Érase una vez que en Tropojë vivía un campesino muy pobre que tenía tres hijos: Enver, el mayor; Dordje, el mediano y Balsa, el pequeño. Como ya dijimos, el campesino era muy pobre y todos los días se lamentaba de no poder llevar un plato caliente a sus hijos. Ese invierno fue el más frío que se recordaba y ni los rábanos crecían entre la escarcha del pequeño huerto. Un día [el campesino] volvía de recoger un poco de leña del bosque y se disponía a dejarla sobre el estiércol para que se secara cuando de pronto escuchó una voz:
—Brijne, Brijne (pues así se llamaba el campesino), cuídate de tirarme la leña sobre la cabeza, que me lastimarás.
—¿Quién habla? —preguntó el campesino a la vez que lanzaba los troncos a un lado— ¿quién anda ahí?
De pronto, una pequeña dama alada surgió del montón de estiércol.
—Soy Bracna, el hada del viento templado —respondió—como has tenido mucho cuidado de no romperme la cabeza con tu leña mientras descansaba te voy a conceder un deseo. Sé que tú y los tuyos pasais hambre, así que te voy a dar esta cuchara de madera. Cuando prepares el agua para hervir la sopa échala sobre el caldero y ya me contarás.
Y dicho y hecho, el campesino se despidió del hada, entró en la cocina y puso a hervir agua en un caldero. Al momento llegaron sus hijos Enver, Dordje y Balsa.
—¿Qué hay para comer hoy, papá? —preguntó el mayor.
—¿Qué hay para comer hoy, papá? —preguntó el mediano.
—¿Qué hay para comer hoy, papá? —preguntó el pequeño.
—Lo de siempre, agua caliente con esta media zanahoria que recogí del huerto —respondió el campesino.
Cuando el agua comenzó a bullir, el campesino se sirvió de la cuchara para remover [el caldo]. Al momento, del pobre caldero surgió flotando un buen trozo de carne de cerdo, unas patatas, col, una costilla, un cuarto de gallina, guisantes, habichuelas y un gran pedazo de sebo. Todos se quedaron muy asombrados y los hijos, de tanta hambre que tenían, cogieron sus cucharas y tomaron el cocido del mismo caldero hasta dejarlo más limpio que una patena bizantina.
—¡Qué buena comida, papá! —dijo el mayor.
—¡Qué buena comida, papá! —dijo el mediano.
—¡Qué buena comida, papá! —dijo el pequeño.
—¡Qué buena cuchara! —dijo el campesino admirando el regalo del hada.
Desde ese día y a lo largo de veinte años, el campesino no tenía otra cosa que hacer que poner a hervir un caldero con agua y remover con la cuchara. A los pocos segundos surgía como por arte de magia el plato completo. Unos días brotaba un cocido de legumbres con oreja de cerdo, otros un guiso de ternera con coles, otros un una densa y aromática sopa de pescado con anís. Los hijos, tras comer los estupendos guisos decían a la vez:
—¡Qué buena comida, papá!
—¡Qué buena cuchara! —decía el campesino.
Pero un día el campesino hizo como de costumbre y echó la cuchara [en el caldero con agua hirviendo] pero de ella no salía nada: no había garbanzos, ni coles, ni habichuelas, ni judías blancas, ni costilla, ni gallina, ni pedazos de cerdo. Así que, desesperado, llamó a la bruja del viento templado:
—¡Bracna, Bracna, ven por favor!
Al instante se apareció el hada del viento templado.
—¿Qué sucede, campesino? —preguntó el hada.
—Hoy como de costumbre eché la cuchara [en el caldero con agua hirviendo] pero no me hizo ni sopa ni guiso ni nada para comer ¿qué puedo hacer, hada del viento templado?
—¿En qué siglo estamos? — preguntó el hada.
—En el siglo XXI —contestó el campesino.
—¿Pues no crees que ya es momento de que enriquezcas tus sopas con Avecrem?
Y, dicho eso, la bruja desapareció.
martes, 26 de junio de 2007
La cuchara de madera (cuento tradicional. Albania)
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3 comentarios:
JAJAJAJA!!!!
Genial!
Vaya, vaya, vaya... conque haciendo apología del GMS(*), o sea, glutamato monosódico. Pues que sepas, Harry, que es uno de los principales causantes del síndrome del restaurante chino.
(*)No confundir con GPS, que es eso que se lleva bajo el brazo o en el bolso de la señora esposa, como antes los radiocasetes, para que no te lo roben y para poder ir al Corte Inglés de Madrid sin dar antes dos o tres vueltas por la M40.
Pues sí pues sí, en todo caso, sabe usted que en el ranking de alimentos que ponen malo está el cacahuete. Para los alérgicos al cacahuete, mala cosa, para los que no lo son, o los pone gordos o les da dolor de cabeza por el cianuro que llevan. Vaya, que el cacahuete es mala cosa. Con su cáscara resulta bonito, eso sí, y cuando le ponen un sombrero de copa y unos anteojos parece hasta un snob fino, pero es malo. Los cacahuetes nos miran mal, acechando. De ellos será el poder mundial cuando desaparezca la humanidad del planeta (de ellos y de las gambas, añado).
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