sábado, 6 de junio de 2009

El restaurant Phillies, abierto hasta las dos

Soy el hombre que lijó, tiñó de color cerezo y barnizó con barniz brillante la barra triangular del restaurant Phillies. Tardé dos días enteros, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, haciendo una parada cada día de una hora para almorzar.
Soy la perra Teckel que paseó, junto a mi dueña, frente a la fachada del restaurant Phillies cuatro horas antes de ningún suceso.
Soy la mujer que vive en el primer piso de la casa pintada de rojo que hay justo enfrente del restaurant Phillies. Enviudé hace cinco años. Mi vida no es mala. Miro a través de la ventana cómo pasa la gente. La gente va y viene del trabajo y así van pasando la vida. De noche dejo la persiana a la mitad, la luz del restaurant entra en mi dormitorio y me lleva al sueño. Sueño que bailo con Rob en esos salones enormes de suelo blanco y brillante a los que nunca fuimos. Sé que llegará un día en que me junte con Rob y entonces bailaremos con nuestras mejillas pegadas, una contra otra. Las suelas de mis zapatos de salón se deslizarán como si volara.
Soy el pintor que dibujó con lápiz graso, escuadra y cartabón y que luego delineó con pincel fino y a pulso las letras del cartel de madera del restaurant Phillies. Lo hice en una tarde de verano y cobré pronto, dos días después. El dueño luego me invitó a comer una pieza de carne y una cerveza helada.
Soy el hombre que acaba de tomar una hamburguesa con guarnición, una cerveza fría y una ración de tarta de crema con frambuesas y arándanos en el restaurant Phillies. Llegué hace seis horas a Nueva York y hace un par de horas alquilé una habitación individual en un hotel de la calle St. Charles, cerca de la avenida Greenwich. Es una habitación pequeña con baño compartido, pero está limpia y no es muy ruidosa. Debería estar de vuelta en Hampden el martes.
Soy Jo, que posa para mi esposo con un ajustado y brillante vestido rojo mientras observo que tengo un despinte en la uña del pulgar de mi mano derecha.
Soy el hombre que se levantará a las cinco de la mañana, se vestirá, bajará las escaleras, pasará frente al ventanal del restaurant Phillies y recorrerá la avenida Greenwich hasta llegar a la parada de metro que le llevará a su trabajo.
Soy el pintor que pintó de un hermoso verde la moldura interior del restaurant Phillies y aconsejó pintar la zona inferior y la puerta de acceso a la cocina de un brillante amarillo ocre.
Soy el reponedor que cada semana lleva sirope de limón al restaurant Phillies para sus granizados.
Soy Linda, la enfermera que en este preciso instante celebra con sus compañeras del St. John's Hospital la cena de Navidad en el hotel que hay a dos manzanas del restaurant Phillies.
Soy el propietario del local que hay frente al restaurant Phillies, y que ahora, en este mismo instante, duerme.
Soy el camarero del restaurant Phillies, que ahora, mientras enjuaga una bayeta bajo el grifo de agua fría, conversa con el hombre del sombrero gris y traje azul que está acompañado de una mujer vestida de rojo que mira, con desgana, sus uñas.
Soy el coche que ha pasado, hace cinco minutos, frente al restaurant Phillies.
Soy el hombre que ha pasado frente al restaurant Phillies conduciendo su coche de camino a casa.
Soy el responsable de la empresa cristalera que instaló, hace ocho años, el ventanal curvado de la fachada del restaurant Phillies. Se hizo en cinco piezas, cuatro planas y una curvada y tuvimos que utilizar el camión grande para llevar todo el material hasta la avenida Greenwich.
Soy el camarero del restaurant Phillies, que espera que los tres trasnochadores se vayan del local para cerrar y volver a casa. Allí me espera mi esposa, Jenny, y mis dos niños, que seguro que duermen como ángeles.

12 comentarios:

miguelgato dijo...

Me tienes perplejo Sonfór, esta pequeña historia aislada (al igual que otras que relatas), aún sin venir a cuento de nada (aparentemente por lo menos),es entretenida y meticulosa, mas bien escrupulosa en sus descripciones.
Lo que ya me desmonta es por qué enlazas tan minimalisticamente la ilustración del restaurante que para mas señas ya ni era necesario. Tiene cojones que es tal y como te lo vas imaginando conforme lees.
¿Me pierdo algo que los demás ya saben?

Estooo... un saludo ;p.

Javier de la Iglesia dijo...

Según leía esperaba que apareciera el gángster. Sólo hay un hombre que come hamburguesas. Eso también lo podría hacer un gángster, pero lo de volver a un sitio como Hampden ya no es cosa habitual de pistoleros. En fin, que me quedo sin mi gángster y eso que en 1942 todavía no era vulgar ni estaba mal visto.

Harry Sonfór dijo...

Pues no tengo muy claro por qué he puse el link con lo evidente que era todo, no, miguelgato. Yo creo que que lo hice más que nada para que no pareciera una adivinanza o algo así. para que no dijeran ustedes «¡La gallina!». Pero... también suponer que todo el mundo conoce ese cuadro pues también es mucho suponer. Bueno, en realidad no sé muy bien por qué hago estas cosas. Así que, de todos, el más perdido soy yo.

Harry Sonfór dijo...

Javier, aquí no hay gángster, pero le prometo que en una entrada próxima le pondré gángster. Espero que no me dé ahora por hablar de cuadros y me toque la Gioconda o algo así, a ver cómo meto el gángster en la la Gioconda.

Javier de la Iglesia dijo...

Ya puesto, leo el cuento de Hemingway "Los asesinos" que sucede en Henry's,un "diner" de ese estilo. Me suena todo (lo del "chico listo" que le dicen al camarero; cuando le piden que salga el negro de la cocina; preguntan por el "sueco", etc.), tanto que me doy cuenta de que hay una película de gángsters famosa en que trabaja un actor algo alto que hace de sueco, creo. Seguro que os acordáis.
Ahora me doy cuenta: el "sueco" alto era Burt Lancaster. Y hay otra versión posterior. ¡Qué incultura cinematográfica!

http://en.wikipedia.org/wiki/The_Killers_(1946_film)
http://en.wikipedia.org/wiki/The_Killers_(1964_film)

Arkab dijo...

Harry, estoy aquí en el patio junto a la piscina y no puedo aguantarme: Oiga, que tengo unas canillas, en chanclas, que son para verlas. Un primor. Vaya canillas bonitas que tengo en chanclas; un poco raras de depilación por la cosa salvaje ésta que tenemos que sufrir los que nos ponemos medias de ejecutivo, pero, oiga, un primor de curvaturas. Y usted se estará preguntando para sus adentros «¿Y la tableta de chocolate, qué? ¿Eh?». Bien, pues yo le contesto: «¿Y la tableta de chocolate, qué? ¿Eh?». Me voy que se me quema la barbacoa.

miguelgato dijo...

¡Uf! que alivio.
Perdona pero tenía que preguntar.

Un abrazo

Harry Sonfór dijo...

Nada, que no he visto The Killers, Javier. No me suena, no.

Harry Sonfór dijo...

Me ha quitado la pregunta de la boca. ¿Y la tableta de chocolate, qué? ¿Eh?
A mí me pasa lo mismo, Arkab. Oiga, el otro día que me puse los pantalones rodilleros de andar por casa, me quedé frente al espejo y me dije: Gracias Dios mío por darme estas canillas. Ni Miguel Ángel llegó a atreverse a dibujar con su cincel algo tan perfecto y lleno de hermosura. Vale que lo demás no acompaña, pero las canillas, ay, las canillas... qué canillas tengo.

Harry Sonfór dijo...

Nada, nada, si se ha quedado aliviado me alegro, miguelgato.

Badil dijo...

¿Lo cualo enlace minimalista? Que igual no me he quitao todas las legañas, pero que no veo enlaces ni boas, ni ná.

Harry Sonfór dijo...

Que sí, que hay un enlace pequeñico en el punto final.

Aclaración sobre el punto final: se dice punto final y no «punto y final» como nos decían en los dictados del colegio. Punto final. Suena mejor, además. Punto final. Es el punto que acaba. Punto final. Suena mejor.