lunes, 30 de marzo de 2009

La mancha negra y borrosa


La mancha negra y borrosa se arrastra por el suelo y, cuando se encuentra a su paso con un obstáculo como la pata de una mesa, se bifurca rodeándolo como una gota de tinta china espesa, vuelve a unirse y continúa su recorrido hasta alcanzar el rodapié. La mancha negra y borrosa sube reptando por la pared, se queda quieta, tiembla durante unos minutos y reanuda su marcha hasta el techo. Otras veces, la mancha negra y borrosa se introduce entre los cristales y la fina capa de estaño de los espejos azogados de los escritorios y observa inmóvil a los que duermen. Pocas veces la mancha negra y borrosa queda así, tan quieta, pues su naturaleza la lleva a retemblar, a caer de golpe desde lo alto como una salpicadura o a titilar como si sintiera frío, sólo tras el espejo se sosiega y es entonces, cuando en la habitación no hay ni un solo ruido, que se puede sentir su respiración, muy leve, casi imperceptible, pero si goza de oído fino y presta atención la podrá escuchar.
—¡La mancha hiptálmica!
—¿Cómo dice?
—¡La mancha hiptálmica!
—¿Me está bromeando? ¿A qué se refiere?
—¡Está usted hablando de la mancha hiptálmica! Federico sufrió de lo mismo que le sucede a usted, señor mío.
—¿Y acaso tiene cura?
—Lo lamento, pero no sabría aconsejarle ningún remedio.

En la foto, fotograma de la instalación «Peruna perhe käy Keskuskauppakamarin Valkoisessa talossa» del artista finlandés de origen italiano Andrea Montanotti para la exposición colectiva Olemme kentällä nojalla jalat.

viernes, 27 de marzo de 2009

Los tres cerebros

Decía el neurocientífico Paul MacLean (1913-2007), apoyándose en las anteriores investigaciones del neurólogo James Papez (1883-1958) que los humanos tenemos un cerebro triple, un tres en uno. El primero, el más interno y más primitivo, es el cerebro de reptil, que conservamos rodeado por el cerebro paleomamífero y éste, a su vez, rodeado por el cerebro neomamífero. El cerebro de reptil se ocupa de las rutinas y de salvar el pellejo cuando uno se ve en peligro. El cerebro paleomamífero es el que nos ayuda a interactuar con el exterior, en él se alberga la memoria, la atención, las emociones, el deseo sexual y, posiblemente, el gusto de rascarse. El cerebro neomamífero, el neocórtex, nos sirve para razonar, para cambiar impresiones y para enamorarnos de la persona con la que se acostó la noche anterior el cerebro paleomamífero por darse un gusto al cuerpo y con la que se acostó el cerebro de reptil y salió pitando a las cinco de la mañana de la cama no fuera a pensar la otra persona al despertarse que aquella unión era algo que iba en serio y que había que desayunar mirando al otro poniendo cara de búho chico. Los tres cerebros van funcionando a su manera, un rato uno, otro rato el otro, otro rato el otro; se comunican entre ellos y se dicen cosas. El cerebro de reptil es el que nos lleva a los humanos al mismo bar todos los fines de semana o a tomar café con cruasán plancha en el otro. Es el cerebro que ha guiado a las tortugas durante millones de años a desovar en la misma playa donde nacieron. Es un cerebro terco, tozudo. Es el mismo que nos conduce año tras año a reunirnos con la familia en navidad, aunque el cerebro neomamífero le aconseje que igual no es lo más recomendable para el cerebro paleomamífero, el blando sentimental. En estos días tan bonitos de inicio de la primavera, las lagartijas de mi jardín salen a tomar el sol. Se las ve contentas ahí estirando las patitas, felices, mientras calientan sus lomos. Dicen que cuando el Altísimo creó a los animales y repartió los cerebros, la lagartija le gritó erguida sobre su dos patas inferiores «A mí no me jodas, ponme un cerebro solo, que lo que realmente me gusta es salir por la mañana, correr entre las piedras y las hierbas, chupetear flores para perfumarme el aliento mientras recojo el rocío de la mañana y estirar las patas al sol, así, mira, bien estiraditas».

En la foto, dos artesanos del mundo del molde confeccionando una máscara mortuoria. Nueva York, 1908. Es una foto muy bonita. Si les digo la verdad, lo que me pone nervioso de la foto es ver que el cuerpo del muerto sigue por debajo de la mesa. Si no viéramos ese cuerpo debajo de la mesa bien pudiera parecer que son dos pasteleros desmoldando un bizcocho de esos alemanes tan grandes que vienen envasados en cartón impreso en colores que venden en el Corte Inglés y que nunca he visto en ningún carro ¿alguien ha comprado uno de esos bizcochos portentosos? Me pone nervioso ver que el cuerpo continúa debajo de la mesa y no poder saber si sus manos descansan sobre sus muslos, o sobre sus rodillas, o caen a peso muerto entre sus piernas. O saber si sus pies descansan en el suelo sobre las suelas de los zapatos, o si uno de ellos descansa sobre la suela y el otro pie está girado. Todo eso me inquieta.

jueves, 26 de marzo de 2009

Y un, dos, ep, aro, y un, dos ep, aro

En la foto, formación de enfermeras de la Armada frente a la National Naval Medical Center’s tower, Circa, 1944.
Es mi foto favorita del día de hoy. Parece que esté esperando que la escojan para hacer una bonita portada de libro. Imaginen: en el lado superior derecho, con el texto a caja, el título y el nombre del autor. Ya tienen portada. No necesita más.
Bien, me la guardo para cuando en otra vida me dé por escribir novelones gordos.

domingo, 22 de marzo de 2009

La tienda del señor Cooper

La tienda del señor Cooper está llena de cosas. Tiene patatas en grandes sacos que pesa en una balanza que cuelga del techo. Tiene otros sacos con zanahorias, rábanos, nabos y batatas y, al fondo, sacos de harina de maíz amarillo, harina de maíz blanco, harina de trigo, garbanzos, lentejas, frijoles, habas, guisantes secos y alpiste para pájaros. Y también tiene latas enormes de atún, apiladas en tres columnas, una de latas amarillas de atún en aceite, otra de latas rojas de atún en escabeche y la tercera de latas azules de atún al natural. El señor Cooper tiene piezas enteras de bacalao en salazón, botellines de cerveza y frascos de salchichas sobre el mostrador. Es allí donde el gato atigrado del señor Cooper duerme cuando el sol de la mañana entra por el ventanal y es allí donde el gato atigrado del señor Cooper, cuando despierta de su siesta, se despereza y lame sus genitales complaciente como si le fuera la vida en ello, mientras el señor Cooper atiende a los clientes. El señor Cooper tiene también rollos de diferentes tipos de cuerda, lápices, tijeras, cuchillos, navajas, hachas, destornilladores, clavos, tuercas, aceite y gasolina para el coche, betún para zapatos, alcanfor en tabletas, jabón en polvo y en pastillas, esencia de trementina, botes de pintura, brochas, escobas, tiras adhesivas atrapa moscas, palos de regaliz y bolas de chicle de colores. La tienda del señor Cooper tiene un letrero con su nombre en la fachada que dice que pintó él mismo hace ya más de cuarenta años y que tuvo que remendar el invierno pasado para eliminar el nombre de su hermano desaparecido, tras esperar más de cinco años su vuelta.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Premio Sirenita con unicornio

Cambio Radical, su blog de confianza, ofrece a sus lectores el nuevo premio para blogs. El Premio Sirenita con unicornio. ¿Conoce algún blog cuyo dueño cuida la estética del sitio, elige fotos bonitas y todo él es un primor? ¿Y además le tiene paquete al dueño del blog? ¡Pues hágale el regalo del Premio Sirenita con unicornio! ¡Entrégueselo como un gesto de cariño y admiración y el dueño del blog no podrá decirle que no! ¡Que aprenda de los actores españoles, que mira que son feos los premios Goya y lo contentos que se ponen cuando los ganan! ¡Lo va a joder vivo!
¿Sabe de algún blog que cuida sobremanera la estética, es reconocido por todos y valorado y además le cae gordo el dueño? ¡Pues hágale el regalo del Premio Sirenita con unicornio! ¡Entrégueselo como un gesto de cariño y admiración y el dueño del blog no podrá decirle que no!
¡Lo va a joder vivo!
¿Tiene algún amigo con blog y le quiere gastar la broma más pesada del siglo? ¡Pues hágale el regalo del Premio
Sirenita con unicornio!
¡Entrégueselo como un gesto de cariño y admiración y el dueño del blog no podrá decirle que no! ¡Lo va a joder vivo!

El Premio Sirenita con unicornio es un artículo gratuito sin ánimo de lucro.

Usted no tiene más que copiar en su disco duro la imagen (disponible en dos tamaños: grande y pequeño) y enviarla como detalle afectuoso al bloguero que desee.

¡No lo dude! ¡Es gratis! ¡Éxito seguro!

lunes, 16 de marzo de 2009

Muerte de Pinocho, de Carlo Collodi

Los asesinos persiguen a Pinocho y, después de haberlo alcanzado, lo ahorcan en una rama de encina grande.
Entonces el muñeco, perdido el ánimo, estuvo a punto de tirarse al suelo y darse por vencido, cuando, mirando a su alrededor, vio blanquear a lo lejos, entre el verdinegro de los árboles, una casita cándida como la nieve.
«!¡Si tuviera aliento para llegar hasta esa casa, quizás me salvaría!», dijo para sus adentros. Y sin dudarlo un minuto, volvió a echar a correr por el bosque a carrera tendida. Y los asesinos siempre detrás.
Después de una carrera desesperada de casi dos horas, por fin, jadeante, llegó a la puerta de aquella casita y llamó.
Nadie respondió.
Volvió a llamar con más violencia, pues oía acercarse el ruido de los pasos y el respirar profundo y cansado de sus perseguidores. El mismo silencio.
Dándose cuenta de que llamar no conducía a nada, empezó por desesperación a dar patadas y cabezazos a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una hermosa Niña de cabellos color añil y de cara blanca como una figura de cera, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, quien, sin mover los labios, dijo con una vocecita que parecía venir del otro mundo:
–En esta casa no hay nadie. Todos han muerto.
–¡Ábreme tú al menos! –gritó Pinocho llorando y suplicando.
–También yo estoy muerta.
–¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces ahí en la ventana?
–Espero que venga el féretro a llevarme.
Y apenas dijo esto, la Niña desapareció y la ventana se cerró sin hacer ruido.
–¡Oh, hermosa Niña de cabellos color añil –gritaba Pinocho–, ábreme, por misericordia! ¡Ten compasión de un pobre chico perseguido por los asesi...
Pero no pudo terminar la palabra, pues sintió que le agarraban por el pescuezo y aquellas dos típicas vozarronas que le gruñeron en son de amenaza:
–¡Ahora ya no te escapas!
El muñeco, viendo relampaguear la muerte ante sus ojos, fue acometido de un temblor tan grande, que, al temblar, metían ruido las junturas de sus piernas de madera y los cuatro cequíes de oro escondidos debajo de la lengua.
–Entonces –le preguntaron los asesinos–, ¿quieres abrir la boca, sí o no? ¡Ah! ¿No respondes?... ¡Espera, que esta vez te la vamos a abrir nosotros!...
Y sacando dos viejos cuchillos muy largos y afilados como navajas de afeita, ¡zas! Y ¡zas!..., le sacudieron dos cuchilladas entre los riñones.
Pero el muñeco, para su suerte, estaba hecho de una madera muy dura, y por tal motivo las hojas, quebrándose, saltaron en mil pedazos y los asesinos se quedaron con el mango de los cuchillos en la mano, mirándose asombrados.
–Ya entiendo –dijo entonces uno de ellos–, ¡hay que ahorcarlo! ¡Ahorquémoslo!
–¡Ahorquémoslo! –repitió el otro.
Dicho y hecho. Le ataron las manos a la espalda y, pasándole un nudo corredizo alrededor de la garganta, lo colgaron de la rama de un gran árbol, llamado la Encina grande.
Después se quedaron allí, sentados en la hierba, esperando que el muñeco estirara la pata; pero el muñeco, después de tres horas, permanecía con los ojos abiertos, la boca cerrada y pataleaba más que nunca.
Cansados, por fin de esperar, se volvieron hacia Pinocho y le dijeron riéndose burlonamente:
–Adios, hasta mañana. Esperamos que, mañana, cuando volvamos, tangas la amabilidad de estar bien muerto y con la boca abierta de para en par.
Y se fueron.
Mientras tanto, se había levantado un viento fuerte de tramontana, que, soplando y bramando con furor, azotaba de aquí para allá al pobre ahorcado haciéndole balancearse violentamente como el badajo de una campana que tocase a fiesta. Este balanceo le causaba agudísimos dolores, y el nudo corredizo, apretándole cada vez más la garganta, le quitaba la respiración.
Poco a poco se le empañaron los ojos; y aunque sintiera acercarse la muerte, seguía esperando que de un momento a otro pasara un alma caritativa y lo ayudara. Pero, cuando, espera que te espera, vio que no aparecía nadie, absolutamente nadie, entonces le volvió a la mente su pobre padre... y balbuceó casi moribundo:
–¡Padre mío! ¡Si estuvieras aquí!...
Y no tuvo aliento para decir más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó allí como aterido.

Información sobre Carlo Collodi y su obra aquí.
La ilustración es de Carlo Chiostri (1901).

La pata del pollo va con el pollo

Una de las demostraciones más espectaculares de la ilusión del yo unificado es la de los neurocientíficos Michael Gazzaniga y Roger Sperry, que demostraron que cuando los cirujanos cortan el cuerpo calloso que une los hemisferios cerebrales, literalmente parten el yo en dos, y cada hemisferio puede actuar libremente, sin el consejo ni el consentimiento del otro. Y lo que es aún más desconcertante, el hemisferio izquierdo teje constantemente una explicación coherente pero falsa de la conducta escogida sin que lo sepa el derecho. Por ejemplo, si el que realiza el experimento lanza la señal «Andar» al hemisferio derecho (manteniendo la señal en la parte del campo visual que sólo el hemisferio derecho puede ver), la persona cumplirá la orden y empezará a andar para salir de la habitación. Pero cuando a la persona (concretamente, al hemisferio izquierdo de la persona) se le pregunta por qué se levantó, dirá, con toda sinceridad «Para tomar una Coca-Cola», y no «Pues no lo sé» o «Simplemente me entraron ganas de hacerlo» o «Llevan años haciéndome pruebas desde que me operaron, y a veces hacen que haga cosas pero no sé exactamente qué es lo que me pidieron». Asimismo, si al hemisferio izquierdo del paciente se le muestra un pollo, y al derecho se le muestra un paisaje nevado, y ambos hemisferios han de escoger una imagen que se corresponda con lo que ven (cada uno utiliza una mano diferente), el hemisferio izquierdo elige una pata de pollo (correctamente), y el derecho, una pala (también correctamente). Pero cuando al hemisferio izquierdo se le pregunta por qué la persona en su conjunto tomó esas decisiones, dice alegremente «Pues es muy sencillo, la pata del pollo va con el pollo, y se necesita una pala para limpiar el gallinero».

Steven Pinker: La tabla rasa, pp. 77-78, Paidós, Barcelona, 2005.

Me he tomado la licencia de publicar este texto de un libro de Pinker sabiendo que Arkab está de viaje. Que como a Arkab, que es mi faro, mi guía y mi pastor, le cae gordo Pinker, pues cuando no está de viaje no pongo textos suyos, no se me vaya a disgustar; pero, oigan, como ahora no me lee, pues me he dicho «voy a poner este texto tan salao de la pata de pollo». La conclusión a la que llegamos es que el hemisferio derecho es un tipo serio, formal y obediente, y el hemisferio izquierdo es el que se comporta como un marrullero y un fiestero. No en todos los casos, para los que somos zurdos es justamente al revés.

viernes, 13 de marzo de 2009

Bruno Bettelheim, lo más grande que hay

Hoy se cumplen 19 años de la muerte de Bruno Bettelheim (Viena, 28-8-1903 - Chicago, 13-3-1990), psicoanalista infantil estadounidense de origen austriaco que escribió uno de esos libros indispensables para todo ser humano curioso y el doble de indispensable si además son padres o madres. Psicoanálisis de los cuentos de hadas es un libro precioso que habla sobre la capacidad formativa de los cuentos de hadas tradicionales en la educación de los niños. La madrastra (madre), el ogro (padre), el protagonista (que sería el propio niño, el héroe) y las demás figuras de los cuentos de hadas ayudan al niño a superar barreras y a descubrir el sentido de su vida. Bruno Bettelheim es lo más grande que hay. Solo tengo un pero contra él, que no sacara una segunda parte poniendo a caldo las leyendas populares locales y la manía de utilizar el absurdo y lo surrealista en los cuentos infantiles modernos (Tengo hasta el título: Las leyendas populares locales y los escritores infantiles modernos le van a dejar la niño tonto pero tonto). Bettelheim advertía sobre lo peligroso que es edulcorar los cuentos de hadas. Si cogen el cuento de Jack y las habichuelas mágicas y, en una versión edulcorada, Jack acaba haciéndose amigo del ogro malote, pues el niño no supera sus barreras cuando lo que tiene que hacer Jack es acabar con su padre (el ogro) matándose a pajas (la planta de la habichuela que crece, crece y crece, que sube hasta el cielo y que le lleva a la morada del ogro que había arrebatado el arpa de oro). Matando simbólicamente al padre sirviéndose del cuento, el niño evoluciona hasta llegar al estadio adulto. Si no lo mata, se les quedará con la cara de Borja Thyssen pero encima sin un duro, todo el día pidiéndoles propinas. Más claro agua. Hagan el favor de comprar a sus niños ediciones buenas y sin censuras políticamente correctas de los cuentos de los hermanos Grimm en lugar de esos cuentos modernos de literatura infantil que no hacen más que atontar a sus niños. Luego, si no me hacen caso, le compran El niño con el pijama de rayas o alguno de ese estilo y cuando lleguen a la adolescencia ven lo tontos que les han salido los niños no me vengan a decirme que qué razón tenía Bettelheim.
Más sobre Bettelheim en el año que pasó en Dachau y en Buchenwald, dicho por Diana Aller.

En la foto, Harley Griffiths durante el proceso de restauración y limpieza del cuadro Caperucita Roja, de Gustave Doré, 1953. Es un cuadro que me gustaría tener para mirarlo todos los días. Existe un grabado similar, con el mismo motivo, del mismo autor, pero en éste el lobo se muestra mucho más acechador que en el lienzo. Aquí, sin embargo, el lobo, con los anteojos descansando sobre las sábanas, interpreta mucho mejor el papel de abuela. Parece más viejo, más cansado, más desvalido y, por tanto, mucho más peligroso cuando le dé por atacar a la niña. La niña, mientras, pone cara de no creerse mucho la escena, pero entra al juego (total, ya hasta ha entrado en la cama).

miércoles, 11 de marzo de 2009

¡Detente, avellanero!

Siempre leo antes de dormir. Leer me conduce al sueño. Todas las noches enciendo la lámpara despertador, cojo alguno de los libros que hay apilados sobre la librería baja del dormitorio, me tumbo, doblo la almohada en dos y leo. Sé que el sueño viene porque en mitad de la lectura suele aparecer una imagen, como una peliculita pequeña sobre el papel, o unas frases que dice alguien en mitad del texto que resuenan en el interior de mi cabeza. Son frases que no tienen nada que ver con lo que estoy leyendo. Es como un jingle inconexo que, de puro raro, me hace saber que el sueño está a punto de entrar. Anoche, mientras leía un entretenido texto sobre los rasgos hereditarios y Gregor Mendel, aparecieron de pronto dos tipos trajeados, de cuerpo entero, uno se parecía a John Wilkes Booth, el asesino de Abraham Lincoln, y el otro creo que era otro John Wilkes Booth o, al menos, se parecía. El de la izquierda le decía al otro: «¡Detente, avellanero!». En ese momento pensé que la imagen de dos tipos, uno frente a otro, gritándose «¡Detente, avellanero!» tenía poco que ver con Mendel y los rasgos hereditarios, así que supe que acababa de llegar el sueño. Cerré el libro, extendí la almohada, apagué la lámpara despertador, pensé «esto de "detente avellanero" debo recordarlo», cerré los ojos y me dormí al instante.

La arena en los pies

Existen diferentes tipos de médiums. Unos ven muertos de vez en cuando, muertos escogidos, muertos famosos, muertos conocidos, muertos familiares; y otros ven muertos sin parar. Todo el rato, sin parar. M. era de los segundos. Veía muertos a cientos, a miles, por las calles, en el campo, por los caminos, en los grandes almacenes, en los centros polideportivos, dentro de las casas, en los jardines públicos y en los jardines privados. Cientos, miles, millones de muertos vagando de un lado a otro, empujándose, molestándose, haciéndose sitio a codazos. Muertos que gritan, que se zarandean unos a otros, muertos mayores, muertos jóvenes, muertos rapidísimos como centellas que casi no se ven y muertos descoloridos que se mueven a cámara lenta. Muertos de todo tipo. Para M. todo aquello era algo más que molesto, le violentaba bajar las escaleras de su casa con tanta gente, tanto muerto agolpado, esperando. Le angustiaba caminar por la calle con tanto muerto caminante, tanto muerto yendo de un lado a otro, tanto muerto parado mirando los escaparates de electrodomésticos con la boca abierta. Gatos muertos frotando su lomo contra los cristales de las tiendas de animales. Gorriones muertos colgando de sus patitas resecas bajo las ramas, como murciélagos. Moscas muertas zumbando entre moscas vivas. Muertos sentados en bancos, muertos acurrucados, dormidos en las aceras, muertos discutiendo con otros muertos, muertos tras los vivos, soplándoles en el cogote. Cuando M. murió se encontró con un escenario diferente. Solicitó una excedencia, tomó un tren de cercanías repleto de vivos y llegó hasta la costa. Fue caminando por la cuesta hasta llegar a la playa. Era una mañana preciosa con un sol enorme. Bajó a la arena y se vio rodeado de cientos de vivos. Vivos tomando el sol sobre tumbonas y toallas de baño, vivos corriendo, vivos jugando, vivos frotándose protector solar, vivos secándose, vivos entrando en el mar. M. se sintió bien allí, entre esa multitud de vivos con la piel ardiendo, tan brillante. Casi todo era perfecto, a falta de la sensación de la arena en la planta de los pies. Quiso recordar el crujido de la arena caliente en la planta de los pies y fue caminando hasta la orilla mientras decía entre dientes «crisss... crisss... crisss... crisss...» al ritmo de su pasos. Aquello no era una sensación perfecta, pero se asemejaba. En el mar, con el agua por la cintura, se encontró con otro muerto. Lo saludó «¿Qué hay?» y el muerto le devolvió el saludo, «Hace un bonito día, eh?», «Un día precioso», contestó M., complacido.

lunes, 9 de marzo de 2009

Lorena Bernal me vendió el cepillo de dientes

Uso cepillo dental Oral-B de esos eléctricos. El mango está ahí sobre un cargador enchufado a la corriente, le metes el cabezal del cepillo, le das a un botón y, hale, a frotar y a masajear las encías mientras el relojito sobre el aparador del baño te dice que te faltan treinta segundos para un cepillado bueno, que le estás dando muy fuerte y te vas a cargar una muela o que cambies de lado, que ese lado ya está bien frotado y refrotado. Todo eso fue por culpa de Lorena Bernal. Tanto verla en la telenovela Luna Negra que echaban de madrugada, cuando trabajaba de noche, que se convirtió en alguien como de la familia (bueno, en alguien como de la familia pero sin tener nada contra ella). Un día la vi anunciando un cepillo eléctrico Oral-B y dije «Si lo dice Lorena Bernal, me lo tendré que comprar». Así que me resistí igual un mes, pero al mes cayó el cepillo dental eléctrico. Ojo, que ahora me viene Lorena Bernal a venderme otro producto y le digo que no. Cada famoso tiene su producto y ese producto es ya para toda la vida. Lorena Bernal = Oral B, Belen Rueda = Leche Puleva, José Coronado = yogures. Mi cabeza no da para más. Ahora veo en varios anuncios a Rafa Nadal y ya no sé lo que vende. Veo que sale Rafa Nadal pero ya no sé qué vende. En un anuncio sale como con cara de yonki con chaqueta de cuero negro a punto de dar un palo a un banco, pero no sé qué vende. Qué mal estilismo le han puesto al chaval, si reluce mucho más con ropas claras ¡Pónganle un jersey blanco, por el amor de dios! Pero no sé qué vende. A lo que iba, que Lorena Bernal me vendió el Oral-B eléctrico. Y estoy contento con el Oral-B eléctrico. Va muy bien. Cuando se gastan los cabezales te avisa y le pones otros. Es práctico, es cómodo y te limpia a fondo. Bien. Vi a Lorena Bernal ahí tan segura vendiéndome el Oral-B que no le pude decir que no. Y eso que creo que es mi anti tipo de mujer. Pero me convenció. Bien. Pero al Oral-B le veía una pega: que de noche hace mucho ruido. Es como una pequeña batidora que en el silencio de la noche me da la sensación de que puede molestar. Así que un día que fui a comprar cogí un cepillo de dientes manual. No recuerdo la razón de por qué compré ese cepillo, pero creo que sería porque llevaba unas tiritas amarillas con bandas verdes entre las cerdas que me parecieron muy tecnológicas y muy cucas. Era un Oral-B también. Con él me estuve cepillando cosa de dos meses todas las noches. Manualmente, bien, correcto, sin meter ruido. Hace pocos días, andaba yo en mi lavado de dientes nocturno con el cepillo de dientes manual cuando de pronto le debí dar a un botón de goma que lleva en el mango y ¡se puso a vibrar! Tras dos meses cepillándome todas las noches me entero de que es un cepillo de dientes que va a pilas. Así que lo miro y sí, veo que tiene un botón para encenderlo y otro botón para apagarlo. Luego, me fijo en el mango y veo que pone el nombre del producto: «Pulsar». Pues eso, Pulsar de Oral-B. Lo que tenía que haber hecho era pulsar, sí. Qué cosas. Y además, es mucho más silencioso que el cepillo de dientes eléctrico que uso por el día. Dos meses sin enterarme. Viva la tecnología. Vivan los cepillos de dientes.
PS: ¿Y qué hago con las pilas cuando el cepillo Oral-B Pulsar esté viejo? ¿Cómo y dónde las tiro? Porque... no se pueden sacar a no ser que lo patees... Busco por internet y encuentro personas que andan con lo mismo. No todo iba a ser bueno.

sábado, 7 de marzo de 2009

Premio Culocarpeta

Cambio Radical, su blog de confianza, les ofrece un nuevo premio para su blog, el premio a ese trabajo en la sombra, esa labor nunca bien reconocida de estar ahí delante de la pantalla rato y rato con los ojos pitarrosos pensando a ver qué se les ocurre poner en su blog o mirando las entradas nuevas que han escrito los de los otros blogs. Hoy nace un nuevo premio, el premio Culocarpeta, el premio internacional sin ánimo de lucro que acabará de una vez por todas con la idea que se piensan los que no son de blogs de que tener un blog es solo fiesta, frenesí, sexo, relaciones esporádicas y alegría a raudales. Un blog también requiere cuidados, dedicación, mucho sufrir y muchas horas sentados aplanando las redondeces naturales de sus glúteos. Es por ello que Cambio Radical, su blog de confianza, les ofrece, totalmente gratuitas y sin ningún compromiso por su parte, las chapetas genuinas del Premio Culocarpeta para que las luzcan en el lugar que deseen de su blog.
El Premio Culocarpeta no se otorga ni es entregado por terceros, se coge directamente y se pone en su blog. ¡Sin sorteos previos! ¡Gratis! ¡Usted lo coge, lo pone y sanseacabó! Que no le gusta ¡no lo pone! Que le gusta ¡lo pone! Que no le gusta ¡pues no lo pone!
El Premio Culocarpeta no le facilitará más visitas ni ganará con él más dinero ni nuevos amigos, pero le quedará muy cuco en su blog.
El Premio Culocarpeta es una señal de distinción que agradecerán todos o casi todos sus visitantes.
Cambio Radical, su blog de confianza, les ofrece el distintivo del Premio Culocarpeta en tres tamaños. El tamaño Kingsize Culocarpeta Big (arriba a la derecha), el tamaño medium chapeta Culocarpeta (a la izquierda), más pequeño pero también de buena legibilidad, y el tamaño little Culocarpeta (abajo a la derecha), para gente elegante y discreta.
¡Corra! cópielo en su CPU y colóquelo en su blog. ¡Es totalmente gratis!
Cambio Radical, su blog de confianza, no se hace responsable del mal uso de este premio, ni de ningún otro premio, ojo.
El premio Culocarpeta, una vez aceptado, no se puede devolver como si fuera una medalla de las Bellas Artes. El Premio Culocarpeta se coge, se pone en el blog y cuando uno se cansa lo tira y ya está.
El Premio Culocarpeta es gratuito, cuco, indeformable y 100% biodegradable.
¡Aprovéchese esta oferta, que hay pocas cosas gratis en esta vida! ¡Ole que sí!

viernes, 6 de marzo de 2009

Women’s Bowling Team

Tras leer las entradas de hoy de Mónica y de Badil me he dicho que me apetecía poner la foto del equipo amateur femenino de bolos patrocinado por la Wheeler Kelly Hagny Trust Company de Wichita, Kansas (1929). Me gusta mucho esta foto. La miro y la remiro y cada vez me gusta más.

jueves, 5 de marzo de 2009

Blogger contra Blogia (2)

Esta noche he intentado enviar un comentario en un blog de Blogia. Ante la pregunta «¿De qué color es la nieve?», ahí, con su letra mayúscula al inicio de la frase, con su D en caja alta bien aparente, con su D versal ahí bien hermosa, yo he respondido «Blanca», pues se supone que es de color blanco o eso supone el cuestionador. Me ha contestado que no, que es una «Respuesta incorrecta a la pregunta antispam». Así que he estado pensando y repensando durante unos minutos si la nieve ahora se supone que es de otro color y todo eso que pienso cuando me dicen que algo es incorrecto. La solución está en la caja alta de la B. Si usted escribe «Blanca» le dirá que es una respuesta incorrecta. Si usted responde «blanca», le dejará pasar. Él pone mayúsculas pero a usted no le permite usarlas. El test de Turing tiene esas puñetas, que para descubrir que el que escribe es un humano y no un robot también decide lo humano que es según el uso que haga de las mayúsculas. La nieve, para el antispam, es «blanca» y no «Blanca» aunque la utilice al inicio de un enunciado. El Turing es un soso. Ante la duda, le propongo como solución que cambie la pregunta por lo siguiente: La nieve es de color.... [blanco]. Así sí. Lo otro es una puñeta turinguera. Mal. Así no se conseguirán nunca que los bloggueros y los blogieri se acaben llevando bien.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Una infidelidad tirando a sosa

L. un día, de la noche a la mañana, se encontró que tenía una amante. Aquel acontecimiento lo obligó a replantearse su vida, a pensar en cosas muy profundas sobre sí mismo y a cuidar más sus movimientos: antes dejaba el móvil en cualquier sitio y ahora procuraba llevarlo siempre consigo, con el timbre bajito o en posición de silencio con vibrador. También lo apagaba por la noche. No fuera a ser. L. descubrió muchas cosas sobre él con esa relación, como que podía ser mucho mejor persona y más interesante si se lo proponía pero sólo durante unos días; a los días ya, poco a poco, volvía a convertirse en lo que era anteriormente. También descubrió que su capacidad para enamorar a una mujer no había mermado ni un ápice en todos esos años pero que mantener ese estatus le costaba mucho más que antes. Le dolía. No vamos a ahondar en lo profundo de sus sentimientos más internos, le dolía todo el cuerpo. Le dolían las rodillas, los muslos, los antebrazos, el cuello y los riñones. Le dolía todo. Así que pensó si esos dolores venían por el complejo de culpa o por alguna maldición de un ente superior y al final resultó que no, que era más bien porque hacía más ejercicio y andaba con más estrés de un lado a otro. También pensó que todo aquello de ser infiel era algo bien excitante hasta que se vio contando a su amante por la mañana las mismas cosas que contaba a su esposa por la noche, antes de acostarse. Todo no, a su amante le contaba que su esposa no le comprendía y a su esposa no le contaba nada de la amante, claro está, las formas son las formas. Al final pensó que lo más excitante de todo aquello era andar escondiendo el móvil todo el día, o cuando iba por la calle con su mujer y se imaginaba que en cualquier momento podía aparecer la otra. También imaginó a su amante despechada escribiendo una carta más despechada aún a su esposa contándole que L. le había prometido lo de separarse de ella para irse con la otra y todo eso que se suelen decir los amantes cuando están desnudos y con buen ánimo en la habitación de un hotel. O un ataque por la espalda de camino al trabajo. O un ataque por la espalda a la vuelta del trabajo. O una llamada por teléfono al fijo. O una llamada por teléfono al trabajo. O una llamada por teléfono al trabajo de su esposa. O que llamara a su mujer para invitarla a tomar un café en un café. O encontrarse a su perro envenenado en la puerta de casa con un cartel que dijera: «con cariño de tu amante». Todo aquello era muy excitante, interesante, exultante, chispeante. Pero no le dio tiempo, pues a los pocos días la amante lo llamó al móvil para dejar la relación. L. se sintió muy molesto por aquello y pensó que qué infidelidad más sosa.

domingo, 1 de marzo de 2009

Domingo

Mañana me levantaré temprano, me pondré el vestido nuevo blanco de algodón y saldré de casa por la puerta del porche en dirección a la calle Murray. Es probable que por el camino me toque saludar a la familia Freeman, a la señora Anderson y al señor Randall, el doctor. También es posible que me encuentre con Debby, con Georgia y con Sissy y es posible que me hagan detenerme para preguntarme por mi familia y que eso me ponga de mal humor. No tengo tiempo para atenderos —les diré—, si lo hago llegaré tarde a la iglesia. Pero ellas seguro que me querrán entretener y me preguntarán sobre esto y aquello y yo cada vez me sentiré peor y más nerviosa y miraré el relojito que me regaló papá para mi cumpleaños y les diré que voy a llegar tarde a la iglesia pero ellas seguirán hablando y hablando y preguntándome por mi hermano, si ya volvió a casa, por mi padre, por mi madre, por el chico pequeño de Jenny, por el incidente del granero y por el cambio de trabajo del tío Rod. Y yo les responderé a todo, intentando ser amable, pero inquieta, con monosílabos, sí, sí, no, sí, ya, no, sí, oh sí, oh, no, sí, no, deseando deshacerme de ellas para proseguir mi camino hasta la iglesia. Y así mientras ellas me hablan pensaré si antes de salir de casa me puse talco perfumado en las axilas, me tocaré disimuladamente la sisa del vestido y ¡ay! notaré en las yemas de mis dedos un charquito húmedo. Y mientras ellas hablen yo pensaré en las manchas tan feas de sudor que se estarán formando en mi nuevo vestido blanco de piqué y me concentraré para buscar la manera de que en todo momento tenga presente que tengo esos feos cercos bajo mis axilas y que no debo levantar los brazos en ningún momento durante la misa. Tampoco después, a la salida, cuando el sol caiga de pleno sobre la acera de la calle Murray y Bob baje las escaleras de la iglesia, me mire y me salude agachando la cabeza. Es en ese momento cuando yo no podré olvidar todo eso de los cercos en las sisas de mi traje nuevo blanco y deberé saludarle levantando la mano un poquito, cuidando tener en todo momento los brazos bien pegados al cuerpo. Y entonces Bob me devolverá el saludo y yo sonreiré y notaré que el corazón me palpita rápido, pom-pom-pom, y giraré la cara hacia un lado y pensaré «ahora me sigue mirando, ahora me sigue mirando, ahora me sigue mirando», y algo me dirá dentro de la cabeza «no te pongas nerviosa, no te pongas nerviosa, pues si te poner nerviosa sudarás más y recuerda tu vestido blanco de algodón, recuerda las sisas, no te pongas nerviosa, recuerda esos feos charcos, recuerda, no te pongas nerviosa porque sudarás más», e imaginaré la tela de piqué ampliada en mi mente, muy ampliada, enorme, e imaginaré cómo las gotas de sudor van cayendo de mis axilas hasta llegar a la tela e imaginaré todos esos pequeños pocitos que forma el tejido de la tela y cómo se van llenando de sudor, cómo las gotas se expanden y van formando esos feos cercos, y luego volveré y la vista y veré que Bob está ya de camino a casa, alejándose, y me fijaré en su nuca pelada y en esos andares que tiene tontos, como si caminase hacia ningún lado.