viernes, 19 de septiembre de 2008

El cuento cursi de las cinco de la mañana

Dicen que una buena parte de los pacientes que han sufrido la amputación del algún miembro sienten su fantasma durante tiempo. Años, toda una vida también. El fantasma de una parte de su cuerpo que ya no está pero que ellos ven o sienten (unas veces les causa molestias; otras les produce dolor; otras les incomoda para realizar ciertas tareas, como le sucedía a aquel marinero que perdió el dedo índice de su mano derecha y durante cuarenta años temió sacarse un ojo con el miembro amputado cada vez que se rascaba la nariz). F. perdió a su novia, y tan acomodado estaba a ella que sintió que le acompañaba su fantasma durante muchos años. F. hacía una vida normal. Se levantaba temprano para ir a trabajar y daba un beso al fantasma de su novia. Volvía por la noche y preparaba la cena con el fantasma de su novia. Se acostaba junto al fantasma de su novia y le contaba todo lo que le había acontecido en el día. Una vida normal con un fantasma. Cuando su novia aún no era un fantasma, F. solía acompañarla al cine los domingos por la tarde (cómo le gustaba el cine a esa mujer), hiciera frío o calor, aunque cayeran chuzos de punta. F. salía del cine con su novia a eso de las siete, rodeando sus hombros con el brazo derecho. Pasaron tantos años de noviazgo con su novia antes de que se convirtiera en fantasma que aquello se convirtió en costumbre y, varios años después de la desaparición de su novia, F. seguía yendo cada domingo al cine, de cinco a siete. Compraba dos entradas en la taquilla, dos paquetes grandes de palomitas (unas con sal, otras, de esas de colores azucaradas), regalices rojos y negros, altramuces y caramelos blandos y veía con su novia fantasma el estreno de la semana. A F. le gustaban las películas del Oeste, pero su novia era más de películas románticas y cuando coincidía que veían una película de vaqueros cariñosos se sentían muy felices los dos. A la salida, F. tomaba el fantasma de su novia con el brazo, apoyando la mano en su hombro de novia fantasma. Eso resultaba bien raro para la gente que veía a F. caminado por la calle con el brazo en alto, como si lo tuviera escayolado o llevara un enorme paquete invisible. Aquí, en este momento, entra S., que era una mujer bien bonita que siempre estuvo por los huesos de F., aunque él nunca se percatara de aquello. Lo quiso desde el primer momento que lo vio, en clase de primaria, incluso se acordaba de la ropa que llevaba ese día cuando entró en clase por primera vez, cinco minutos tarde y mirando de un lado a otro. S., la chica bonita, lo seguía con la mirada, a escondidas, todos los domingos a la salida del cine, en un tiempo, cuando paseaba con su novia, después, cuando paseaba con el brazo levantado y todo el mundo se reía de él tomándolo por un loco. Un día, S. se armó de valor y corrió de puntillas tras F. y, cuando estaba bien cerca de él, agachó su cabeza, dio un respingo y se acomodó bajo el brazo de F. F., tan absorto estaba con su novia fantasma que no se dio cuenta de aquello, tampoco de los dos años siguientes en los que F. se levantaba para ir al trabajo y le daba un beso, o cuando hacían la cena juntos, o cuando le contaba todo lo que le había sucedido en el trabajo a lo largo del día y la llamaba con el nombre de la novia fantasma. Una noche, mientras veían la televisión, F. giró la cabeza y se encontró con S. «Pero ¿qué haces tú aquí?» le dijo. y S. le respondió «Pues mira, aquí estoy». F. acababa de perder de vista al fantasma de su novia. Le quedaba una oportunidad para no volver a ser tan comodón.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Oiga, pues a mí me parece una historia muy bonita, nada cursi. ¿Que quiere salir usted también contestando preguntas como el señor del cochecito de golf eléctrico?

La culpa de toda la cosa ésa de los miembros amputados va a ser del Homúnculo de Penfield (ojo, que no es lo mismo que contesta todas las noches Cristina Tárrega en Telemadrid a la pregunta de don Jaime «¿Cómo estás Cristina?», «como un culo, Peñafiel»). Le recomiendo mi libro Fantasmas en el cerebro, Ed. Debate, 1999.

Anónimo dijo...

No hay fantasma que por bien no venga,
y cómo se divierten, además.

Harry Sonfór dijo...

Sí señor Ramachandran. Lo primero que quiero es la casa en los alpes suizos, luego ya lo demás viene seguido. Oiga, que para ser hindú habla usted el sevillano muy bien. No conocía ese libro, pero parece bien interesante...

Harry Sonfór dijo...

Oiga, Koldo, que no, que no todos los fantasmas se divierten. Mire todos esos fantasmas que vieron las película Ghost que andan en un sinvivir paquí pallá mirando a ver qué amigo se la pega con su señora, a ver quién le pone la pierna encima a su señora cuando hace pucheros e intentando mover objetos en el metro. Eso es un sinvivir.

Harry Sonfór dijo...

¿Pero han visto qué guapa está Gloria Talbott en la foto de la cabecera?

Arkab dijo...

¿Es sólo a mí a quien le parece que le están tirando del moño patrás doscientos bilbaínos fuertotes a la señora Gloria? Lo mismo es que se pone así de achinaíca cuando se empieza a enfadar...

Harry Sonfór dijo...

No, no, Arkab, que es que era así. Si busca más fotos de ella verá además que le gustaba ir a la moda llevando esos sujetadores pinchotudos acorazados que tan bien quedaban. Bueno, a mí me gustan.

Anónimo dijo...

Yo no me creo que después de 40 años uno se crea que todavía tiene dedo u otro órgano... amputado en plan bestia. La distancia es el olvido, el mal de amor se cura con el paso del tiempo y la amputación se cura con el paso de los siglos. Imagínate de aqui a cien años todos calvos, entonces ya me dirás que dedo te metes en la nariz :).
Por cierto! la historia del fantasma es estupenda.

Harry Sonfór dijo...

Lubis, Oliver Sacks cuenta en su libro que el pobre marinero dejó de sentir el fantasma de su dedo cuarenta años después, no porque se cansara el dedo fantasma y se fuera a sacarle el dedo a otro, sino porque contrajo una neuropatía diabética sensorial y con ella perdió la sensibilidad de los demás dedos. Como perdió la sensibilidad de todos los dedos, el fantasma del dedo también desapareció. Pero cuarenta años después. Era un dedo fantasma muy pesado y amargante.

Helter dijo...

Qué curioso, a mí la cursilez me sobreviene más temprano. A las cinco de la mañana se me ocurren los de zombis y sexadoras de pollos.

Spanique dijo...

Hay una escritora francesa de novela negra, Fred Vargas, que me gusta mucho. En una de sus novelas (ahora no recuerda cual pues tengo todas) uno de los parsonajes se llama Lucio. Es un republicano español exilado en Francia. A este señor le amputaron un brazo. Cuando sobrevino la desgracia, a Lucio le había picado una araña y cuando le cortaron el brazo, la picadura no se había curado. Y a Lucio le sigue picando el brazo. Según él porque la cosa no había terminado, la picadura no se había curado. Y mientras no se termina lo que se empieza, el fantasma de la picadura, del gol que no se marcó, del amor, de la vida sigue ahí. Eternamente

Badil dijo...

¡Que bien, Harry! Ya sabemos que regalarle para su cumple.
http://www.youtube.com/watch?v=8zxNf8TwwTo

Anónimo dijo...

bien, vale, de acuerdo joer! :)