Era una noche muy hermosa. P. me agarró de la mano y me hizo bajar a trompicones hasta la orilla de la playa. Era una noche muy hermosa y el cielo tenía un azul profundo, oscuro intenso y brillante y las estrellas brillaban a la distancia de un palmo de mis ojos. Brillaban mucho y giraban unas con otras, unas tras otras, formando remolinos de luces, como fuegos, y todas convergían en el centro de mi cabeza. ¿He dicho algo del azul de cielo? era un azul profundo, intenso, y me recordó el azul intenso de los papeles metálicos de regalo, esos que por un lado son de color plata, como espejos blandos, y por el otro de un azul intenso, con plata, profundos; intensos y profundos. Y las estrellas eran de muchos colores: blanco que tornaba a amarillo, amarillo a rojo, del rojo al naranja, del naranja al amarillo, vuelta al blanco, y giraban y giraban sin parar formando remolinos y todas convergían en mi cabeza. Recuerdo mis pies desnudos sobre la arena, recuerdo que podía contar los granos que había bajo las plantas de mis pies desnudos. Recuerdo que eran muchos y de muchos colores. Recuerdo una enorme escala cromática de colores de arena, y también negros humo, negros azulados, negros mates y negros brillantes, y blancos lechosos, diminutos granos de arena blancos y secos con líneas de color ocre, líneas amarillas y verdosas. Y las estrellas girando en remolinos de luces brillantes. También recuerdo bajo mis pies granos de arena de color azul mineral, granos transparentes como la sal, granos grises como el humo y granos negros como el humo. Recuerdo que la temperatura era perfecta y que pensé que el viento tenía la misma temperatura que el interior de mi cuerpo, la misma temperatura que mi sangre. Y mi sangre bullía en mi interior y el viento bullía sobre mi piel. Recuerdo la dureza bajo mi dedo gordo del pie derecho y cómo frotaba mi pie la arena adelante y atrás y cómo mi dureza se limaba, se afinaba y una corriente fresca subía por mi pierna y me decía desde el dedo «gracias por hacer lo que haces para que me lime y desaparezca». Recuerdo los granos de arena húmedos que se colaban entre mis dedos. Recuerdo los granos de arena fríos y húmedos entre mis dedos y mis uñas. Y el cielo, que tenía un azul profundo, intenso y brillante. P. se quitó la ropa y corrió hasta zambullirse en el mar. Y recuerdo que las olas chocaban contra su cuerpo, con su cuerpo, en su cuerpo, sobre su cuerpo: primero contra sus muslos, contra su vientre, contra su pecho, contra su cuello, después las olas chocaban unas con otras y se fundían efervescentes. Y las estrellas brillaban haciendo remolinos cada vez más grandes, cada vez más intensos, como espirales de fuego. Pasó un perro corriendo frente a mí. Recuerdo el olor de su saliva caliente, el olor de su lomo mojado y el olor de sus patas traseras impulsándose contra la arena. Recuerdo el sonido de la arena cayendo sobre la arena. Recuerdo que su pelo era de un intenso color arena, de muchos colores, y recuerdo el olor profundo de los pliegues de su cuello. P. me gritó entre las olas y recuerdo que la saludé con la mano. Vi a través de mis dedos abiertos el cielo profundo, intenso, y las estrellas formando remolinos. Vi muchas manos mías moviéndose de un lado a otro ante mis ojos como en un zootropo y de pronto las estrellas dejaron de girar y se acercaron aún más hasta el centro de mi frente. Bajé mi mano y las estrellas volvieron a girar y perseguirse. P. gritaba y reía a su vuelta; volvió corriendo de una manera que me resultó graciosa, con los muslos pegados y arrastrando los pies hacia los lados, levantando dos caminos de montones de arena. Recuerdo que pensé en las huellas de las tortugas laúd cuando desovan en la playa. Recuerdo sus brazos cruzados sobre el pecho y sus pezones abultados y delicadamente arrugados y pensé que estaba así muy hermosa. Recuerdo cada uno de los capilares de su piel levantados, sus cabellos mojados y sus labios hinchados por la sal. Recuerdo que pensé que qué hermosa era, que qué hermosa estaba así, tiritando, castañeteando los dientes, golpeando una mandíbula contra otra, y pensé que era una mujer creada para estar desnuda, pues estaba, así, vestida de belleza, más vestida que cuando iba vestida por la calle. Recuerdo que olía a sal, a mar, a algas y al pelo del lomo del perro que corría ante mis ojos unos minutos antes. Recuerdo que el agua del mar resbalaba por su piel y formaba masas de arena mojada entre sus pies. Recuerdo que eran como piedras redondas. Recuerdo que caían las gotas de agua blanda y densa sobre esas masas oscuras y recuerdo cómo se creaban nuevas formas, agujeros y montículos, piedras oscuras y blandas de arena con agujeros profundos. Hace varios años los médicos me diagnosticaron que algo no iba del todo bien entre el interior de mi cabeza y el exterior de mi cabeza y me recetaron Haloperidol. Ayer bajé a la playa y la noche era hermosa pero sólo hermosa, como un jarrón chino hermoso, como una tela adamascada hermosa; pero no era la playa que ahora les estoy contando. Hace años que las playas ya no son así.
viernes, 28 de diciembre de 2007
La playa
lunes, 17 de diciembre de 2007
Sobre el arte de invocar a los ángeles
Dicen los cabalísticos que el arte de invocar a los ángeles no es del todo recomendable, pues al llamarlos y someterlos a tu presencia en el plano terrenal quién se aparece no es el ángel blanco sino su doble negro, su sombra, su extensión negativa. Valga que lo que se presenta, si fuera un árbol, sería más bien la extensión de sus raíces en lugar del tronco con sus ramas, sus hojas, sus flores y sus frutos. Sólo una vez invoqué a un ángel, y resultó ser más bien pequeño si no canijo, renegrido, farfullador, metiche, sucio y grosero, canso hasta la extenuación, bravucón en las maneras y pusilánime en los hechos. En poco más de dos días me cambió de lugar los muebles del salón, con poca gracia o más bien ninguna; me robó el pasaporte e intentó venderlo por teléfono llamando a más de veinte sitios; se puso buena parte de mi ropa, mandó coser dobladillo en los bajos y acortar cinco pares de pantalones que ahora resultan inservibles o ridículos si me los intento poner; mató quince de mis treinta gallinas más el gallo; me llenó de letras raras una de las paredes del dormitorio que aún, tras dos capas de pintura acrílica mate y una tercera satinada, se resisten a desaparecer; molestó a los vecinos una noche sí y otra también dejando caer de madrugada todas las monedas que llevaba en el bolsillo y corriendo arriba y abajo por las escaleras; se bebió y comió todo lo que había en la nevera, más buena parte de la despensa; rompió dos cristales de ventana, la mesa de cristal del comedor y un jarrón pequeño marrón al que tenía en gran estima no por su valor sentimental sino por su valor económico. También secó con su orín dos plantas de interior: una, la palmera que tenía bien crecida, y dos, otra más bien pequeña, de la familia de las siemprevivas, que agonizó tras su marcha durante una semana hasta dejarse morir por puro agotamiento. Cambió los cuadros de sitio, donde estaba el grande puso el pequeño y donde estaba el pequeño puso el grande, sin orden ni concierto, sin buena o mala intención, por el simple hecho de cambiarlos de sitio. Inutilizó dos sartenes quemando azúcar y el fondo de un puchero, que estaba nuevo, rayando el teflón con un tenedor metálico; rompió el frasco del arroz; donde estaba el azúcar puso la sal y el azúcar, aún no sé dónde metió el azúcar. Rompió y deshilachó los bajos del sofá, como si por él hubieran pasado mil perros; arañó los muebles de madera; hizo un agujero en un muro maestro por el que puedo pasar la cabeza; cubrió una puerta entera con estampas de santos sujetadas con chinchetas; lavó al gato; quemó ocho pares de cortinas, rompió la manecilla de otra puerta, marcó con bolígrafo líneas enteras de más de treinta libros y muchas de ellas añadiendo flechas, círculos y frases con exclamaciones; inutilizó tres llaves, siete cucharas y dos despertadores (el uno ahora va hacia atrás, el otro pasa de las siete a las ocho y media y de las ocho y media a las doce); contestó al teléfono cuando estaba en casa diciendo que no estaba en casa e imitó mi voz cuando me encontraba fuera de ella respondiendo cosas personales o íntimas o inventadas para hacerme quedar mal frente al interlocutor del otro lado del teléfono. Arañó los muebles de la cocina, salpicó de pintura para exteriores la colcha y las mantas de la cama. Rompió dos copas. Decoloró con lejía una alfombra que, aunque antigua, lucía bien conservada. Inutilizó la batidora y su vaso medidor mezclador. Se suscribió a tres catálogos de venta por correo. Firmó con mi nombre tres seguros de vida. Me hizo la broma del sobre con las sábanas siete de cada diez de los días que estuvo viviendo aquí (y siempre, hasta el último día, le hacía la misma gracia cada vez que veía que caía de nuevo en su juego). Entabló amistad con una pareja de testigos de Jehová, el uno sordo, la otra coja, que ahora vienen preguntando por él cada quince días y se van pensando que les miento cuando les digo que ya no vive aquí. Llenó de cal la lavadora. Dio mi número de teléfono a media ciudad para que preguntaran por él (y lo hacen sin parar); rayó la superficie de la bañera; rompió el asiento del sillón a puro de tirarse en plancha una y otra vez sobre él. Perforó dos tuberías y obturó la general con papeles de periódico y revistas. Luego se fue y me dejó muy solo.
martes, 13 de noviembre de 2007
Cosas que Dios eliminó de la tierra para hacer que la vida resulte más difícil a la humanidad
Los antiguos surtidores de gasolina disponían de una cápsula transparente con un par de bolitas flotantes que se movían para indicar que el líquido estaba pasando del tanque al depósito del automóvil. Mientras la gasolina fluía, las bolitas se movían, giraban y se perseguían como peces de colores redondos. Pocas veces se diseñó un sistema tan sencillo y eficaz. Dios, celoso de esta creación humana, influyó en los nuevos diseñadores de surtidores de gasolina y nos arrebató las bolitas bailarinas. Los surtidores modernos de gasolina tienen otros indicadores, pero ya no usan bolitas de colores. Ese día, Dios mandó construir en el sexto cielo una gran urna de cristal transparente de 250 x 373 x 225 codos para contener todas las bolitas de las antiguas gasolineras, que ahora flotan, giran y bailan gracias a un sencillo sistema mecánico de doble bomba con salida y entrada del agua que contiene la urna. Algunos días Dios se pasea frente a la urna y mira durante un rato cómo bailan las bolitas, luego se siente cansado y se va a hacer otras cosas.
viernes, 19 de octubre de 2007
La canción de Molly Malone cantada por un berberecho (traducción libre)
Nada se pudo hacer esa luminosa mañana
En la alegre y ruidosa ciudad de Dublín
De Molly, la guapa, la hermosa pescadera
Bien sabíamos que era una muchacha muy sana y vital
Pero de pronto unas terribles fiebres
La llevaron al otro lado del muro.
Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.
Fred el berberecho y Barry el mejillón
Pusieron mucho empeño en salvar a la bella
Tanto tiempo nos tuvo en su regazo
Que era para nosotros algo más que una pescadera
Pero de nada sirvieron nuestros cuidados para calmar sus fiebres
En mitad de la plaza del mercado Molly cayó.
Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.
James el berberecho fue en busca del doctor
Y entre todos los mejillones la arropamos con una red
Para que no sintiera el frío del suelo de la calle
No podíamos suponer que esa red fuera su mortaja
Pues cuando vino el doctor dijo «Ya es tarde».
Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.
Ahora nuestros fantasmas de berberechos y mejillones
Lloran la pérdida de la hermosa y dulce Molly
Y empujamos el carro por anchas y estrechas calles
Para que nadie de Dublín olvide
Que por aquí antaño una hermosa pescadera
Nos llevaba de paseo a conocer mundo.
Chorus: Estamos vivos, bien vivos
Vivos, bien vivos
Los berberechos y mejillones cantamos esta canción.
martes, 16 de octubre de 2007
Una buena idea en el año 1920
En 1920 el escritor checo Karel Čapek andaba dándole vueltas a qué nombre darle a los humanos artificiales de su obra R.U.R. (en ese momento, aún sin título). Probó con las palabras Ratko, Minosi, Atrura, Simpoba (y también Simpova), Ribro, Trottko, Srobo, Trisbo, Candelieri, Rotibno, Mechanitki, Mechanekeii, Smovepa, Orboski, Trumbo, Spagate, Tingu, Smersko, Kpudeva y Rochtinuo, pero ninguna de ellas le convencía. Su hermano Josef, que en ese momento miraba el manuscrito por encima del hombro de Karel mientras secaba unos platos de loza le dijo: «¿y si pruebas con la palabra Robot?», y a Karel al principio no le gustó mucho, pero luego lo repensó y se dijo para sí «mira, sí, Robot, Robot está bien».
En la foto: miembros de la Theremin Electric Symphony Orchestra interpretando una pieza de Haydn con sus cellos eléctricos durante su concierto debut en el Carnegie Hall de Nueva York.
viernes, 12 de octubre de 2007
Dos amigos
Sir Arthur Conan Doyle y Harry Houdini se conocieron un nuboso día de 1920. Houdini había visto el retrato del escritor en periódicos y gacetas, fotografías de busto o sentado en un sillón mirando a un lado. Comparó sus recuerdos de las imágenes fotográficas, pequeñitas e impresas a una tinta, con la presencia del escritor, ahí en persona, y se dijo para sí: «qué hombretón». Houdini, por pequeño y elástico, tenía facilidad para deslizarse dentro de chaquetas, camisas de fuerza, cuerdas, correas y cadenas; Conan Doyle no. Se cuenta que Conan Doyle admiraba a Houdini como médium y Houdini le decía que no, que de médium no tenía nada, que era todo truco y tramoya, pero Conan Doyle, que era como un perro lanudo ovejero montañés, firme en sus convicciones y testarudo como él solo, pensaba para sí que Houdini le engañaba y que no le decía toda la verdad. Hasta lo invitó a una sesión espiritista en su casa, en la que su señora, la señora de Conan Doyle, le escribió automáticamente un tocho que según ella venía de su madre recién muerta, pero Houdini seguía erre que erre con que no, que su madre sólo entendía el idish, que es como escribir en alemán pero con caracteres hebreos, y la mujer de Conan Doyle escribía en perfecto inglés. Mala suerte. Así pasó el tiempo y la comadreja se hizo amiga del perro pastor: Conan Doyle pensando que su amigo no le decía toda la verdad y Houdini pensando que lo mejor de Conan Doyle era cuando mudaba de perro ovejero a pastor alemán, aunque, en persona, eso sucedia contadas veces. «Tu no me dices todo lo que sabes» le decía Conan Doyle, y Houdini le contestaba que sí, que no había más. «Que no, que yo sé que te guardas cosas» le decía Conan Doyle, y Houdini al final le decía que sí, que algo le guardaba, pues le daba gusto ver a ese hombrote hecho y derecho mirándole como un crío con el brillo iluminado de veinte focos en los ojos, esperando que en cualquier momento sacara de su bolsillo o de su boca un conejo, una paloma o un pañuelo de colores.
sábado, 29 de septiembre de 2007
Una noche movida
Gregorio Samsa se despertó una noche después de un sueño intranquilo, encendió la luz y se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Apagó la luz. A los cinco minutos, sintiendo con pesar que no conciliaba el sueño, encendió la luz y se vio convertido en una enorme célula eucariota con un colorido aparato de Golgi. Apagó la luz. Pasaron diez minutos y Gregorio Samsa encendió la luz. Se vio a sí mismo convertido es un desfile militar prusiano, con una orquesta tocando al fondo y una larga fila de niños vestidos de uniforme cantando el himno nacional al tiempo que llevaban el ritmo con sus brazos. Apagó la luz. Pasados unos trece minutos volvió a encender la luz y se vio convertido en un jarrón color tierra rojiza de la dinastía Qing. Apagó la luz. A los 30 minutos encendió la luz y se vio convertido en una flor de la vainilla, que a su vez estaba en la mano de un recolector de vainilla, que a su vez sonreía a una persona a lo lejos y le decía que sí, que este año la cosecha sería buena. El hombre, al fondo, se tocaba el ala del sombrero y sonreía. Gregorio Samsa apagó la luz. A los cinco o seis minutos volvió a encenderla y se encontró sobre la cama con la forma de un pelo enorme, casi tan grande como el pelo de Dios de Aloysius Bertrand. Apagó la luz. A los tres minutos encendió la luz y se vio como una granada abierta, con cientos de semillas rojas y brillantes y una parte de ellas, bajo una pleura amarilla, que tornaban a marrón y se decían: estamos echadas a perder. Apagó la luz. A los siete minutos encendió la luz y se vio como una placa de aluminio anodizado en oro con grabados muy extraños girando en el espacio. Apagó la luz. A los doce minutos volvió a encender la luz y se vio como Gregorio Samsa. Apagó la luz y durmió plácidamente hasta la hora de comer.
jueves, 30 de agosto de 2007
El gato de Schrödinger se encuentra con el perro de Pavlov
Un día, el gato de Schrödinger paseaba cerca de la cerca que circunvala el granero que hay justo debajo del molino. El gato de Schrödinger se había levantado ese día en un siesnoes, con una incertidumbre que pendía sobre su cabeza como la espada de Dionisio II «¿qué será de mí?» se decía el gato de Schrödinger (Schopenhauer desconfiaría de la frase de este gato, pues no se creía mucho que los gatos pensasen a no ser que todos los gatos pensasen lo mismo desde el principio de los tiempos). Así que el gato de Schrödinger paseaba y de pronto se encontró con el perro de Pavlov, que andaba mordisqueando un hueso. «Hola, perro» y el perro de Pavlov levantó la cabeza y miró con desconfianza al gato de Schrödinger, pues no le resultaba familiar. «Hola gato» respondió a regañadientes el perro de Pavlov. Luego al rato y tras mucho mirarse comenzaron a tratarse e incluso hicieron buenas migas, pues ya lo dice el dicho, que el mucho trato hermana al perro y al gato. En realidad no acabaron hermanándose pero al menos conversaron. Hablaron del tiempo, del calor que estaba haciendo y qué diferente a los días anteriores que hizo tanto frío. De pronto, desde la torre de la iglesia, que estaba a dos kilómetros del granero, sonaron las campanas tocando a misa y el perro de Pavlov se puso a salivar, tanto que más que salivar parecía que estaba rabiando. «Oye, perro ¿por qué salivas?» y el perro de Pavlov, confundido, le respondío «quién saliva?» ante esa respuesta que más que respuesta era otra pregunta el gato de Schrödinger se quedó confundido y recordó que llevaba sobre su cabeza una incertidumbre que le corroía y que le hacía preguntarse todo el rato si estaba vivo, si estaba muerto o si las dos cosas a la vez. Miró a un lado, luego a otro y muy educadamente se despidió del perro de Pavlov, que tenía ya tanta espuma en la boca que parecía que se estaba preparando para afeitarse: «Adiós, perro, ha sido un placer». «Adiós, gato, igualmente, y recuerde ir por la sombra, que este calor es muy traicionero» le respodió el perro de Pavlov despidiéndose con la pata. Un día más sin muchos altibajos y ningún sobresalto en la vida del gato Schrödinger.
En la foto: grabado de Rufo, el perrito fotógrafo (Casariche, Sevilla, 1902 - Chamonix, 1912). Este simpático perrito nacido en una localidad sevillana se hizo pronto famoso en Europa como atracción en barracas de feria y salones de té. De su extensa obra sólo se conserva la titulada «Retrato de los pies de la familia Douillet» (1906), que se conserva en el Museo del Perro de Liége (Bélgica). En 1905 emigró a Francia y sólo volvió a su país natal para actuar en la Exposición Hispano-Francesa de 1908 (Zaragoza, 1908). En 1912 murió atropellado por un tranvía. Una biografía más completa sobre Rufo, el perro fotógrafo, puede encontrarse en el libro «Artistas que murieron atropellados por tranvías» (Asociación de Ferrocarriles Metropolitanos, Madrid, 1968).
martes, 7 de agosto de 2007
Guillotin no inventó la guillotina
Guillotin no inventó la guillotina, tampoco la construyó ni la sufrió en su cuello: «tuvo una plácida muerte natural en 1814» explica Harold J. Morowitz en su libro «El filantrópico doctor Guillotin» (Tusquets editores, Barcelona, 2005). Vaya, tantos años pensando que Guillotin había inventado la guillotina y la había padecido y ahora resulta que no, que sólo propuso su uso (y se hizo ley) en el año 1791. Harold J. Morowitz, además de profesor de bioquímica y biofísica molecular es un señor con cara de señor calvo que lleva un peluquín entero, de esos que tienen patillas y todo. Como las pelucas de Elvis que se ponen los novios que se visten de Elvis en Las Vegas para casarse pero un poco (sólo un poco) más discreta. No considero que llevar peluquín entero con patillas sea un punto especialmente negativo en la imagen de un ser humano profesor de bioquímica y biofísica, pero tampoco puedo negar que me deje indiferente. Bien, le agradezco la información sobre Guillotin. Tal vez si no hubiera leído su ensayo me hubiera muerto con la idea equivocada y al aparecer en el cielo de los justos y encontrarme a Guillotin le hubiera espetado «Canalla, canallón, asesino cortacuellos» cuando el hombre no se merece esas injurias. Está bien, acepto profesor de bioquímica y biofísica con peluquín entero con patillas y le agradezco que me haya sacado del error con Guillotin. Otra cosa es que critique a Stephen Jay Gould cuando arremete contra Pierre Teilhard de Chardin como coautor en el engaño paleontológico del Hombre de Piltdown (cráneo humano + mandíbula de simio con los dientes limados= Hombre de Piltdown). Stephen Jay Gould publicó un bonito ensayo que aparece en el libro «El pulgar del panda» sobre el caso Piltdown (Ed. Crítica, Barcelona, 1994), posteriormente y tras la crítica de varios científicos al «Yo acuso» del autor contra Teilhard, publica un nuevo ensayo, que aparece en el libro «Dientes de gallina y dedos de caballo» (Ed. Crítica, Barcelona, 1995), con más datos y mucho más completo. Lo que en un principio parece una disculpa por haber maculado la figura del padre jesuíta acaba resultando un despliegue de datos que si no acaban por confirmar, acercan la figura de Teilhard a Dawson (el puñeterón autor del fraude). Todo esto venía a que me acabo de enterar de que Guillotin no inventó la guillotina ni la sufrió y servidor pensaba lo contrario. Qué peligroso es a veces relacionar un apellido con un objeto que lleva el mismo nombre. Ahora que lo pienso, igual por eso Manolete nunca escribió una carta de agradecimiento por el invento al autor de «A sangre fría». Tal vez porque no tengan nada que ver, tal vez porque Manolete murió por una mala corná de Islero* en 1947, un año antes de que el escritor publicara su primera novela. Va a ser eso.
*Según últimas informaciones, Islero no mató a Manolete, aunque fue de buena ayuda. Un equívoco de los médicos practicándole una transfusión de sangre que no era de su grupo parece que fue lo que llevó a Manolete a la muerte, y con ella, a que Adrian Brody protagonice una película haciendo de él (de Manolete, no de Adrian Brody).
En la foto: castillo de Pau (Francia), que no tiene mucho que ver con Guillotin, pero que queda muy pomposo.
jueves, 2 de agosto de 2007
Voglio fare una cassa fonda
Voglio fare una cassa fonda
da potersi stari in tre:
il mio babbo e la mia mamma,
lo mio amore insiem con me.
Ed in cima di quella cassa
un bel fior si vò piantá:
voi piantarlo nella sera,
la mattina fiorirá.
Y le genti che passeranno
gli diranno: —¡Oh che bel fior!
Egli è il fior de la Rosina
che l' è morta per amor.
(Quiero hacer un ataúd hondo
donde puedan estar tres:
mi padre y mi madre
y mi amor, junto conmigo.
Y encima del ataúd
voy a plantar una flor:
la plantaré por la noche
y por la mañana florecerá.
Y las gentes que pasen
dirán: —¡Oh, qué hermosa flor!
Es la flor de Rosina,
que murió de amor.)
Canto popular toscano, recogido por Rubieri en «Historia de la poesía popular italiana» y de éste por Carlos Mendoza en «La leyenda de las plantas».
Traigo aquí esta canción, que me recuerda el comentario de una paciente de Freud, que decía algo tal que así refiriéndose a ella y su marido:
—Cuando uno de los dos muramos, cambiaré la tapicería del sofá.
(Si Freud viviera ahora y presentara un talk-show en la tele, ahora vendrían unas risas).
En esta canción sucede algo parecido: el que canta quiere hacer un ataúd para su padre, su madre, su novia... y ya no caben más, aunque dice que la quiere junto a él. A no ser que mezcle los huesos de sus padres para convertirlos en un solo cuerpo, las cuentas no salen. A no ser que el que canta quiera a su novia cerca, pero no a su lado: que el ataúd esté cerca de su casa. Es probable que desee eso, ya se preocupa él de plantar una flor sobre el ataúd, vivo, bien vivo.
jueves, 26 de julio de 2007
Licántropos, otras modalidades. Caso I
Es sabido que además de hombres con aspecto de lobo los hay de otros pelajes. En el año 1318 apareció en la plaza central de la ciudad de Schweinfurt (Baviera) un hombre de gran estatura y muy corpulento, totalmente desnudo pero cubierto de un largo pelaje oscuro por todo el cuerpo. Este hombre-oso fue conocido en poco tiempo como Haariger Mann en toda la Baja Franconia. Fue acogido por una familia de la localidad, que además de enseñarle modales en la mesa y en el vestir le dieron buena instrucción en el manejo de las armas y en el arte de la cetrería además de hacerle conocedor del mundo de la música, arte en el que destacó con gran virtuosismo, llegando a representar conciertos ante nutrido público, destacando el que ofreció en la iglesia de la localidad ante el rey Luis IV y su corte, en el que valiéndose del dulzimer interpretó la pieza «Cuncti simus concanentes» que años más tarde se incluiría en el «Llibre Vermell de Montserrat». Se sabe que el doctor cirujano y miembro del Colegio de San Cosme Ambroise Paré supo de este relato y a punto estuvo de incluirlo en una de sus obras, pero no llegó a tiempo y cuando fue a ver al impresor el libro ya estaba en máquinas.
martes, 24 de julio de 2007
Navidad
Hoy es martes, 24 de julio de 2007. Sobre este texto hay un dibujo que representa la esencia de la navidad en versión caramelizada. Produce angustia, desasosiego y malestar general pensar que se acerca. Ahí está, acechando, con el día tan bueno que hace. Como el esqueleto articulado de los romanos que te recuerda que eres mortal, la navidad te recuerda que eres mortal y anual.
A modo de añadido: Sobre el asunto del larvae argenteae o esqueleto de plata romano que aparece en el Satiricón de Petronio, mi amigo Javier, que es de esos humanos que busca y rebusca hasta que lo encuentra y cuando cree que lo ha encontrado se queda un segundo quieto y luego vuelve a levantarse para buscar de nuevo entre los libros, ha hallado cosas muy interesantes que publica en su blog http://indolenciasdejavier.blogspot.com/, que es de esos lugares para dejarse perder con alegría y para no perderse (a la vez).
viernes, 13 de julio de 2007
Pliego
Me llamo Franziska Schanzkowska, nací el 16 de diciembre del año 1896, en Pomerania. Fui Anna Anderson en Estados Unidos; allí, entre los flashes de las cámaras de la prensa y en una pequeña habitación azul empapelada con dibujos de flores amarillas intenté recordar mi pasado y olvidar mis recuerdos. También fui la Gran Duquesa Anastasia Nikoláyevna Románova en Peterhof. También pescadora de ostras perlíferas en la isla de Wokam, Indonesia (aún recuerdo el punzante ardor que producía la sal marina en las heridas abiertas de mis dedos). En Viena, como Alma Marie Schindler, quise con afectuoso y, a veces, afectado cariño a mis maridos Gustav, Walter y Franz y amé con pasión a mis amantes, Alexander, Paul, Oskar, Max… Fui modelo azul de Matisse, bailarina que posó con los brazos desplegados para Degas y también, entre otras cosas, el coño de Courbet. Fui obrera especializada en una fábrica de Bucarest durante la Segunda Guerra Mundial, carnicera en Heckfield y fabricante de jabón en Herefordshire. Soy la que besó las llagas de Cristo tras su muerte y la que momentos antes de embalsamar su cuerpo lo lloró desconsolada. Fui la hija pequeña de Barbazul, la última esposa de Landrú, la judía errante, la Lilith primigenia, la carta de la Templanza, fui Hildegart Rodríguez Carballeira y también su madre, Aurora. Fui costurera del rey, activista política en Lisboa, bella durmiente y bacante extática bailando desnuda y en círculo la danza de las Ménades en Pérgamo. También fui feliz.
sábado, 30 de junio de 2007
El flan y la serendipia
En el año 1876 las hermanas Eileen y Frances McMullen disfrutaban de unos días de reposo en la casa de su tía abuela Merry Gray McMullen, recientemente fallecida, en Kentallen. Eileen, cocinera profesional, trajinando en la cocina, volcó de forma accidental un tarro de coco rallado sobre una masa de huevos, azúcar y leche. Tras poner al baño maría la mezcla, el resultado fue un flan con sabor a coco, al que puso el nombre de «Flan de coco al estilo McMullen». Su hermana Frances, escritora romántica que a sí misma se definía como «una perfecta inepta para los pucheros» bautizó la nueva receta como «Flan serendípico».
martes, 26 de junio de 2007
La cuchara de madera (cuento tradicional. Albania)
Érase una vez que en Tropojë vivía un campesino muy pobre que tenía tres hijos: Enver, el mayor; Dordje, el mediano y Balsa, el pequeño. Como ya dijimos, el campesino era muy pobre y todos los días se lamentaba de no poder llevar un plato caliente a sus hijos. Ese invierno fue el más frío que se recordaba y ni los rábanos crecían entre la escarcha del pequeño huerto. Un día [el campesino] volvía de recoger un poco de leña del bosque y se disponía a dejarla sobre el estiércol para que se secara cuando de pronto escuchó una voz:
—Brijne, Brijne (pues así se llamaba el campesino), cuídate de tirarme la leña sobre la cabeza, que me lastimarás.
—¿Quién habla? —preguntó el campesino a la vez que lanzaba los troncos a un lado— ¿quién anda ahí?
De pronto, una pequeña dama alada surgió del montón de estiércol.
—Soy Bracna, el hada del viento templado —respondió—como has tenido mucho cuidado de no romperme la cabeza con tu leña mientras descansaba te voy a conceder un deseo. Sé que tú y los tuyos pasais hambre, así que te voy a dar esta cuchara de madera. Cuando prepares el agua para hervir la sopa échala sobre el caldero y ya me contarás.
Y dicho y hecho, el campesino se despidió del hada, entró en la cocina y puso a hervir agua en un caldero. Al momento llegaron sus hijos Enver, Dordje y Balsa.
—¿Qué hay para comer hoy, papá? —preguntó el mayor.
—¿Qué hay para comer hoy, papá? —preguntó el mediano.
—¿Qué hay para comer hoy, papá? —preguntó el pequeño.
—Lo de siempre, agua caliente con esta media zanahoria que recogí del huerto —respondió el campesino.
Cuando el agua comenzó a bullir, el campesino se sirvió de la cuchara para remover [el caldo]. Al momento, del pobre caldero surgió flotando un buen trozo de carne de cerdo, unas patatas, col, una costilla, un cuarto de gallina, guisantes, habichuelas y un gran pedazo de sebo. Todos se quedaron muy asombrados y los hijos, de tanta hambre que tenían, cogieron sus cucharas y tomaron el cocido del mismo caldero hasta dejarlo más limpio que una patena bizantina.
—¡Qué buena comida, papá! —dijo el mayor.
—¡Qué buena comida, papá! —dijo el mediano.
—¡Qué buena comida, papá! —dijo el pequeño.
—¡Qué buena cuchara! —dijo el campesino admirando el regalo del hada.
Desde ese día y a lo largo de veinte años, el campesino no tenía otra cosa que hacer que poner a hervir un caldero con agua y remover con la cuchara. A los pocos segundos surgía como por arte de magia el plato completo. Unos días brotaba un cocido de legumbres con oreja de cerdo, otros un guiso de ternera con coles, otros un una densa y aromática sopa de pescado con anís. Los hijos, tras comer los estupendos guisos decían a la vez:
—¡Qué buena comida, papá!
—¡Qué buena cuchara! —decía el campesino.
Pero un día el campesino hizo como de costumbre y echó la cuchara [en el caldero con agua hirviendo] pero de ella no salía nada: no había garbanzos, ni coles, ni habichuelas, ni judías blancas, ni costilla, ni gallina, ni pedazos de cerdo. Así que, desesperado, llamó a la bruja del viento templado:
—¡Bracna, Bracna, ven por favor!
Al instante se apareció el hada del viento templado.
—¿Qué sucede, campesino? —preguntó el hada.
—Hoy como de costumbre eché la cuchara [en el caldero con agua hirviendo] pero no me hizo ni sopa ni guiso ni nada para comer ¿qué puedo hacer, hada del viento templado?
—¿En qué siglo estamos? — preguntó el hada.
—En el siglo XXI —contestó el campesino.
—¿Pues no crees que ya es momento de que enriquezcas tus sopas con Avecrem?
Y, dicho eso, la bruja desapareció.
jueves, 21 de junio de 2007
Una pesadilla muy mala
Era un sueño recurrente. De pronto se veía vestido con un pantalón bombacho de algodón con rayas lilas y verdes, unas rastas largas recogidas a modo de col con una goma elástica y haciendo malabares con unos aros encendidos en llamas. De fondo, varios djembés sonando o malsonando: patumba-patumba-pat-patabá-patumba. Al poco se despertaba bañado en sudor y le costaba dios y ayuda volver a coger el sueño.
miércoles, 13 de junio de 2007
Claude Cahun
Ahora ya saben a quién le deben media vida Marc Almond y David Delfín. Claude Cahun (Nantes, 25 de octubre de 1894 - Saint-Hélier, Isla de Jersey, 8 de diciembre de 1954), seudónimo de Lucy Renée Mathilde Schwob, sobrina del hermoso escritor Marcel Schwob, fotógrafa, escritora y artista (valga lo tercero como definición y para que no se confunda fotografía y escritura con arte, pues no tienen por qué ir de la mano), activista radical, condenada a muerte por participar en acciones de la resistencia contra la ocupación nazi y luego liberada, lesbiana, trisexual o andrógina, moderna como nadie. Redescubierta por la crítica en los años noventa y ya para siempre enorme. «Mi opinión sobre la homosexualidad y los homosexuales es exactamente la misma que mi opinión sobre la heterosexualidad y los heterosexuales. Todo depende de los individuos y las circunstancias. Yo reclamo una libertad general de comportamiento.» Claude Cahun, L'Amitié, 1925.
martes, 12 de junio de 2007
El gato de Cheshire tiene un mal dia
Esta tarde vino a visitarme el gato de Cheshire. Sereno, se pegó tres horas y media sobre el televisor «¿Qué te pasa? entraste por la puerta como los demás, ahora te quedas medio dormido encima de la tele y ni desapareces, ni muestras una pata aquí, una boca allá...¿Qué tienes?» le pregunté, cansado de verlo sin intermitencias. «No sé qué me pasa, no me encuentro muy bien hoy», me dijo. Bajó de la tele de un salto y se fue por donde vino.
Exvoto
Suele dar mucho gusto encontrarse con cosas que no saben qué son. Este exvoto sabe que está montado en madera, sabe que está pintado, sabe que representa unos ojos, incluso sabe que es un exvoto, pero no sabe lo raro que es (y en este punto me niego a poner surrealista, que a veces se queda en un cajón de sastre de lo pretencioso. Prefiero raro). Lo mejor de todo es que no lo sabe. Sucede lo mismo cuando un macetero no sabe lo kitsch que es (y da grima cuando alguien se define a sí mismo o a sus obras como kitsch, sin parar a pensar que el kitsch intencionado anula la esencia pura y plasticosa de lo kitsch. Lo mismo pasa con los que se definen freaks por el cutre hecho de que les guste La Guerra de las Galaxias y tengan el «soy tu padre» como politono en el móvil. A estos últimos y también a los anteriores los encorrería a gorrazos).
Dejo este exvoto para que lo mire Miranda (a fin de cuentas esta entrada no es más que una copia canalla de su exvoto en http://mirandofijo.blogspot.com/). O mejor aún, para que el exvoto mire a Miranda. Servidor desde que lo ha puesto no deja de sentirse observado. Gajes de ser ateo, que si le falta alguien que le mire se lo busca.
sábado, 9 de junio de 2007
Suspenso doble
En la foto de la izquierda, Harry Houdini cuelga de su chaqueta en el año 1922. En la foto de la derecha, Yves Klein salta al vacío en el año 1960.
viernes, 8 de junio de 2007
La queratina y un hombre que se quita el sombrero para saludar
En el año 1976 Richard Dawkins publicó el libro «El gen egoísta». Olviden la frase anterior, olviden la teoría del gen, la del huevo egoísta que crea gallinas. Olviden todo lo anterior. Olviden también las teorías antropocéntricas. Olviden la imagen de Adán poniendo nombre a los animales. Adelanten unos cuantos siglos después y lleguen hasta Linneo, olviden también la imagen de Linneo poniendo de nuevo nombre a los animales, pues Adán lo hizo medio bien medio mal y en el siglo XVIII resultaba más cómoda la nomenclatura binominal que llamar al perro perro y al pájaro pájaro. Olviden todo eso. Sepan que si estamos aquí es por y para la queratina. La queratina, esa hermosa y revolucionaria proteína malditamente azufrada que hace que por nuestras uñas y cabellos circulen cuernos de corzo, púas de puercoespín, pelos de dromedario, plumas de aves del paraíso, aves comestibles, canarios y perros, salmonetes, codornices, orcas, cuervos, tapires, gallos, gallinas, ratas, topos, serpientes, ratones, cebras, ciervos, gorilas de montaña, rinocerontes, castores, águilas de cabeza blanca, alces, tiburones, cornejas, bisontes, vacas, elefantes, canguros, zorros y lobos, mamuts, lagartos gecos, mapaches, onagros, caimanes, trigres, peces de colores, buitres, gorriones, morenas, cocodrilos y lagartijas, jirafas, gatos monteses, ballenas, peces gato, monos tití, murciélagos, ardillas voladoras, emúes, quebrantahuesos, chimpancés y osos almizcleros. Así que tras tantos siglos buscando el sentido de la vida, no hay otro que el de mantener la queratina a buen recaudo, en nuestras uñas, nuestros cabellos y nuestra piel, y así la besamos y así le rendimos culto. Mi único dios es la queratina, la queratina será la razón de la existencia de todos los vertebrados, y así sera.
En la foto, un hombre, señalado con un círculo, saluda inerte a los lectores desde el año 1914, durante un espectáculo de Harry Houdini.
sábado, 2 de junio de 2007
Más de lo mismo: hombres-lobo, licántropos y lobisomes
Más conocido es el hombre que por razones varias al convertirse en lobo muestra fauces de lobo (lo que en antiguo se llamaba «cerradura de loba» que es cuando la caja de los dientes se asemeja a la de estos animales), garras de lobo y vello hirsuto cubriendo la totalidad del cuerpo, pero hay otro tipo de hombres-lobo a los que se les nota poco o nada la conversión pues no muestran evidencia alguna de su carácter alobado. Se les hace llamar hombres-lobo y se dice de ellos que son más hombres-lobo que los mismos hombres-lobo, aunque a estos, al contrario que a los anteriores, les crece el vello hacia el interior y por eso resultan más peligrosos, pues al no mostrar su animalidad al prójimo nunca se sabe en qué momento tornan en hombre o en bestia. Plauto, y después Francis Bacon y Thomas Hobbes usándose de éste, dijeron «Homo homini lupus», que aunque no venga a mucho cuento, no me negarán que queda de fábula en este contexto. El crecimiento del vello hacia el interior puede surgir por varias causas, la primera, como antes apuntamos, por ser uno hombre-lobo; la segunda, por rasurarse la piel con cuchillas de afeitar o por practicar sobre el cuerpo la depilación a la cera. Cuando sólo es uno o unos pocos los cabellos que crecen hacia el interior, una buena solución es servirse de una aguja que previamente habremos desinfectado con la llama de una vela. Pincharemos en la zona (que suele estar infectada y se muestra más oscura o más abultada), hurgaremos hasta dar con el cabello e intentaremos sacarlo por vía antinatura, esto es, por el agujero que previamente habremos practicado con la aguja. Otra buena herramienta a considerar será una pinza de las que se utilizan para depilar, que nos ayudará en gran media a extraer el cabello rebelde. No debemos confundir al hombre-lobo con el lobisome, pues este último se diferencia del primero por su aspecto más descuidado, sus hábitos alimenticios (en buena parte, excrementos e inmundicias de las granjas y gallineros) y sus grandes orejas, mezcla de perro y cerdo que le crea un porte mucho menos ditinguido que el que lucen los hombres-lobo.
En la foto, Ringo da Silva, señalado con un círculo a la derecha. Ringo da Silva (Porto Alegre,1876-Nueva Orleans, 1958) entró a trabajar en el año 1902 como trapecista en el circo Rasmus (EE.UU), en el que realizó, junto a sus dos hermanos Jacobo «Zaco» y Bartolomé el número de "Los Fabulosos Hermanos del Aire". Tras 45 años de profesión dejó el trapecio aquejado de unas fiebres, que lo retuvieron en cama hasta el fin de sus días. Tres años antes de su muerte confesó que tras cumplir los 15 años y durante toda su vida sufrió frecuentes accesos de licantropía que le provocaban mareos, eccemas cutáneos y tormentosas migrañas. Como Ringo era un hombre-lobo al que le crecía el vello hacia el interior nadie le creyó ni le tuvieron en cuenta.
viernes, 1 de junio de 2007
Verdades y falsedades sobre los licántropos
Es preciso revelar que desde hace muchos años circula una patraña que, publicada en oscuros escritos, artículos que se copian unos de otros y falsos grimorios creados hace poco más de un ciento de años, se ha hecho muy famosa y popular: los licántropos u hombres-lobo se convierten con la visión de la luna llena. Bien, de una vez por todas debemos enterrar esta falsedad y conducirla al país de las hipótesis olvidadas: a los licántropos no les afecta la luna llena o, a lo sumo, les afecta como a cualquier otro ser vivo. Sí es cierto que los licántropos u hombres-lobo se han servido durante siglos de la luz de la luna llena para que sus apariciones, gracias a la mayor luminosidad de la noche, resulten más vistosas, pero eso poco tiene que ver con sus mutaciones físicas de hombre a lobo (o de lobo a hombre al transcurrir unas horas). Del mismo modo, a los benandanti (hombres-lobo también pero en versión más catolicorra) les sucede tres cuartos de lo mismo, o no les sucede, para ser más exactos. Los benandanti se ven influidos mucho más por las fechas que por las fases de la luna: se convierten en lobo sólo durante los días comprendidos entre Navidad y Epifanía, proceso que les impide celebrar las fiestas como los demás mortales pero que les libra de comprar los regalos del día de Reyes. En el año 1678, Lucio Giardino, licántropo confeso del Friul Occidental, en una entrevista que concedió al párroco de Pannonia Lucas Krauss declaró: «Todo lo anteriormente dicho en este texto es la verdad y poco más tengo que decir de todo ello o de cosas relacionadas con lo mismo».
En la imagen: licántropo vestido muy elegante a la moda que venía de Francia, según un bestiario del siglo XVI.
miércoles, 23 de mayo de 2007
Sobre la amistad, la guapura y los sentimientos internos
Hay momentos buenos. Estás hablando con un amigo, lo miras fijo y mientras el otro habla y habla por lo interno te dices «mira qué guapo está el condenao». Por ahí tiene que ir la amistad, ver al cercano guapo. Luego, otro día, que lo miras y si te dices «pues qué mal cutis», «pues qué desmejorado» mala cosa: en cuatro días habrá bronca, o dejadez o pesar. Así que la amistad tiene que ir de la mano del ver al prójimo guapo. «Pues yo tengo amigos que no los veo guapos» dirá uno. Pues o no son amigos suyos o usted no es amigo de ellos, aunque se engañe pensando que sí. Los amigos, guapos siempre.
En la foto: Silvana Mangano en «Riso amaro», sin necesidad de hacer amigos.
martes, 22 de mayo de 2007
El sistema duodecimal
Extienda su mano derecha como muestra la imagen superior. Ahora lleve el pulpejo del pulgar a la tercera falange del índice (la antiguamente denominada falangeta). Cuente «uno». Ahora deslice el pulgar a la segunda falange (la antiguamente denominada falangina) y cuente «dos». Deslice el pulgar hasta llegar a la primera falange del mismo dedo. Cuente «3». Continúe con el subsiguiente dedo siguiendo el esquema y numere por orden cada una de las falanges: «cuatro», «cinco», «seis», «siete», «ocho», «nueve»... Cuando llegue a la primera falange de su dedo meñique y cuente «doce» habrá terminado el ejercicio. Durante todo el experimento se ha visto con una mano libre para añadir decenas o centenas a cada número pulsado, para rascarse la cabeza, para buscarse algo en el bolsillo o para llevarse una taza de café a la boca. ¿Aún sigue pensando que el sistema decimal es el «natural para el humano» y que el duodecimal es engorroso y sólo sirve para agrupar huevos?
sábado, 19 de mayo de 2007
Las hermanas Fox
Este espacio está dedicado a Margaretta y Catherine Fox, las hermanas Fox, precursoras del rap. Las hermanas Fox cometieron dos fallos en su vida. El primero: nacer siglo y medio antes de hora, fueron durante toda su existencia unas adelantadas en su tiempo. El segundo: reconocer que habían cometido fraude, como los Milli Vanilli. Tras la confesión, los raps de las hermanas Fox fueron cayendo en el olvido y ahora resulta imposible encontrar alguno de sus temas en las radios convencionales, en el eMule o en el LimeWire. Descansen en paz, en todo caso, las hermanas Fox.
viernes, 18 de mayo de 2007
El acto de echar de menos
«Si hay algo que echo en falta es el sabor del té templado, cuando lo dejaba olvidado sobre la mesa y lo volvía a encontrar; el aroma de las flores de azahar cuando cae la tarde, el sol va cayendo y todo el cielo se vuelve naranja, y rosa, y también azul. También echo de menos los picores y el rascarse. Por echar, echo de menos las babas de mi perro que tanto me molestaban en ese tiempo y el dolor de espalda. Ahora, sin dolores, echo de menos hasta los dolores» dijo el muerto, que pese a estar muerto y no conservar el gusto seguía siendo un rato cursi.
miércoles, 16 de mayo de 2007
La cochinilla hembra
La cochinilla (Dactylopius coccus) es un pequeño animal creado por el Altísimo para ofrecernos a los humanos el ácido carmínico o colorante E-120. Para ser más exactos, el ácido carmínico nos lo dan las hembras de las cochinillas, pues los machos son unos sujetos poco útiles para la cuestión de los colores; viven sólo tres días, el tiempo que tardan en encontrar una hembra, darse a conocer, convencerla y copularla. Tras el ayuntamiento de los dos animales, el macho de la cochinilla muere, algo parecido a la «petite mort» de la que hablaba Bataille pero en versión definitiva. Bien pareciera que el macho fenece tras el coito por un exceso de celo en el acto sexual, pero la realidad está alejada de eso: el macho de la cochinilla tiene la boca atrofiada, como Aznar cuando hace como que habla en italiano, y se encuentra con graves problemas para alimentarse. A primera vista pudiera parecer que el macho de la cochinilla es un animal sediento, pues no encuentra manera para beber algo, pero como sólo vive tan sólo tres días casi no se da cuenta y al carecer de ese órgano natural tampoco se ve con esa sensación de «tener la boca seca» con la que nos encontramos a veces los humanos, sobre todo cuando hace calor. Muerto el macho de la cochinilla su espíritu asciende al limbo de las cochinillas macho, hasta el fin de los días. Diferente y mejor final tienen las cochinillas hembra, que por ser tan útiles para los humanos (para teñir los ropajes de los papas, por ejemplo) van directamente al cielo de los justos, cerca de Dios, y es allí, a los lados de sus pies y su cabeza y cerca de los seraphines, donde las cochinillas hembra, en grupos de 6.500 espíritus de estos animales cantan durante todo el día el «Gloria, Gloria, Dios, eres Todo Grande y Omnipotente».
Ilustraciones del manuscrito de José Antonio de Alzate (1777) «Memoria sobre la naturaleza y cultivo de la grana cochinilla…» Archivo General de la Nación de Méjico. En la imagen de la derecha vemos en primer lugar (a la izquierda) una cochinilla macho; en el centro, dos cochinillas hembra; a la derecha, otra cochinilla macho, ataviada al estilo «capa aguadera», sirviéndose de las alas como guardapolvo o mejor, como buriel, pues hace así referencia tanto a la prenda que usa como al color bermejo que tinta su cuerpo. Así también, en la zona de Salamanca, a este tipo de cochinilla llamábasele «guardiacivila» o «guardiacivila grana».
lunes, 14 de mayo de 2007
La verdadera historia del hombre invisible
El libro con el manuscrito de la verdadera historia del hombre invisible se encuentra guardado desde el año 1893 en el Museo de Historia Natural de Londres. Es un diario con formato de cuaderno en 8º, forrado en piel de cabritilla y teñida en rojo, con lomo de tela y guardas de papel veneciano tricolor. Hasta el día de hoy no se ha conseguido transcribir el texto, en espera de que algún científico tenga la idea de desencuadernarlo, separar cada una de las hojas y pasarlas por la llama de una vela.
En la foto: retrato del doctor Hawley Griffin.
miércoles, 9 de mayo de 2007
El hombre sin huellas en las yemas de los dedos
Ustedes no saben lo molesto que es carecer de huellas en las yemas de los dedos. Los vasos se escurren y ciertas telas como la lana y la seda o la textura del yeso producen una dentera de morirse. El hombre sin huellas en las yemas de los dedos hacía lo imposible para tenerlas, al contrario que algunos asesinos y ladrones de guante blanco (que por comodidad trabajan sin guantes) que hacían lo imposible para borrarlas de sus dedos. El hombre sin huellas en las yemas de los dedos se perforaba los dedos con cuchillas para levantarse heridas que con el tiempo se convirtieran en cicatrices que asemejaran los valles y cordilleras de las huellas dactilares. Pero con el tiempo la piel volvía a su ser y borraba toda marca, al contrario que los asesinos y ladrones de guante blanco, que por mucho que intentan borrar sus huellas siempre aparecen. En verdad, el hombre sin huellas en las yemas de los dedos no era lo contrario en todo a los asesinos y ladrones de guante blanco, pues era un hombre más bien normal, ni malo ni bueno. Más bien malo cuando se enfadaba.
viernes, 4 de mayo de 2007
Al doctor James Xavier se le fue la mano
Todo está bien en su justa medida y es bueno saber cuándo uno debe parar. Si el doctor James Xavier se hubiera conformado con la dosis de echarse unas pocas gotas de la droga "X-Ray" para ver a las señoras desnudas a través de los vestidos y entretenerse contando lunares de las espaldas en las fiestas de sociedad tal vez no hubiera encontrado tantos tumores malignos ni hubiera diagnosticado correctamente y justo a tiempo enfermedades a tanta gente, pero ahora sería un tipo bien feliz y bien fiestero y no hubiera dado ese espectáculo tan desagradable de arrancarse los ojos en mitad de una misa. Lo de la misa es lo menos, pero los feligreses, que no tenían nada que ver con el asunto del doctor, se quedaron con un cuerpo malísimo y aún hoy hay unos cuantos que recuerdan la escena con gran espanto.
La gallina que cantó despues de asada
Antiguamente los ilusionistas realizaban un truco de prestidigitación que provocaba gran asombro entre los asistentes. El mago mostraba una bandeja con un hermoso pollo asado, hacía un pase con los dedos y de pronto, como alma que lleva el diablo, el gallo pegaba un bote y salía corriendo enloquecido por toda la sala. Pónganse ahora en el pellejo del pollo: lleva varias horas dormido, tiempo del que se ha servido el ilusionista para desplumarlo, embadurnarle la piel de miel, colocarle los gorrillos de papel rizado sobre las patas y acostarlo tripa arriba con la cabeza escondida. Lo siguiente: que te despierten de pronto y encontrarte en el escenario de un teatro con cientos de personas mirándote fijo. Parece que el truco resultaba tan vistoso y espectacular que la gente gritaba, aullaba, voceaba, aplaudía y más de una dama caía desmayada. Por eso y, pensemos que por cierta simpatía hacia el animal, el truco del pollo ya no se programa en los teatros. Es posible que este truco sea conocido desde la antigüedad, al menos así lo atestigua el milagro de la gallina que cantó después de asada, atribuido a Santo Domingo de la Calzada, que, a fin de cuentas, cuenta algo muy parecido pero en versión más milagrera (Santo Domingo intercede en este caso, en lugar del mago). En verdad que es un truco bien canalla para los pollos. Luego están todos los trucos con palomas que acaban chafadas en los dobles fondos de mesas, cajas, bolsillos de frac y sombreros de copa, pero eso será para otro lugar, pues en este sitio se tiene más simpatía por los pollos que por las palomas.
«Los conejos de la muerte huyen por todos los lados».
Imagen amablemente cedida por el ilustrador David Vela (http://davidblogcartoon.blogspot.com) sobre textos del libro
«Los muertos y las muertas» de Ramón Gómez de la Serna.
martes, 1 de mayo de 2007
La mano y el ojo
La mano es más rápida que el ojo —dijo el ilusionista—, la solución suele estar en engañar al espectador con la voz mientras se realiza el truco. Así, mientras el ojo mira las palabras, casi no le queda tiempo para ver el traslado de una mano a otra. Ya sólo queda el segundo engaño: hacerle creer que el truco se encuentra en un movimiento anterior o posterior al cambio de manos. «Voilá», ahora el público aplaude y sus ojos siguen buscando en el interior de su cabeza en qué momento se realizó el engaño.
Es en ese espacio de tiempo cuando un buen ilusionista puede deshacerse con facilidad hasta de un rinoceronte, esconderlo tras su espalda y saludar.
En la foto: Miss Vesta Tilley. Ringling Collection.
lunes, 30 de abril de 2007
Los dedos de los pies
Los dedos de los pies hacen, al igual que los dedos de las manos, el número de cinco, o de diez, para ser más exactos. A diferencia de los dedos de las manos, los dedos de los pies no suelen contar ni señalar; sólo en casos contados, cuando su dueño se encuentra tumbado boca arriba en un sofá leyendo una revista y otra persona le pregunta «¿Dónde has dejado las tijeras? —por ejemplo—», entonces los dedos de uno de los pies señalan con desdén el objeto buscado. En otros casos, los dedos de los pies sujetan cigarrillos encendidos y los llevan a la boca de su dueño, pero eso sólo suele darse en las contorsionistas, que algunas veces son orientales vestidas al estilo parisino y otras son francesas vestidas al estilo «chinoise». Es una costumbre extraña lo de ser de un lugar y vestirse como si se fuera de otro que también se encuentra entre prestidigitadores y magos en general.
martes, 24 de abril de 2007
Moscas y mosquitos
Belcebú es un demonio malo pero malo. Por algo es el señor de las moscas. Ahora mismo, en la habitación anda rondando uno de sus sirvientes. Es una mosca gorda modelo kamikaze, que pertenece a la subespecie de las moscas pesadas que cuando estás delante de la pantalla del ordenador tienden a volar cerca de los oídos y a golpearse con ganas contra la cabeza. Te golpea, la espantas, se queda un rato quieta sobre la lámpara y luego vuelta otra vez. Belcebú no sólo señorea a las moscas, también es dueño de los mosquitos. Ya van cuatro en lo que va de semana; cuatro mosquitos con hambre, cuatro habones como cuatro soles. El uno en el dorso de la mano, el otro en el antebrazo, el tercero en el empeine y el cuarto en el cuello. De mañana no pasa, me compro algo contra el picor de las picaduras, contra las picaduras y contra los mosquitos. Belcebú, como tiene mucho séquito en la ribera, no los echará en falta.
sábado, 21 de abril de 2007
Los dedos de la mano
Los dedos de la mano son cinco y cada uno tiene un nombre diferente. Meñique, anular, corazón, índice y pulgar. El pulgar suele ser el dedo que cuenta a los demás y luego se cuenta a sí mismo. En ocasiones el pulgar se cansa de contar y es entonces cuando se ayuda del índice de la otra mano. Entonces, el pulgar de esa mano siente vergüenza del otro dedo pulgar y se suele esconder entre los demás.
En la foto, manera fácil y efectiva de confeccionar moldes de manos de cera para divertir a los invitados en sesiones espiritistas.
El constructor de barcos en miniatura y su sobrino Miguel
Desde que le dieron la jubilación anticipada, Fernando mataba el tiempo construyendo pequeños barcos a escala. Recortaba cada una de las piezas de madera con una sierra de marquetería, luego las montaba con mimo y, una a una, las encolaba ayudándose de un pincel de cuatro pelos. Después las pintaba, les hacía pequeñas perforaciones y las decoraba con diminutas taraceas. Todo era pequeño, las velas más grandes eran del tamaño de un sello y para fabricar los palos se servía de palillos chinos, que tallaba y tallaba hasta dejarlos finos y acerados como agujas. Cuando lo tenía todo montado, plegaba el palo de trinquete, el palo mayor y el palo de mesana e introducía la nave por la estrecha boca de una botella de muestra que en su momento se usó para contener coñac. Antes había atado largos cabellos a la punta de cada uno de los tres palos, y de ellos se servía para tirar cuidadosamente hasta que el barco se desplegaba en el interior. Y con el despiegue de los palos, el despliegue de las velas, que caían lentamente y con mucha gracia. Ese momento, el del izado y despliegue, no se lo perdía Miguel, que se quedaba mirando fijo fijo sin pestañear. Lo había visto muchas veces, pero siempre le parecía algo mágico. Miguel, su sobrino, era al que muchas veces mandaba a la peluquería del barrio a robar pelos. Como no todos los pelos servían, Miguel se especializó en hacerse con los mejores, así que entraba gateando en la peluquería, esperaba paciente a que la peluquera acabara su trabajo y rápidamente agarraba unos cuantos mechones, antes de que la ayudante de la peluquera los barriera y los metiera con el recogedor en el cubo de la basura. No era tarea fácil, pero aquello de esconderse con el temor de que lo descubrieran era algo que en el fondo gustaba mucho a Miguel. Se metía los cabellos en los bolsillos del pantalón y salía corriendo hasta llegar al portal de Fernando. «Tío, que traigo los pelos». Fernando le abría la puerta y Miguel se iba sacando los mechones de pelo y los iba dejando sobre el hule de la mesa. «A ver cuántos me has traído hoy» «Mira, estos pelos son bien largos», «Ah, pues estos son bien buenos», «bien buenos tienen que ser, que son de la señora Luisa, que dice que no se cortaba la melena desde que murió su marido y de eso hace ya lo menos 20 años», «Si largos tienen que ser, pero no son más buenos por largos sino por fuertes». Fernando, de tanto observar cabellos con la lente de aumento se convirtió en un especialista del cabello: «Estos pelos no valen, que son de muerta» y Miguel le contestaba: «Que no son de muerta, que son de un postizo que le han puesto a la hija de la señora Mercedes, que llevaba el pelo más bien corto y como dicen que han tenido prisa para casarla no ha tenido tiempo de que le crezca y dicen que una novia con pelo corto no es buena novia y se luce menos. Son los pelos de un postizo de pelo natural que dice la peluquera que se lo traen de la India», «Pues de india muerta será —le espetaba su tío —que estos pelos están más secos que secos» y Fernando comprobaba la elasticidad de cada uno de los pelos estirando de sus puntas con dos pinzas minúsculas «¿Ves? se parten con sólo tirar un poco, estos pelos son de muerta». Un día, Miguel recogió unos preciosos cabellos de Maribel, la hija de la «santa», que tenía una melena roja y ondulada que le llegaba hasta la cintura. No le hizo falta entrar en la peluquería para hacerse con ellos. Ese día Maribel estaba en la plaza con otras amigas y una de ellas le desenredaba el pelo con un cepillo de esos que hacen «cra-cra» cuando se pasan por el cabello. La amiga de tanto en tanto arrancaba bolas de cabello de las púas del cepillo y las dejaba sobre uno de los peldaños de la escalera. Fue fácil robarlos para Miguel. «Mira, tío, hoy te los traigo pelirrojos y bien largos». Fernando los tomó entre los dedos, los observó con la lente de aumento y le dijo a su sobrino «Otra vez que me trae pelos de muerta, cómo me traes estos pelos si sabes que no me sirven, que se rompen con sólo mirarlos», «Que no son de muerta —le respondió Miguel— que son de la niña Maribel, que la están abajo en la plaza peinando», y casi antes de acabar la frase oyeron un frenazo de coche, un golpe como a un saco lleno de paja y muchos gritos y lamentos. Sacaron la cabeza por la ventana y vieron mucha gente que se movía de un lado a otro y corrían pidiendo una ambulancia. «Pues ¿ves? ahora sí que ya no sirven» y Miguel asintió y sintió mucha pena por Maribel, que era una niña bien guapa y de pronto notó que igual le gustaba un poco y no se había dado cuenta hasta ese momento.
viernes, 20 de abril de 2007
José Jaime, un zombi adolescente
José Jaime era un zombi adolescente. Venía de una familia con larga tradición zombi. Su padre y su madre eran zombis, sus abuelos por vía paterna y por vía materna eran zombis, sus bisabuelos, sus tatarabuelos y no se sabe cuántos antepasados más eran zombis. También lo eran sus hermanos, sus primos segundos y primos hermanos, e incluso sus vecinos eran zombis. El problema estaba en que José Jaime no se creía zombi. Su padre, que era un zombi de categoría y bien recto le decía «José Jaime, tú eres zombi como toda tu familia, así que no se hable más», y no se hablaba más, pero José Jaime seguía empeñado en que de zombi no tenía nada. Que nadie se engañe, José Jaime era adolescente y tenía la costumbre de contradecir a su padre: «pero papa… (que lo decía así, sin acento en la segunda “a”, no por idiosincrasia zombi sino porque tenía esa forma de hablar) que yo no soy zombi», y de ahí no salía. José Jaime, por la cosa de la edad y las hormonas, tenía la cara llena de granos, pero casi no se le notaban sobre ese mal cutis que lucía: piel escamada y verdosa, jirones de carne colgando, mohos de varios colores y una colonia de hongos sobre la frente; con ese panorama cutáneo lo de los granos era lo de menos. A José Jaime le gustaba salir a la calle bien de mañana, bien temprano, con la fresca, a diferencia de su familia, que eran más bien nocturnos. Eso creaba unos problemas increíbles en el barrio, pues el chaval entraba a comprar un bollo o un suizo a la panadería y la gente salía gritando y haciendo aspavientos con las manos. Pasaba lo mismo cuando entraba en la tienda de las revistas o cuando iba al estanco a por sellos. José Jaime, que no se sentía zombi, no entendía por qué daba tanto susto a la gente, levantaba los hombros con las manos abiertas y se decía «es que no me comprenden». No olvidemos que José Jaime era, además de zombi, un adolescente como cualquier otro.
jueves, 19 de abril de 2007
El hombre obediente y el mentalista
Deja la mente en blanco, le dijo el mentalista, y él, que era muy obediente, la dejó totalmente en blanco. Luego, acabada la función, el mentalista intentó que volviera en sí, que despertara, pero no hubo manera. Si se deja la mente en blanco se deja la mente en blanco. El público comenzó a impacientarse, luego se cansaron y uno a uno fueron abandonando la sala. El mentalista preguntó si el hombre obediente había venido acompañado pero allí no respondía nadie. Así que optó por llevárselo a casa cargado sobre la camilla del número anterior. Ya en casa probó diferentes maneras de despertarlo, le gritó, le metió las manos en un cubo de agua fría, le sopló en las narices, le hizo cosquillas... pero el hombre obediente no despertaba. Así pasaron ocho años, tres meses y dos días. El hombre obediente seguía con la mente en blanco, el mentalista le traía sopas templadas, caldos calientes y cremas tibias y el hombre obediente las comía sin rechistar. Un día, pasados los ocho años, los tres meses y los dos días, el hombre obediente abrió los ojos, miró al mentalista y le dijo «qué relajado estoy», y acto seguido se murió.
miércoles, 18 de abril de 2007
Tormenta
Miren qué tormenta. Vaya, así de pronto no parece una tormenta pero si se fijan, a la izquierda, está cayendo una buena tromba de agua sobre el Moncayo. Hoy no se ve (el Moncayo), en parte por las nubes y en parte porque lleva unos días que no sale. Cuando se deja ver da gusto verlo. A ver si mañana sale y les pongo la foto. Ha caído la tormenta y en pocos minutos se ha puesto el cielo rojo, y luego violeta, y luego con tonos naranjas. Las tormentas me sientan mal tirando a peor, así que me he tomado una pastilla de ibuprofeno, se ha ido el dolor de cabeza y luego la tormenta. Razón para celebrarlo con una Shandy Cruzcampo, que es como gaseosa alimonada con un chorretón de cerveza. Está buena.
Antes era más de Couldina, pero desde que descubrí el ibuprofeno por cosa de una cefalea tensional ya como que me quedo con lo último.
Bienvenidos a Cambio radical
Miren, no estoy muy convencido con el asunto del diseño de este blog, pero por ahora así se va a quedar. Un pelín vaquero lo veo.