—En esa silla, hará ahora treinta años, se sentó mi abuelo y fue lo último que hizo. Se sentó y se quedo muerto. Mira si era malo ese hombre que, desde aquella tarde, mosca que se posa sobre la silla, mosca que cae muerta. Mosquito que se posa sobre la silla, mosquito que cae muerto. Hasta la carcoma de las patas se murió tras sentarse mi abuelo. Yo digo que algo quedó en ella de mi abuelo, no sé si su muerte o lo malo que era, pero es un hecho que algo queda en esta silla que mata a todo el que se sienta en ella. Hará cosa de ocho años que un día vino el cobrador del Ocaso, le hice pasar, fui un momento al cuarto de estar a por el dinero y cuando volví me lo encontré sentado sobre la silla. Muerto pero bien muerto. ¿Recuerdas esa perrita que tenía la vecina, esa blanca y negra tan graciosa que ladraba a todo aquel que le parecía que no era de la casa? un día dejé la puerta de la entrada abierta, se coló y con tan mala fortuna que pegó un brinco sobre la silla y la pobrecita se quedó ahí.
—Yo las miro, primero a la silla, luego a la mujer. Después, vuelvo a mirar hacia la silla. Me quedo quieto, no sé qué decir.
—Espera un momento que te traigo las vueltas —me dice, y veo cómo se aleja por el largo pasillo caminando a pasitos cortos, arrastrando las zapatillas por el suelo de baldosa—, un momento que lo tengo preparado.
—Y yo vuelvo a mirar la silla. Es una silla normal, me digo, más bien fea, y pienso que a veces una serie de coincidencias convierten a una simple silla es la responsable de todos los males del mundo. Me siento sobre ella por el gusto de probarla, de notar esa sensación de peligro que produce infringir las leyes de las supersticiones. Me siento y sonrío. No sucede nada. La silla está aquí, yo estoy sentado sobre ella, todo está bien. Veo que vuelve por el pasillo la mujer, caminado a pasitos cortos. Me fijo en su cara y veo cómo sus ojos se estiran hacia arriba, como los ojos de los personajes de los dibujos animados. Se estiran mucho más y ahora ya parecen dos ampollas de cristal alargadas que rebasan el límite de las cejas, luego de la frente, luego sobrasalen monstruosamente por su cabeza, que ahora se ve mucho más chica, seca y negruzca, y se curvan hacia atrás. Doy un respingo y salto de la silla. Tomo el dinero de las manos de la mujer, lo meto en mi cartera y salgo de la casa casi sin despedirme. Bajo las escaleras de dos en dos hasta llegar al portal. Abro la puerta y respiro profundamente. Hace un precioso día de verano.
domingo, 20 de julio de 2008
Una silla
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fenómenos extraños fenomenales
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2 comentarios:
«Dicen que cada vez que Nikola Tesla oía un comentario del estilo "la radio la inventó Marconi", él solía contestar "y una polla como una olla". En realidad, el auténtico inventor de la radio fue el ingeniero español Julio Cervera Baviera. Se dice que la primera conversación radiofónica conocida en el mundo la mantuvo este hombre con un cuñado suyo en estos términos:
-Oye, cuñado, ¿me escuchas? -le dijo Cervera.
-Sí, perfectamente.
-Bien, pues entonces dime la diferencia que hay entre una silla y un pene.
-Pues no la sé -contestó el cuñado.
-Vale, esto funciona de maravilla, cuñado, pero tú ten cuidado dónde te sientas.
Julio Cervera Baviera fue colaborador de Marconi, nació en Segorbe (Castellón) en 1854 y se desconoce dónde y cuándo murió». (Fuente: Vidas Inimaginarias de Anatoly Rasskazov. Ed. Cirtica. Sevilla, 2008).
Oiga, pues es un documento que parece bien importante y que no conocía. Además inventó el tranvía tinerfeño, oiga.
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