sábado, 29 de noviembre de 2008

El río

Las tardes de verano bajábamos a la ribera del río para mirar, escondidos tras los carrizos, a las hijas de los hombres. Eran tan hermosas. Amasael, el de la mirada limpia, me indicaba con la mano «mira, por ahí llegan»; Amasael las veía llegar desde muy lejos. Las hijas de los hombres venían por el camino cantando y riendo. Eran tan hermosas. Nosotros, agazapados, observábamos fascinados cómo las hijas de los hombres se desnudaban, entraban en el río y jugaban entre ellas con el agua. Amasael me señalaba «mira la de la izquierda de los cabellos oscuros, todo ella es belleza», y yo la contemplaba a través de las cañas, escondido, su piel mojada y brillante, los rizos de sus cabellos oscuros que se pegaban a sus hombros y su espalda como algas marinas, su forma de moverse tan delicada y le decía que sí, que era toda ella belleza. Mientras, otras mujeres mayores lavaban lienzos sobre las piedras planas de la orilla cantando bonitas canciones. Así pasábamos las tardes de verano Amasael y yo, observando cómo las hijas de los hombres se bañaban y jugaban en el río. Y ese era nuestro lugar mágico y secreto de las tardes de verano. Un día, Amasael, durante una reunión, habló a los otros de nuestro lugar secreto. Y todos ellos se interesaron por el lugar donde las hijas de los hombres se bañaban desnudas, pues Amasael les contó que eran muy hermosas. Y quedaron al día siguiente en lo alto del monte Hermón, y allí se llegaron a juntar más de doscientos ángeles que querían bajar al río para observar cómo se bañaban y jugaban las hijas de los hombres. Y a la voz del cabecilla bajaron todos, en legión, y yo corrí tras ellos implorándoles que no les hicieran daño, pero uno de los ángeles me golpeó en la cabeza y caí contra unas rocas. Y pasó el tiempo porque cuando desperté el cielo había tornado al color del oro y el sol se escondía entre los montes. Y bajé coriendo hasta el río amado y las cosas que vieron mis ojos eran todas horror y desesperación. Las mujeres gritaban con los brazos en alto y las hijas de los hombres lloraban bajo los cuerpos desnudos de los ángeles. Y corrí entre cadáveres, cuerpos mutilados y mujeres que imploraban, hasta llegar a Amasael, que estaba forzando a la hija de los hombres del cabello oscuro y rizado. Y le dije «detente, Amasael», pues llevaba una gran piedra entre sus manos. Y Amasael giró su cuerpo para mirarme y me respondió «está gritando», y la hija de los hombres gritaba con mucho terror pues toda ella era ahora miedo. «Detente», le dije. Y Amasael me respondió «no para de gritar», y dejó caer la piedra de sus manos y la hija de los hombres de los cabellos oscuros y rizados dejó de gritar y quedó quieta. Y Amasael miró sus manos manchadas de sangre y me dijo «pero qué nos ha sucedido, hermano», se levantó y huyó corriendo hacia el bosque para esconderse. Y el cielo tomó el color de la sangre de los inocentes y desde ese momento todo ha sido llorar y rechinar de dientes para los ángeles culpables, pues no encuentran lugar donde ocultarse.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Un sueño corto (dos)

Sueño que me despierto en un camarote del Crescent City. Miro por la ventanilla y veo que navegamos sobre el Mississippi. Me digo que estoy soñando, pues no es tan fácil reconocer que uno está navegando sobre el Mississippi en el Crescent City, sin más detalles. Vale, es un sueño. Tranquilo. Ahí, bien templado. Llaman a la puerta con dos golpes de nudillos: «señor, le esperan para cenar en la sala de banquetes», escucho. «¿Quién me espera?», pregunto. «Le están esperando, señor», me responde la voz de un muchacho, será un camarero. Parece inquieto. Miro a mi izquierda y veo que hay un frac colgado en un galán de noche. Me quito la camisa de dormir y me pongo los pantalones, la camisa almidonada, el chaleco y, sobre el chaleco, el frac. No me queda mal, es de mi talla. Me miro en el espejo. Me miro de frente, de perfil, doy una vuelta. Me miro de soslayo, hago el gesto de mover la mano al estilo saludo real y el reflejo me devuelve el saludo, a la vez, como hacen los espejos. Pues no me queda mal. Me acerco al espejo. Veo que tengo un bigote nuevo. Lo miro y lo remiro. Me lo toco. Cinco minutos después veo que me reconozco ante el espejo con el bigote, así que ya me veo con suficiente familiaridad con el bigote como para atusármelo. Me lo atuso, primero con inseguridad, luego, en pocos segundos, con la maestría de un buen atusador de bigotes. Llaman de nuevo a la puerta: «Señor, le están esperando». «Voy», contesto. Me calzo los botines, me miro de nuevo en el espejo y me preparo para salir. Salgo del camarote.
Y el cielo está azul y rosa y naranja en tonos muy brillantes.
Y la vegetación tiene mil verdes distintos perfectamente diferenciados.
Y miro mi piel y está azul y rosa y naranja.
Y respiro fuerte y huelo el aire caliente, el olor a humedad de la fruta madura y caliente, de la hierba caliente, de la tierra caliente en una tarde de verano.
El olor del agua verde: huelo la madera húmeda y seca del barco, huelo las algas que lamen el casco bajo mis pies, huelo el ruido seco y grave del motor del barco, su olor a madera húmeda y seca, su olor a aceite negro. Huelo los colores calientes y fríos como nunca los había olido. Y noto que todos los poros de mi piel se abren para recibir la buena nueva.
Y viene el camarero, «señor, le esperan para cenar, acómpáñeme, por favor». Yo lo sigo, detrás, poniendo cara de persona seria. Abre la puerta de la sala de banquetes y me hace un gesto para que pase. Y paso. Habrá que entrar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Un sueño corto

Sueño que me despierto. Me levanto. Hago pis. bajo a la cocina, meto una dosis en la máquina del Nespresso, que dice que tiene dispensador automático de líquido para taza grande y taza pequeña, taza grande, taza pequeña, pero nanay, hay que estar ahí, viendo cómo baja el café, dándole al botón una y otra vez para llenar la taza (otro día les hablo de mi manía con las tazas y de cómo soy capaz de abrir el lavavajillas cuando se encuentra en plena recreación de La tormenta perfecta para conseguir mi taza favorita. Quedan tres. Pues una de ellas). Si no estás ahí mirando fijo a la taza, o el café se queda corto o el café se derrama. Echo dos cucharadillitas de café mientras el café va cayendo (otro día les cuento mi manía con las cucharillas de café, que tienen que ser de esas pequeñas, no esas de postre o de café con leche, no, esas pequeñas de café solo. Si no hay cucharillas de café de esas pequeñas en el cajón del cubertero, otra vez que me veo abriendo el lavavajillas, cuando está ahí, venga dale, a todo trapo). Cojo el café y me subo al ordenador, le doy al botón para que se encienda la pantalla. Voy al baño de nuevo, me miro al espejo y ¡Santo dios! veo que me he convertido en Eduard Punset. Me miro y me remiro y veo que sí, que soy Eduard Punset. Me acerco al espejo, me alejo de él, miro de soslayo, hago el gesto de mover la mano al estilo saludo real y el reflejo me devuelve el saludo, a la vez, como hacen los espejos. No hay duda, soy Eduard Punset. Tampoco me sorprendo mucho porque estoy en mitad de un sueño y cosas más raras se han visto. Vuelvo al ordenador, escribo la dirección de mi blog, repaso por encima mi última entrada, a ver si le falta alguna coma, o le sobra. Le doy al botón de comentarios. ¡Santo dios! veo que me acaban de meter los comentarios más largos de la historia de los comentarios largos. ¿Pero es que no tienen otra cosa que hacer? me digo, poniendo las manos en alto y llevándomelas luego a la cara en un gesto de desesperación ¡Pero cómo pueden ser tan pesaos! grito. Me despierto con sudores y palpitaciones. Me intento calmar. Me levanto, voy corriendo al baño, me miro al espejo y veo que ya no soy Punset, que ya soy el de siempre. Bravo, bien, bueno, ya se pasó, me digo. Echo un vistazo por la habitación y veo que todo está normal. Normal. La cama está normal, la ropa tirada del día anterior está tirada normal. Todo está normal. Bajo a la cocina. La cocina está normal. Huele a cocina. Un poco a la basura del día anterior, un poco a cocina normal. Respiro con alivio. Cojo una dosis de café para el Nespresso. El gato pasa frotándose entre mis piernas formando una «ese» con su espina dorsal. ¡Hay dios! ¡que no tengo gato!

A la memoria de Scatman Crothers

Hoy recordamos el día de la desaparición de Benjamin Sherman "Scatman" Crothers (23 de mayo de 1910 – 22 de noviembre de 1986), actor, músico y actor de doblaje de series y películas de dibujos animados. Y vamos a recordarlo con esta foto de la revista Hue (agosto de 1954), en la playa, bajo la bailarina Harriet Young, que parece que se le ve muy a gustico.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Traspasando el umbral

—Está muy oscuro.
Me dice.
—Está muy oscuro, no veo nada.
Me dice.
—¿Dónde te encuentras?
Le pregunto.
—No lo sé. No veo nada. Está muy oscuro.
—¿Hace frío o calor?
Le pregunto.
—Hace frío. Está muy oscuro.
Me responde.
H. es un niño rubio, de diez años, que se encuentra perdido.
—¿Sigues ahí?
Le preguntó.
—Sí.
Me responde.
—¡Ahora veo una luz!
Grita.
—¿Cómo es la luz?
Le pregunto.
—Es una luz blanca, muy brillante, pero que no hace daño a los ojos.
Me responde.
Ya está. Uno más. Todos dicen que ven una luz blanca muy brillante que no hace daño a los ojos. Si algo tienen los humanos grabado como a fuego en su ADN, es la frase «Es una luz blanca, muy brillante, pero que no hace daño a los ojos». Si pasan el umbral ya no hay vuelta atrás.
—H. ¿me oyes?
Le pregunto.
—Sí.
Me responde.
—Escucha, H., no te acerques a la luz. ¿Me oyes? no te acerques a la luz.
Le grito.
—La luz me lleva. Viene a mí.
Me responde.
—Escucha, no te acerques a la luz. Huye de la luz. ¿Me has entendido? ¡Huye de la luz!
Le grito.
—H., escucha: ¿ves una especie de cordón umblical todo pringoso y bien tirante que tiene que haber por ahí?
Le digo.
—No veo, sólo veo la luz.
Me responde.
—¡Ah, esto es!
Grita.
—H., escúchame, es muy importante. ¡Aléjate de la luz! ¡Huye de la luz!
—Sí.
Pasan unos segundos, que se me hacen horas. He perdido la conexión.
—¡Aquí está!
Grita.
—¡Bien! ¡agarra ese cordón umbilical! ¡Agárrate a él!
—¡Ya está!
Grita.
Agarro el cordón con mis dos manos y lo enrrollo en uno de mis brazos. Tiro, tiro, tiro con todas mis fuerzas. Tiro con todas mis fuerzas. Tiro con todas mis fuerzas. De entre la bruma lechosa surge una figura, primero una sombra informe, luego, la figura de H. Lo agarro con fuerza, arranco el cordón de mi brazo, lo suelto y cierro la puerta de golpe. ¡Trac!
Abrazo a H. Está tiritando de frío, con el cuerpo lleno de ese moco pegajoso que tienen por costumbre usar en el más allá para envolver a los nuevos.
Lo abrazo durante largo tiempo para que entre en calor.
Le retiro con mis dedos los mocos de la cara. Me quito la chaqueta y lo cubro con ella.
H. se limpia la nariz y me mira fijamente.
—Y... ¿ya está?
Me dice.
—¿Cómo que ya está?
Le pregunto.
—Que si ya está.
Me dice.
—¿Qué quieres pues?
Le pregunto.
–No, no, nada, nada.
Me responde.
—¿Pues qué quieres pues?
Le pregunto.
—No, no, nada, nada.
Me responde.
—No, no, oye, dime qué quieres.
Le digo.
—Hombre, pues ya que estás, que si me llevas a ver High School Musical 3.
Me dice.
—Vale, bien —le digo—, si te iba a llevar igual.

jueves, 20 de noviembre de 2008

The Furtivos

Me llega este afiche que anuncia la presentación del disco recopilatorio de The Furtivos, uno de los grupos más grandes del mundo mundial. Será en Zaragoza, en el bar La Lata de Bombillas. Y, bien, no pueden faltar ustedes. Si pueden ir, vayan. Que no pueden ir, no vayan. Ustedes mismos.

La familia

En la foto, la granja de la familia Beal, en el lado norte de la carretera del telégrafo. De izquierda a derecha: un perrito patiblanco, Mary Beal, Gladys I. Beal, Irene (una sobrina de Mary) y Ralph Beal montado sobre el caballo. Ciudad de Circa, 1910.

martes, 18 de noviembre de 2008

El hombre con rayos X en los ojos se levantó una mañana

El hombre con rayos X en los ojos se levantó una mañana y miró a través de la pared para ver qué tiempo hacía. Y miró y vio que hacía frío a juzgar por lo abrigados que iban los viandantes: sus abrigos de lana, sus chaquetas de paño grueso bajo sus abrigos de lana, sus camisas de franela bajo sus chaquetas de paño grueso, sus camisetas gruesas de invierno bajo sus camisas de franela, los pelos de sus pieles erizados bajo sus camisetas gruesas de invierno, los pulmones encogidos de frío bajo sus pieles. Recogió el periódico que el repartidor había dejado como cada día sobre el escalón de la puerta de entrada al apartamento y se preparó un café en su cafetera mientras comprobaba que debía limpiar de cal el depósito interior de agua y buena parte de sus conductos. El hombre con rayos X en los ojos se sentó frente a la mesa de la cocina con su taza de café para leer el periódico y al fijar la vista en las noticias de la primera página vio el mantel de hule que había debajo del periódico, vio la madera de la mesa que había debajo del mantel de hule, vio sus zapatillas de pana marrón sin talón y suela de goma, sus pies dentro de las zapatillas de pana marrón sin talón y suela de goma, sus venas, sus terminaciones nerviosas, sus músculos, los huesos de sus pies, las baldosas del suelo, el forjado del suelo, el vecino del piso de abajo rascándose la espalda con un rascador-calzador de madera y caña con forma de mano pequeña, el suelo del vecino de abajo, el forjado del suelo del vecino de abajo, la habitación de la familia del primer piso, el perro de la familia del primer piso mordisqueando un juguete de goma amarilla y el suelo de la familia del primer piso. El hombre con rayos X en los ojos cerró el periódico, dejó a un lado la taza de café a medio beber y se volvió a meter en la cama. —Esto no es vida —se dijo—, qué agotador.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Tabaco y mujeres


Unas señoritas vestidas de paquete de tabaco gigante durante una promoción de los cigarrillos Old Gold, año 1956, que demuestra que las cosas que nos gustan por separado a veces combinan mal si las juntamos.

jueves, 13 de noviembre de 2008

El sacrificio

Y aconteció que Dios llamó a una oveja, y le dijo: «oveja». Y la oveja respondió: «Heme aquí». Y dijo: «Toma ahora tu hijo, tu único, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en sacrificio sobre uno de los montes que yo te diré». Y la oveja se levantó muy de mañana, y tomó consigo dos ovejas familiares suyas, y a su hijo, el carnero, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó la oveja sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo la oveja a sus compañeras: «Esperad aquí y yo y el carnero, mi hijo, iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotras». Y llamó la oveja a su hijo y fueron ambos juntos. Entonces habló el carnero a la oveja, su madre, y dijo: «Madre mía». Y ella respondió: «Heme aquí, mi hijo». Y él dijo: «Aquí estamos los dos, pero ¿dónde está la bestia para el sacrificio?». Y respondió su madre, la oveja: «Dios se proveerá de bestia para el sacrificio, hijo mío». E iban juntos. Y como llegaron al lugar que Dios le había dicho, dirigió la oveja a su hijo, y trabó sus cuernos a una zarza que allí había. Y cuando su hijo, el carnero, se vio con los cuernos trabados a la zarza agitó su cuerpo para liberarse, pero, aunque se agitó y cabeceó con todas sus fuerzas, sus esfuerzos fueron en vano. Entonces el ángel de Dios le dio voces del cielo, y dijo: «Oveja, oveja». Y la oveja respondió: «Heme aquí». Y dijo: «Tu trabajo ya ha terminado, oveja, ya puedes marchar, deja aquí a tu hijo y tú vuelve con las demás, al rebaño». Y la oveja giró la cabeza para mirar a su hijo y sintió mucho pesar, y se le hizo un nudo en la garganta que le impidió decir palabra para despedirse. Y bajó por la ladera con la cabeza gacha y con mucho dolor en su espíritu. Y entonces vio cómo subía por el camino un hombre con un muchacho que llevaba leña sobre los hombros y un gran cuchillo. Y la oveja sintió mucho miedo en todo su cuerpo, y sintió que sus patas temblaban como las hojas de los sauces y que sus ojos se llenaban de lágrimas. Y bajó corriendo por la ladera y sus balidos se escucharon en el valle durante toda la noche, hasta la mañana siguiente, y la noche siguiente volvió a lamentarse, y así se escuchó en todo el valle, y así hasta trescientas noches que no dejó de balar.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Un gran día

Hoy, 9 de noviembre, se celebra el día del Inventor en honor a Hedwig Eva Maria Kiesler, después conocida como Hedy Lamarr, la ingeniera en telecomunicaciones austríaca más guapa de todo Hollywood.
¿Que no se han preocupado por saber sobre la vida de Hedy Lamarr? no se la pierdan, es lo más grande que hay.

Apostilla televisiva: hoy jueves, 13 de noviembre, Jorge Fernández, en La ruleta de la suerte de Antena 3, ha empezado el programa recordando a Hedy Lamarr como inventora. A ver si va a resultar que Jorge Fernández se pasa por este blog, o algún guionista o algo. Qué alegría más grande.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Una noche en el teatro

Cuando murió se vio de pronto sentado en la última fila de un teatro igual que el teatro dal Verme de Milán. Miró hacia atrás y observó que el patio de butacas era mucho más amplio de lo que pensaba. Hubiera creído que ese patio era infinito a no ser por unos hombres que movían los brazos de un lado a otro que percibió al fondo, apoyados en la pared. Miró al frente y vio un escenario iluminado y vacío. Esperó unos minutos, miró atrás y vio una pared desconchada y oscura a menos de un metro del respaldo de su asiento. «Es de noche», se dijo, y a los pocos segundos pensó que no podía saber si era de noche o de día pues se encontraba en un recinto cerrado. «Sé que es de noche porque estoy muerto», pensó, y no pensó mal. Al contrario de lo que le habían dicho en vida, sentirse muerto no le produjo ninguna sensación de calma, de bienestar o de placidez. Bien al contrario, se sentía molesto, inquieto, le picaba todo. Miró al fondo y de nuevo vio un patio de butacas interminable con unos hombres que movían los brazos de un lado a otro. Miró al escenario, que se iluminó gradualmente. De los dos lados del escenario salieron más de de treinta, quizá cuarenta actores disfrazados de chinos mandarines, que bailaban al son de una música oriental. Miró hacia atrás y vio un espacio inerminable, oscuro, infinito. Miró al escenario y vio cómo un prestidigitador sacaba violentamente unas palomas del cuello de su ayudante. Primero una, luego otra, así más de veinte. Giró la cabeza y se encontró con una mujer que le dijo al oído «estás muerto, está bien así, nada puedes hacer». Giró la cabeza hacia el escenario y vio un bonito espectáculo de perritos amaestrados. Giró la cabeza hacia atrás y se encontró con un enorme telar de tapices que representaba la imagen del interior del teatro dal Verme de Milán con su figura medio tejida, sentada en una butaca, bordada en brillantes colores. Se dijo «estoy muerto, lo sé». En el escenario, un domador de pingüinos saluda al público con grandes aspavientos al inicio de su espectáculo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Vuelve Silvana Mangano


En la foto, un Kirk Douglas todo morenote charla con Silvana Mangano durante un descanso del rodaje de la película Ulises, un 16 de septiembre de 1953 en Roma. Silvana está, una vez más, guapa. Miren qué bien coloca la mano con el cigarrillo, miren qué tensión en la mano que apoya sobre el brazo del sillón. Está más que guapa. Kirk, morenote. «¿Y la escoba?» se preguntarán, «¿y la escoba?». No quiero hablar de la escoba. Quiero hablar de Silvana. Qué guapa. «¿Y la escoba?», pues no lo sé, no pregunten por la escoba, pero no me negarán que la unión de las tres cosas: Kirk morenote a calzón quitao, Silvana con vestido negro y la escoba, convierten esta imagen en un capricho del CFNM más coqueto y recatado.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La casita

Hará ya cosa de veinte años que compré ese pequeño terreno en mitad del bosque de Thüringen. Heredé una cantidad de dinero tras la muerte de mi marido, Alexander, y lo utilicé para levantar lo que sería mi nuevo hogar. Es una casa pequeña y humilde, con un dormitorio, un cuarto de estar, un baño, un pequeño establo que utilizo como granero y despensa y una amplia cocina. Allí paso la mayor parte del tiempo. Cocino a todas horas, por la mañana, por la tarde y antes de irme a la cama. Soy una gran cocinera, señor. En la cocina fabriqué los cimientos de mi casa con grandes ladrillos de bizcocho, las tejas de chocolate negro que cubren el tejado, los ventanales de cristal de caramelo de colores, las baldosas, que fabriqué en porciones de pasta de azúcar y coloqué con esmero para cubrir el suelo de las dos plantas. También en la cocina confeccioné las cortinas, los cojines y el colchón, que preparé con mullidas nubes de malvavisco. Tardé más de quince años en acabar la casa. Más de quince años levantándome de madrugada para fabricar litros de almíbar, bollos, bizcochos, crema pastelera y pasta de chocolate. Entonces llegaron esos dos niños. Rompieron la valla de azúcar de la entrada y se dedicaron a arrancar los cristales, morder las tejas y lamer las paredes. Entonces enloquecí, ver aquello me volvió loca y quise darles un escarmiento. Enloquecí, señor, me volví loca. Desearía que se pusiera en mi lugar, al menos por un momento ¡me costó tantos desvelos, tanto sufrimiento terminar mi querido hogar! Es lo único que poseo en la vida. Tenga piedad, señor juez, tenga piedad.

martes, 4 de noviembre de 2008

El verde hospital

El olor de los hospitales, cuando se queda en la ropa, huele a verde hospital. Es un verde que no tiene nada que ver con el verde bosque, el verde musgo, el verde manzana o el verde rana. Es un verde triste, que le falta amarillo y le sobra un poco de rojo y de negro. Es un verde sin la luz y la alegría cincuentas del azul piscina de los coches americanos. Es un verde que no sabe si ser militar o aséptico. Es un verde que huele triste. A veces los hospitales huelen a dulce, pero es un dulce triste. Es el olor dulce de una clase de niños después del recreo que se han encontrado de pronto con el desencanto. Es un olor dulce que te pone lo pies en la tierra y a poco que te descuides se te lleva con ella. Pero no todo iba a ser malo, también hay doctoras muy guapas y enfermeras muy guapas.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Los muertos

Los muertos también se mueren. Lo único que los diferencia de los vivos es que los muertos deciden cuándo quieren morir. Algunos muertos, cuando ya se ven hartos de ir de un sitio a otro dando sustos, de vigilar a los familiares, de enviar comunicados espectrales a los mediums y de tirar nueces de los árboles para que las recojan los niños, deciden que están cansados y que prefieren morir. Así lo dicen: «Mañana me muero». A los demás muertos les parece bien pues ya tienen la costumbre de ver que, quién más quién menos, se encuentra cansado y quiere pasar a mejor muerte. Organizan una ceremonia sencilla, sin misas ni entierros, quedan con los demás muertos en una sala que hay para esos acontecimientos, charlan un poco, se abrazan y se despiden. «¿Ya te has cansado?» le dicen «¿No estás bien entre nosotros, estás seguro de que te quieres morir?», y el muerto les dice que sí, que ya es hora de descansar. Besa a los más queridos y se despide de los demás con la mano mientras se va por un pasillo muy estrecho. Al final del pasillo hay una habitación chiquita, con una cama pequeña pero muy cómoda, que tiene un colchón cálido y mullido. El muerto se mete en la cama, se cubre con una manta que le recuerda a las mantas de cuando era niño y con el calor que le pone rojas las orejas y los olores de su primera habitación va dejando que le venga la muerte. «Ay, qué descanso», dice, y ya se deja morir.