miércoles, 16 de abril de 2008

Buñuel, la jirafa y Giacometti


En la foto, Buñuel, la jirafa y Giacometti.
El texto íntegro sobre la obra, en la entrada del blog de Badil.
Es de esos textos que uno no debería perderse. Ustedes verán.

5 comentarios:

Badil dijo...

Pagaría dinero por ver lo de los cien mil maristas y el almacen de los millones de reserva. Se los juro.

Anónimo dijo...

¡PRIMICIA UNIVERSAL!
por primera vez (y sin que sirva de precedente para el resto de las primicias universales sobre Buñuel u otros surrealistas)
el texto COMPLETO en la red de redes:

UNA JIRAFA
Esta jirafa, de tamaño natural, es una simple tabla de madera recortada en forma de jirafa, que ofrece una particularidad que la diferencia del resto de animales del mismo género realizados en madera. Cada mancha de su piel, que a tres o cuatro metros de distancia no ofrece nada anormal, está en realidad constituida, bien por una tapa que cada espectador puede fácilmente abrir haciéndola girar sobre un pequeño gozne invisible disimulado en uno de sus lados, bien por un objeto, bien por un agujero a través del que se ve la luz del día —la jirafa no tiene más que algunos centímetros de espesor-, bien por una concavidad que contiene los diversos objetos que se detallan en la lista que aparece a continuación.
Hay que destacar que esta jirafa no cobra verdadero sentido hasta que está enteramente realizada, es decir, cuando cada una de estas manchas cumple la función para la que ha sido destinada. Si esta realización es muy dispendiosa, no deja por ello de ser menos posible.
TODO ES ABSOLUTAMENTE REALIZABLE
Para esconder los objetos que deben encontrarse tras el animal, habrá que colocarlo delante de un muro negro de diez metros de alto por cuarenta de largo. La superficie del muro debe estar intacta. Delante de este muro será necesario cuidar un jardín de asfódelos, cuyas dimensiones serán las mismas que las del muro.

Anónimo dijo...

QUÉ DEBE ENCONTRARSE EN CADA MANCHA DE LA JIRAFA.
EN LA PRIMERA:
El Interior de la mancha está constituido por un pequeño mecanismo bastante complicado que recuerda mucho al de un reloj. En el centro del movimiento de las ruedas dentadas da vueltas vertiginosamente una pequeña hélice. Un ligero olor a cadáver emana del conjunto. Tras abandonar la mancha, tomar un álbum que presenta decenas de fotografías de muy miserables y pequeñas plazas desiertas. Son las de las viejas ciudades castellanas: Alba de Tormes, Soria, Madrigal de las Altas Torres, Orgaz, Burgo de Osma, Tordesillas, Simancas, Sigüenza, Cadalso de los Vidrios y sobre todo Toledo.
EN LA SEGUNDA:
A condición de abrirla a mediodía, como lo precisa la inscripción exterior, se encuentra uno en presencia de un ojo de vaca en su órbita, con pestañas y párpado. La imagen del espectador se refleja en el ojo. El párpado debe caer bruscamente, poniendo fin a la contemplación.
EN LA TERCERA:
Abriendo esta mancha se leen, sobre un fondo de terciopelo rojo, estas dos palabras:
AMÉRICO CASTRO
Al ser las letras desmontables, podrá hacerse con ellas todas las combinaciones posibles.
EN LA CUARTA:
Hay una pequeña reja, como la de una cárcel. A través de la reja se escucha el sonido de una auténtica orquesta de cien músicos interpretando la obertura de Los maestros cantores.

EN LA QUINTA:
Dos bolas de billar caen con gran estrépito al abrir la mancha. En su interior sólo queda, en pie, un pergamino enrollado, atado con liza; debe desenrollarse para poder leer este poema:
A RICARDO CORAZÓN DE LEÓN
Del coro al caño, del caño a la colina, de la colina al infierno, al sabbat de las agonías del invierno.
Del coro al sexo de la loba que huía a los bosques intemporales de la Edad Media.
Verba vedata sunt fodido en culo et puto gafo era el tabú de la primera cabaña levantada en el bosque infinito, era el tabú de la cagarruta de la cebra de la que salieron las multitudes que elevaron las catedrales.
Las blasfemias flotaban en los pantanos, las turbas temblaban bajo el látigo de los obispos de mármol mutilados, se empleaban sexos femeninos para moldear sapos.
Con el tiempo reverdecían las religiosas, de sus costados secos crecían ramas verdes, los íncubos les guiñaban el ojo mientras los soldados meaban en los muros del convento y los siglos hormigueaban en las llagas de los leprosos.
De las ventanas pendían racimos de novicias secas que producían con la ayuda del cálido viento primaveral, un suave rumor de oración.
Tendré que pagar mi cuota, Ricardo Corazón de León, Jodido en culo et puto gafo.
EN LA SEXTA:
La mancha atraviesa de lado a lado la jirafa. Se contempla entonces el paisaje a través del agujero; a unos diez metros, mi madre —la señora Buñuel-, vestida de lavandera, está de rodillas ante un arroyo lavando la ropa. Algunas vacas detrás de ella.
EN LA SÉPTIMA:
Una simple arpillera de un viejo saco manchado de yeso.
EN LA OCTAVA:
Esta mancha es ligeramente cóncava y se halla cubierta de pelos muy finos, rizados, rubios, tomados del pubis de una joven adolescente danesa de ojos azules muy claros, rolliza, con la piel quemada por el sol, toda inocencia y candor. El espectador deberá soplar suavemente sobre los pelos.
EN LA NOVENA:
En lugar de la mancha se encuentra una gran mariposa nocturna oscura, con una calavera entre sus alas.
EN LA DÉCIMA:
En el interior de la mancha una apreciable cantidad de masa de pan. Se siente la tentación de amasarla con los dedos. Cuchillas de afeitar muy bien disimuladas harán sangrar las manos del espectador.

Anónimo dijo...

EN LA UNDÉCIMA:
Una vejiga de cerdo reemplaza la mancha. Nada más. Tomar la jirafa y transportarla a España para colocarla en un lugar llamado Masada del Vicario, a siete kilómetros de Calanda, al sur de Aragón, con la cabeza orientada hacia el norte. Reventar de un puñetazo la vejiga y mirar por el agujero. Se verá una casita muy pobre, blanqueada con cal, en medio de un paisaje desértico. Delante, a pocos metros de la puerta, crece una higuera. Al fondo, montes pelados y olivares. Un viejo labrador saldrá tal vez, en ese instante, de la casa descalzo.
EN LA DUODÉCIMA:
Una hermosísima foto de la cabeza de Cristo coronado de espinas pero riéndose a carcajadas.
EN LA DECIMOTERCERA:
En el fondo de la mancha, una hermosa rosa de mayor tamaño que el natural fabricada con peladuras de manzana. El androceo es de carne sangrante. Esta rosa se volverá negra algunas horas después. Al día siguiente se pudrirá. Tres días más tarde, sobre sus restos, aparecerá una legión de gusanos.
EN LA DECIMOCUARTA:
Un agujero negro. Se oye este diálogo cuchicheado con gran angustia:
Voz DE MUJER—. No, te lo suplico. No hieles.
Voz DE HOMBRE—. Sí, es necesario. No podría mirarte de frente. (Se oye el ruido de la lluvia).
Voz DE MUJER—. A pesar de todo, te quiero, te querré siempre, pero no hieles. No... hie... les. (Pausa).
Voz DE HOMBRE (Muy bajo, muy dulce)—. Mi pequeño cadáver... (Pausa. Se oye una risa contenida).
Aparece bruscamente una luz muy viva en el interior cte la mancha. Bajo esta luz se ven algunas gallinas picoteando.
EN LA DECIMOQUINTA:
Una pequeña ventana con dos batientes construida a imitación perfecta de una grande. De repente sale una espesa bocanada de humo blanco, seguida, algunos minutos más tarde, de una explosión lejana. (Humo y explosión deben ser como los de un cañón, vistos y escuchados a algunos kilómetros de distancia).
EN LA DECIMOSEXTA:
Al abrir la mancha se ve a dos o tres metros de distancia una Anunciación de Fra Angélico, muy bien encuadrada e iluminada, pero en un estado lamentable: desgarrada a cuchilladas, embadurnada con brea, la cara de la Virgen cuidadosamente ensuciada con excrementos, los ojos reventados con agujas y en el cielo una inscripción con letras muy toscas: “Abajo la madre del turco” -
EN LA DECIMOSÉPTIMA:
Un potentísimo chorro de vapor surgirá de la mancha en el momento de su apertura y cegará horriblemente al espectador.
EN LA DECIMOCTAVA:
La apertura de la mancha provoca la caída angustiosa de los objetos siguientes: agujas, hilo, dedal, trozos de tela, dos cajas de cerillas vacías, un trozo de vela, una baraja muy vieja, algunos botones, frascos vacíos, granos de Vals, un reloj cuadrado, un picaporte, una pipa rota, dos cartas, aparatos ortopédicos y algunas arañas vivas. Todo se desparrama de la manera más inquietante. (Esta mancha es la única que simboliza la muerte).
EN LA DECIMONOVENA:
Una maqueta de menos de un metro cuadrado detrás de la mancha representa el desierto del Sahara bajo una luz aplastante. Cubriendo la arena, cien mil pequeños maristas de cera, con el alzacuello blanco destacando sobre la sotana. Con el calor, los maristas se derriten poco apoco. (Será necesario tener varios millones de maristas de reserva).

EN LA VIGÉSIMA:
Se abre esta mancha. Alineados sobre cuatro tablas se ven doce pequeños bustos de terracota que representan a la Sra..., maravillosamente bien hechos y de gran fidelidad, a pesar de sus dimensiones de unos dos centímetros. Con una lupa se constatará que los dientes están hechos de marfil. El último pequeño busto tiene todos los dientes arrancados.

Harry Sonfór dijo...

Anda, pues sí qué está completo, sí, lady in the radiator.