domingo, 27 de septiembre de 2009

Solarística

Cuando descendí por primera vez a 300 metros, me fue difícil mantener la altura, porque comenzó a soplar el viento. Concentré toda mi atención en el pilotaje. Durante cierto tiempo no miré hacia afuera. Por eso, penetré en la niebla.
—¿Era una niebla corriente?
—No era una niebla habitual. Parecía más bien una capa coloide, muy viscosa. Cubrió los cristales. Era tal la resistencia de esa niebla que comencé a perder altura. En el lugar donde debía estar el sol, la niebla se iluminó de rojo. Al cabo de media hora salí a un espacio abierto. Era redondo, con un diámetro de cientos de metros. Noté enseguida un cambio en el estado del océano. Las olas desaparecieron y su superficie se puso transparente, casi del todo. Debajo de ella se concentraba un limo amarillo. Cuando éste emergía, brillaba como el cristal. Luego empezaba a bullir, espumajeaba y se solidificaba. Parecía un almíbar quemado. Ese limo se unía en grandes conglomerados y, paulatinamente, formaba diferentes figuras. El helicóptero comenzó a ser atraído hacia la niebla y tuve que hacer resistencia a ese movimiento. Cuando volví a mirar hacia abajo, vi algo parecido a un jardín. Vi unos árboles, vallas, acacias, caminos. Todos eran de esa misma sustancia.
—¿Tenían hojas esos árboles y plantas? ¿Los matorrales y las acacias?
—No, parecían ser de yeso, de tamaño natural. Después comenzaron a fragmentarse, rompiéndose. La ebullición se hizo más intensa y todo se cubrió de espuma. [...] Descubrí un objeto flotante. Me parecía que era el mono de Fechner. Viré, para no perderlo de vista. En este momento la figura se levantó un poco. Como si flotara, sumergida hasta la cintura en la ola. Ese ser humano no llevaba mono y se movía.
—¿Era un ser humano?
—Sí, un ser humano.
—¿Le vio la cara?
—Sí.
—¿Quién era?
—Un niño.
—¿Lo había visto usted antes?
—No, nunca. Cuando me acerqué a él, noté que algo no estaba bien.
—¿En qué sentido?
—Al principio no entendí de qué se trataba, pero después comprendí que era demasiado grande. Tenía unos cuatro metros de altura. Sus ojos eran azules y el pelo negro.
—¿Tal vez se siente usted mal? Podemos aplazar la reunión.
—Continuaré. Estaba totalmente desnudo, como un recién nacido. Y mojado, mejor dicho, grasiento. Su piel brillaba. El subía y bajaba junto con la ola, manteniéndose siempre encima. Independientemente de esto, avanzaba. Eso era repugnante.

Declaración del piloto espacial Berton en la película Solaris de Andrei Tarkovsky (1972), basada en la novela homónima de Stanisław Lem (1961).
En la foto, Hari (Natalia Bondarchuk) se descubre ante el espejo con un retrato de Hari en las manos.

2 comentarios:

Inde dijo...

Y luego dirán que Aragón es la tierra del surrealismo... (aunque no vamos mal servidos, eso tampoco).

Harry Sonfór dijo...

Pues mire, Inde, que el actor protagonista, Donatas Banionis, lituano de toda la vida, tiene además un punto baturro. Tiene un aire a Miki Nadal. En esto que me pongo a buscar en su filmografía y me encuentro que en 1971 interpretó a Goya en una película germano-rusa del mismo nombre. Ya está, conexiones halladas.