viernes, 4 de septiembre de 2009

Unos cuantos peces de cuidado

Ciertamente dicen que el salmonete cohíbe la tempestad de las pasiones, pero vuelve ciegos instantáneamente a los que comen sus ojos.
Y el que se llama timalo por la flor; porque así llega a oler el que a menudo los come, causa que éste pueda oler los peces en los ríos.
Dicen que por ley de naturaleza ninguna de las morenas es de sexo femenino, pero se aparean y se renuevan, y multiplican sus crías con semilla ajena, pues muy a menudo ciertas serpientes se reúnen en las costas en las que viven y, amables, producen sonidos y silbidos, y de costumbre se aparean con las morenas que a tal llamada acuden.
Es también cosa digna de admiración que un erizo de mar, que no mide más de medio pie, pueda dejar como encallada en tierra firme cualquier nave a la que dé en pegarse y no le permita moverse hasta que se suelta, y por ello tal poder es terrible.
Y el que llaman espada porque hiere con agudo espolón, éste temen mucho que en medio del mar se llegue a una nave, pues si se enoja al punto la perfora y partida la hunde en súbito remolino. Hácese también temible por la cresta de su lomo, que es como sierra para las quillas: con ellas las ataca nadando por debajo del barco, y cortándolas da paso a las olas. Así que es temible por su cresta como por su espada.
Y el dragón marino, que según dicen tiene bajo sus plumas veneno, es temible para los que lo capturan, y cuantas veces pincha, al herir suelta veneno.
Se dice que el torpedo tiene otras armas de destrucción: pues al que toca uno de estos peces todavía vivo, los brazos y las piernas se le entumecen y todos los demás miembros como muertos dejan de hacer su oficio. Así de dañosa suele ser el aura de su cuerpo.
Con estos y otros peces enriqueció Dios el mar, y entre sus olas entremetió muchas tierras que habitan los hombres por su fertilidad.

Geoffrey de Monmouth, Vida de Merlín, Siruela, Madrid, 1986.

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