miércoles, 28 de octubre de 2009

Janet Leigh y un perrete con pajarita

Los seguidores de este blog ya sabrán que el Altísimo me otorgó a través de un ángel anunciador que era todo luz celestial y prístino fuego ardiente un permiso divino para poner fotos de Paulette Goddard, Silvana Mangano y Janet Leigh cuando me viniera en gana, se celebraran o no sus cumpleaños. Hoy celebramos el cumpleaños de Elsa-Lanchester, pero pongo en su lugar una foto de Janet Leigh con un perrete, que me gusta más. Me disculparán esa debilidad y comprenderán que si en la foto las actrices salen, además, con un perrete, pues más razón aún para ponerla. Así está la cosa, que diría que digo Mrs. Marideliwes.
Me gustaría hacer hoy una entrada de dos anuncios que me han hecho botar en el asiento, pero no me veo capacitado, porque los he visto a medias y no cuento con toda la información. Uno es de las medias Golden Lady, con una señorita con gafas y aspecto de estudiante que conforme va recorriendo una biblioteca universitaria se va quitando la ropa hasta quedarse en bragas con medias de ligas musleras. Me gustaría pensar que he oído mal, pero creo que decía que todo su trabajo y dedicación era para conocer más a los hombres. Ole, el presentimiento masculino de que las mujeres van a la universidad para pillar marido y que las materias que estudian se las traen al pairo revelado y corroborado en veinte segundos en un anuncio de medias de la tele. El creativo los tiene como el caballo de Espartero, y, además, cuadraos. El otro, más chusco aún, lo he medio visto por la mañana y son unos muñecos que venden en parejas que se llaman algo así como Mila y Malo. Los venden en parejas porque son gemelos. Malo, con ese nombre, pues no puede ser otra cosa más que malo, aunque una voz en off de niña diga que Malo no es malo. Y me parece una idea muy maravillosa eso de condicionar a las crías ya de pequeñas para que cuando sean mayores estén preparadas para, si tienen dos críos, tratarlos de forma diferente. A uno de bueno y al otro de malo. El malo, el pobre, por mucho que intente cambiar su imagen, será el malo, se rebotará, hará perrerías para llamar la atención y acabará delinquiendo o, peor, leyendo a John Boyne y diciendo, encima, que le gusta. No hay peor perversión. Los condicionantes parentales, que se dice. Pero eso, que como los he visto a medias igual tengo una idea equivocada y luego son unos anuncios estupendos. A ver si los vuelven a poner y les digo.

martes, 27 de octubre de 2009

Nietzsche tragando sapos

Recientemente soñé que la piel de mi mano, que estaba frente a mí en la mesa, se hacía como de vidrio; podía ver con claridad sus huesos, sus músculos, sus tejidos. De súbito vi un grueso sapo posado en mi mano, sintiendo al propio tiempo la irresistible necesidad de tragármelo. Venciendo mi atroz repugnancia lo tragué.

Sueño relatado por Nietzsche a una muchacha en Basilea. Lo cita C. A. Bernouilli en Franz Overbeck und Friedrich Nietzsche. Eine Freundschaft, que a su vez cita C. G. Jung en Símbolos de transformación, Paidos, Barcelona, 1982.

Que eso me ha llevado a recordar que el otro día vi a Bear Grylls, el de El último superviviente, sacándole un ojo a una oveja muerta con la cara extrañamente enrojecida (la oveja, digo; Grylls también tiene la cara enrojecida pero es que es inglés). Tras una ligera cocción en agua caliente, al comer el ojo dice «es como comer un cartílago lleno de sangre». Le falló, pues, la cocción. Yo de crío recuerdo que comía con mucha alegría cabezas de ternasco asadas (creo que sin caer en la cuenta de que comía una cabeza, pues me parecía más bien una especie de plato combinado con diferentes texturas) y el ojo estaba crujiente, jugoso, pero no recordaba a un cartílago lleno de sangre. Bueno, tampoco voy a recordar mucho, que se me revuelve el cuerpo. Pero bien, a lo que voy, a Bear Grylls le falló la cocción. La proteína, en contacto con el agua hirviendo, se contrajo y se endureció. Los ojos, mejor asados.

domingo, 25 de octubre de 2009

El jardín de los árboles soñados

En el jardín de los árboles soñados hay un árbol cuyas hojas son verdes por una cara y rojas por el envés. Hay un árbol enorme con un grueso tronco que se bifurca y que con sus ramas forma una amplia jaula-comedero que alberga diferentes aves de plumajes muy vistosos. En el jardín de los árboles soñados hay un árbol que mata a todo aquel que duerme bajo su copa; incluso al que se tumba al fresco de su sombra y no duerme, cuando está desprevenido, lo mata. «Aún no me había dormido», le acusa el muerto. «Cómo quieres que sepa si estabas dormido o despierto, si soy un árbol», le responde. En el jardín de los árboles soñados crece un árbol muy pequeño cuya única particularidad es que, en primavera, con todo ese maldito polen que se desprende de las flores de otros árboles, tose como un viejo. Hay otro árbol que siempre está verde excepto de noche, que se torna oscuro. En el jardín de los árboles soñados hay un árbol repleto de frutas dulces y brillantes del que dicen que el que las come olvida todos sus recuerdos y se vuelve un salvaje incapaz de entrar en razones. En el jardín de los árboles soñados hay un árbol que da por un lado manzanas y por el otro ciruelas claudias. «Es un injerto», dice de él el árbol chivato. En el jardín de los árboles soñados hay un árbol cubierto todo de musgo que no tiene nombre en latín. Y hay un gato, que por ser de pelaje tricolor dicen que es gata, que sube por los troncos, se lima las uñas en la corteza y caza pájaros de rama en rama, con singular maestría. En el jardín de los árboles soñados hay un par de árboles que no pueden ni verse. Y hay un árbol de buen porte en cuyas ramas descansan las cabras siempre y cuando los monos las dejen estar y no se entretengan tirándoles nueces a la cabeza. En el jardín de los árboles soñados hay un árbol cuyos frutos convierten el agua en vino y el vino en vinagre. Y hormigas que suben y bajan por los troncos. Y escarabajos, y moscas, y chinches, y diminutas crisálidas que cuelgan de las ramas como frutos verdes. Y los desordenados huesos de un perro enredados entre las raíces, buscando día tras día, la manera de recomponerse.

Otro sueño

Sueño 1
Salgo de un portal que reconozco como familiar y me encuentro en una barriada de edificios racionalistas de hormigón, de color gris. Frente a mí hay un portal idéntico al que tengo a mi espalda. Todo está oscuro pero veo a través de los cristales que una persona baja las escaleras. Se abre la puerta y sale una persona cuya cabeza no tiene rostro y luce un corte en sección, oblicuo. Primer plano de la cabeza, mi curiosidad me lleva a observar con detalle su aspecto. Parece de madera, lisa, como las de los maniquíes de los cuadros de Giorgio de Chirico. El corte, la sección, es limpia. Esa figura con cabeza lisa se acerca a mí y yo me alejo muy asustado. Huyo por las calles vacías de color gris y llego hasta los exteriores de un enorme campo de fútbol de hormigón rodeado de edificios que parecen fábricas abandonadas. No hay sonido, no hay personas. Vuelvo a la barriada o a un lugar similar y me encuentro de nuevo con la persona de la cabeza con el corte oblicuo, que vaga como un fantasma. Detrás, a lo lejos, hay otro, y otro, varias personas con la cabeza de madera seccionada. Caminan como si no vieran y pienso que no tienen ojos, que es normal que caminen así, pero noto que me sienten, me detectan y me persiguen. Salgo corriendo y me despierto muy asustado.
Sueño 2
Salgo de un portal que reconozco como familiar y me encuentro en la misma barriada racionalista del sueño anterior. Veo una figura que baja las escaleras. Es la misma, con la cabeza de madera sin rostro con un corte oblicuo. Me asusto y salgo corriendo. Corro por las calles y me voy encontrando con otras personas con el mismo aspecto. En el sueño recuerdo que todo esto ya lo había soñado días antes. Me despierto muy asustado.
Aprendiz de Freud: ¿y no cree que con los añazos que tiene ya debería tener superado el complejo de castración? Ese sueño me huele parecido a esos que contaba usted de su infancia, cuando soñaba que hacía pis y se le caía el pito por el váter o ese otro sueño tan raro de las ocas sin cabeza corriendo por todos lados.
Servidor: Pues va a ser un sueño de complejo de castración, sí.
Aprendiz de Freud: Pues va a ser eso, sí. Pues ya no tiene edad.
Servidor: Pues ya no tengo edad, no, pero así está la cosa.

sábado, 24 de octubre de 2009

Un grupo de señoras gigantes invadiendo las calles de la ciudad

Woody Allen encontraba suficientes razones para seguir viviendo mientras veía la película Sopa de Ganso de los hermanos Marx en una sala de cine. A servidor le pasa algo parecido, si sirve el símil, viendo esta escena de King of Jazz, de John Murray Anderson (1930). El señor que bailotea moviendo mucho las piernas es Al Norman en el número «Happy Feet», con la orquesta de Paul Whiteman. Son muchos pies contentos. No me canso de verlo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Feliz cumpleaños, Lux Interior

Hoy celebramos el cumpleaños de Lux Interior, que nació un día como éste y se murió el 4 de enero de este mismo año. Me dio mucha pena, oigan. A ver cuántos señores conocen que son capaces de llevar unos taconazos de aguja de palmo sin perder un ápice de varonilidad. Con los dedos de una mano y les sobrarán dedos.

martes, 20 de octubre de 2009

De las orugas del pino

Al que trague la oruga del pino, luego le sobreviene furor del paladar y gran inflamación de la lengua, con tan bravo dolor de tripas que piensa el paciente que le son roídos los miembros interiores, además del hastío que siente y del insólito ardor universo. A éstos los socorreremos en la misma forma que los que tragaron cantáridas, salvado que usaremos con ellos del óleo melino (que se hace de membrillos y aceite) en lugar del común.

De Pedacio Dioscórides en el Libro de los venenos, edición de Antonio Gamoneda, Siruela, Madrid, 1995.

sábado, 17 de octubre de 2009

De la incapacidad para contar

Este gripazo, esta influencia del demonio, me ha mermado la capacidad para contar. Me ha dejado seco. Digo yo que, como la misma gripe, se pasará, será algo pasajero. Suelo salir reforzado de cada gripazo o, al menos, eso me he querido creer. Uno, que es poco místico y conforme pasa el tiempo menos, suele encontrarse siempre con ese momento de revelación cuando nota que ha ganado la batalla al virus. Ese momento en el que me ducho (claro, sí, hay otras duchas durante el gripazo, pero son duchas de gato en la bañera, duchas con escalofríos, duchas en las que las gotas de agua se pinchan en la piel como alfileres) y siento que me limpio, que me saneo por no decir que me purifico, que me he quitado el mal pelo, vaya. Entonces, por seguir la tradición, me visto con ropa de casa blanca o clara, me afeito y me pego un día que hasta llego a creer en una especie de espiritualidad. Me dura poco, unas horas, un día máximo, y vuelvo a la ropa oscura y a sentirme como un humano con menos espiritualidad que cuarto y mitad de chopped, gracias a dios. Esa incapacidad para expresar, ese no verle sentido ni utilidad a lo que uno cuenta me ha llevado a ir dejando paulatinamente cualquier cosa que tenga que ver con lo que se conoce como expresión artística, en parte por no encontrar el motivo, en parte por pudor, o qué pudor, por vergüenza. Ahora me pregunto si cada cacho de esa facultad se ha ido con cada gripazo anual. La otra noche, ahí en pleno estado febril, tuve una pulsión de escribir un libro. Pensé en la idea y me gustó. Luego, repensando, llegué a la conclusión de que la única razón para sacar un libro era para escribir «el libro que el lector tiene en sus manos» o «este libro que usted tiene en sus manos», o «este libro que ahora tiene el lector en sus manos» o «el libro que ahora usted, lector, tiene entre sus manos». Me gusta cómo suena eso. Tiene su parte engreída y su parte de acercamiento malicioso al que lee. Es una forma de tenderle la mano al lector sin la necesidad del jodido contacto físico que sufren los autores en las ferias del libro. «El libro que el lector tiene en sus manos» es una frase que mola. Así que pensé en escribir un libro obsesivo sobre eso. Un libro que dijera en todas las páginas, sin parar, la frase «el libro que el lector tiene en sus manos». Como en algunas películas, cuando el actor dirige su mirada a la cámara y habla al espectador, escribir cada dos líneas «el libro que el lector tiene en sus manos» tiene que resultar inquietante. Alienante. Así que luego pensé cómo resultaría un libro gordote, de unas cuatrocientas páginas, cuyo único texto fuera «el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos, el libro que el lector tiene en sus manos» pero luego pensé que eso ya lo hacía Jack en El resplandor cuando llenaba páginas y páginas con su máquina de escribir en las que solo ponía «All work and no play makes Jack a dull boy». Así que me quité esa idea y pensé en un libro en blanco en el que en una sola página apareciera una sola vez la frase «el libro que el lector tiene en sus manos», y entonces pensé que me estaba acercando peligrosamente a esos productos conceptuales, esas poesías visuales que se mueren de cursis, que llevarían al lector a sacar conclusiones sobre el sentido de la obra escrita, su transmisión, sobre el compromiso del lector como vehículo receptor y todo eso y me dije ¡Para quieto! y entonces me revolví en la cama, dejé la mente en blanco y conseguí dormir. Hoy ya, que me noto mejor, jodido, aún con fiebre, estornudando y tosiendo sin parar pero mejor, ya me noto más persona, pues se me han quitado las ganas de sacar el libro. Mejor. Ahora me queda que llegue ese momento de la ducha buena, de vestirme de blanco como una novicia y de sentir el éxtasis posgripal, para luego volver a mi estado normal, que es un natural medio pachucho, medio pocho, encafetao, reconfortantemente rutinario. No saben cómo deseo eso.

jueves, 15 de octubre de 2009

Anaïs Nin, editora, tipógrafa, impresora

La señorita Nin vino a Nueva York, y en 1942, cuando no podía encontrar un editor americano para Winter artifice, GBM [Gotham Book Mart] se ofreció para ayudarla a reunir el dinero que le permitiese a ella misma imprimir el libro. Le prestamos 100 $ y ella recibió la misma cantidad gracias a suscripciones enviadas por unos cuantos amigos. La señorita Nin se puso a aprender el manejo de una imprenta de pedales y en un par de meses había producido 500 ejemplares de Winter Artifice, ilustrados con seis grabados de Ian Hugo. Estos grabados los imprimió ella misma directamente de las planchas de cobre, utilizando, dijo «un viejo y olvidado método inventado por William Blake». Anaïs logró vender 400 ejemplares, más que suficientes para cubrir los gastos. De los restantes obtuvo más papel para una edición de su siguiente libro, Under the glass bell, que fue publicado en 1944. Era un libro más pequeño que Winter artifice, y también contenía unos espléndidos grabados de Ian Hugo.

Frances Steloff, En compañía de genios. Memorias de una librera de Nueva York, Ediciones de la Rosa Cúbica, Barcelona, 1996. La traducción es de José Manuel de Prada (ojo, el traductor, no me lo confundan con el tertuliano Juan Manuel del mismo apellido, ese ser adorado por literaturópatas y odiado en este blog).

La señora de la foto es Anaïs Nin frente a la mesa con la caja de tipos en el taller de impresión que montó en la buhardilla de la calle Macdougal de New York.

viernes, 9 de octubre de 2009

Como pez en el agua

Cuando el cine no es documento, es sueño. Por eso Tarkovsky es el más grande de todos. Se mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito, de todos los medios. Yo me he pasado la vida golpeando a la puerta de ese espacio donde él se mueve como pez en el agua. Sólo alguna vez he logrado penetrar furtivamente. La mayoría de mis esfuerzos más conscientes han terminado en penosos fracasos.
Fellini, Kurosawa y Buñuel se mueven en los mismos barrios que Tarkovsky. Antonioni iba por ese camino, pero se mató, ahogado en su propio aburrimiento. Méliès estuvo siempre allí sin pararse a reflexionar en ello. Es que él era mago de profesión.

Ingmar Bergman, Linterna mágica, memorias. Tusquets, Barcelona, 2007.

En la imagen, fotograma de la última escena de Sacrificio (1986). Tarkovsky quiso rodar la escena (de seis largos minutos) entera, sin cortes. Con la casa ya echando humo, una de las cámaras se estropeó. A Tarkovsky casi le da un algo. Menos mal que la productora decidió que lo mejor sería montarle una casa nueva en un tiempo récord, como si se tratara de un mueble de Ikea. Con la casa nueva, Tarkovsky pudo rodar de nuevo la escena entera, sin cortes. Seis minutos largos con la casa echando humo y Alexander correteando de aquí para allá.

jueves, 8 de octubre de 2009

Testículos internos, testículos externos

Un estudio reciente de mamíferos con y sin testículos externos ha demostrado que aquellas especies cuyo estilo de vida es agitado tienen los testículos fuera del cuerpo, y los que se mueven de un modo más pausado los tienen internos. O sea, si nos pasamos el día dando tumbos y haciendo movimientos bruscos es imposible que los testículos estén alojados dentro de las paredes corporales, porque en tal caso la presión ejercida durante la realización de un ejercicio vigoroso haría que su contenido saliera expelido de inmediato. Por ejemplo, con los testículos internos, cada vez que dos carneros se enzarzasen en su singular combate de choque de cuernos, eyacularían, y del mismo modo cada vez que un cazador humano saltase de roca en roca hubiese ocurrido lo mismo. Eso se debe a que el tracto reproductor carece de esfínteres. Situando los testículos fuera del cuerpo, la evolución ha evitado esta presión, una ventaja aparentemente tan extraordinaria que incluso merece la pena arriesgar la vulnerabilidad de dichos órganos.

Desmond Morris, Masculino y femenino, Plaza & Janés, Barcelona, 2000.

En la imagen, un grupo de soldados practicando sus ejercicios matutinos con pelotas de asa en los exteriores de la academia militar de St. George de la ciudad de Circa, 1946.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Edgar Allan Poe sin bigote

Leo que Luigi Garlaschelli, profesor de química orgánica de la Universidad de Pavía, ha reproducido una sábana santa en su laboratorio para demostrar que el sudario de Turín es en realidad una tela medieval manipulada. Hace tiempo que ya se habló de eso, pero siempre es motivo de alegría leer estas cosas. Lo malo es que al final descubrirán que el cuerpo que albergó la sábana de Turín era el de Jacques de Molay, como sostienen algunos, y Dan Brown hará otro libro. Cambio Radical, su blog de confianza, no aspira a descubrirles grandes misterios, pero sí pequeños. Así que hoy, que se cumple el 160 aniversario de la muerte de Edgar Allan Poe, les descubrimos cómo sería Poe sin bigote. He realizado una intensiva búsqueda en Google images de alguna foto de Edgar Allan Poe sin bigote, no he encontrado ninguna y me he dicho que esto no podía quedar así. Bien, ahí lo tienen, el documentazo exclusivo de su blog de confianza: Edgar Allan Poe sin bigote. Que sí. Yo lo veo más guapete con bigote, será la costumbre.

sábado, 3 de octubre de 2009

Piedra parecida a un trozo de grasa

Un blog cuyo encabezado es una cita del primer capítulo del libro de Gustav Meyrink es de obligado seguimiento. Si además, las fotos que hace son maravillosas, es ya para morirse.

Feliz cumpleaños, Charles Middleton

Hace un año justo, en este blog, celebrábamos el cumpleaños de Charles Middleton. Un año después, para no ser menos, somos más, y celebramos que celebramos el cumpleaños de Charles Middleton de nuevo. Lo celebraremos las veces que sea necesario y mientras el blog aguante.
Mientras, el cartel de la edición rusa de PLUTÓN BRBNERO ya se ha ido con su papá, bueno, con su mamá, bueno, con la Señora Mayor. Que alegría más grande, Señora Mayor.

En la foto, Charles Middleton (a la derecha) junto a Buster Crabbe (en el centro, con el pelo oxigenado) a punto de recibir de manos de uno de sus lacayos mongonianos un documento tecnológico que se utilizará en el futuro, comúnmente denominado fotolito*.

*Al conjunto o juego de cuatro fotolitos se le llamará en el futuro fotocromo y para su utilización sobre otros soportes se montará sobre una plancha transparente de tecnología avanzada que será denominada astralón.

viernes, 2 de octubre de 2009

Tengo una corazonada de que no

Cambio Radical, su blog de confianza, haciendo la puñeta.

Santos prepucios

Innumerables iglesias alegan poseer el santo prepucio o bien un sagrado pedazo del mismo. Uno de los muchos lugares que afirmaron tenerlo fue la corte de Carlomagno, donde el grotesco elemento se guardaba en un relicario de la Circuncisión en forma de monedero que inspiró un popular complemento de moda. Santa Inés de Blannbekin sostenía que al tomar la comunión se veía engullendo el santo prepucio. Aunque Catalina de Siena no fue tan lejos, insistió en que el anillo que llevaba era una forma metamorfoseada del sagrado prepucio. David M. Friedman escribe en su historia cultural del pene A mind of his Own: «esta profusión de santos prepucios, todos los cuales alcanzaban altos precios en el boom del mercado de reliquias, condujo a la aparición de especialistas y a la invención de procedimientos concretos para determinar la autenticidad de los especímenes». Añade, con una elegante cursiva: «El más habitual de estos procedimientos era un examen del sabor».

Michael Sims, El ombligo de Adán, Ares y Mares, Barcelona, 2004.

Si están interesados ustedes en el prepucio de Cristo, basta con hacer una búsqueda con Google, que encontrarán mucho material. Santa Inés de Blannbekin chupeteando prepucios como si fueran triskys o Catalina de Siena mostrando orgullosa el anillo hecho con pellejete que Cristo le entregó en la boda son historias recurrentes y bien divertidas. Que dicen que la santa sede te excomulga si hablas del anteriormente venerado santo prepucio. Badil, que como nos vamos a ver este lunes, recuérmeme que hablemos del santo prepucio, a ver si así.