o en un plato duralex ámbar transparente muy hermoso, un par de sardinas en aceite de lata y una tortilla francesa con miga de pan, que me gustaba mucho (y aún me gusta, con poco me conformo). Luego, aprendí a escribir, aprendí a juntar letras, y perdí el vicio. Llegaron los dictados y ya todo cambió. Y luego las redacciones y los análisis de texto. Y mientras, aprendí poemas; el de Amenámar Abenámar moro de la morería; me hicieron leer Platero y yo, que odié no se sabe cómo; y, luego, los poemas del cancionero de García Lorca, que en su momento sentí frescos. Ahora, el Abenámar no me molesta cuando lo recuerdo, Juan Ramón Jiménez me gusta, el puñetero, y, tengan piedad, no soporto a García Lorca. Ni gota. Que no puedo con él. Que no. Que no hay manera. Que no. Lo he intentado, he puesto ganas, hasta por la cosa de la conciencia social y, cuanto más lo leo, más artificioso me resulta. Que no hay manera. Que no. Que no hay manera. «Pues lo habrá leído mal», dirán. Pues eso será.
sábado, 5 de febrero de 2011
Sobre las letras escritas
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19 comentarios:
¿Y aquella declaración de principios antijuanrramoniana una noche navideña y según usted salía del coche y todavía con el manillar en la mano? ¿Aquella declaración, qué? ¿O era sobre la vida y no sobre la obra? Quedé impresionado por aquella declaración de principios...¿Era acaso que no le convencía el asunto de que el poeta fuera por ahí «vestido de algo», pongamos por ejemplo de «especial» o así...? Acláreme el asunto si tiene a bien.
Ay, ay, querido Javier, recuerde que soy voluble e inconstante como pluma al viento y que me desdigo todos los días más de una vez. Ahora algo me gusta, ahora algo no me gusta. Y luego, que era navidad, y servidor en fechas navideñas puede hasta declararse contrario a Tarkovski. Bueno, tanto no, ojo. En todo caso, parte de la culpa de que ahora valore a Juan Ramón seguro que la tiene usted.
Mire:
YO NO SOY YO
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Ah. Claro. Si cita usted eso... O, por ejemplo, esto otro mismo algo más sencillo pero que, ya antes, contiene un buen pedazo de Lorca:
Los caminos de la tarde
se hacen uno, con la noche.
Por él he de ir a ti,
amor que tanto te escondes.
Por él he de ir a ti,
como la luz de los montes,
como la brisa del mar,
como el olor de las flores.
¿Ve? Ya me he hecho juanrramoniano, Javier. Si es que se me convence con mucha facilidad.
Ha muerto Tura Satana y me da mucha pena.
Ay, don Harry, que me acabo de enterar.
Que se ha muerto doña Tura, sí. Que se ha muerto.
Ay. Qué meses llevamos, más malos...
pues a mí me pasa de mayor, que mitad de noche apunto minuciosamente los sueños que tengo y por la mañana sólo encuentro líneas de ondas y ondas, indescifrables.
De Lorca prefiero no opinar, pero añadiré que también le tenía manía yo a Machado y años después acabé tatuándomelo (dios no quiera que se tatúe un verso de Lorca)
¡¡No!! ¿Se ha muerto Tura Satana ? Que pena .
Sin ánimo de interrumpir, que me he fijao que en la etiqueta de esta entrada ha puesto usted "linotipia" y que por más que releo el texto no veo que nadie se desmaye. Ahí lo dejo.
Pobre madre del Trufó, tres días naciendo. No me lo puedo creer...
¿Lo qué del Trufó? ¿Lo qué? ¿Ande lo pone éso?, que me lo quiero leer.
Tojunto
Que lo llevo fatal, EL Ente. Ay pobre, con lo bonica que era.
Yo estaba con la idea de tatuarme las Cantigas de Santa María de Alfonso X El Sabio en el miembro viril pero al final me digo que qué hago yo con tanta letra junta ahí y encima qué gasto, Lady in the radiator.
Que sí, que se ha muerto, Vandramé. Lo llevo fatal. Sea bienvenido a esta casa.
Déjelo ahí, Helter, que quema. Cuando puse linotipia no me refería a los desmayos, sino a esa cualidad de algunas personas de convertirse en lobo las noches de luna llena, esto es, la linotipia de toda la vida.
Bah, tres días, tres días, no es ná, Badil. Peor es lo mío, que no paro.
Na, Tojunto, la Badil, que es muy puntillosa, que no da puntada sin hilo.
Uy lo que ma llamao.
¡Uff! Mabía asustao. ¡Tres días!
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