Imaginen la escena de una playa. Una playa vacía en un día luminoso. El mar está tranquilo, las olas lamen la orilla y se llevan consigo granos de arena. Vaya, lo que viene siendo una playa. ¿Ya han imaginado la playa? Bien, ahora imaginen que en la parte superior del plano aparece una cartela con letra gorda, en helvética extra bold por ejemplo, en la que pone «Es de noche». Pues ya me ha dado miedo. Ojo, es un miedo de los que dan gusto por dentro, pero miedo a fin de cuentas. Me dan miedo las noches luminosas. Me da miedo cuando Nosferatu llega en barco a la ciudad de Wismark en pleno día y descarga los ataúdes. La escena está rodada en pleno día, y así la percibimos, pero todos reconocemos que «en realidad» es de noche. Nuestro sentido común nos dice que es de noche. Esa noche luminosa me da miedo. Como esas noches luminosas de luna llena en las que todo, un jardín, un descampado, un parque, se nos muestra como un plató iluminado. Me dirán que esto ya lo había contado. Pues es verdad, ya lo he contado varias veces y de diferentes maneras. Pero comprendan que les estoy hablando de uno de esos miedos que dan gusto a la vez. A ver cómo vamos a contar una cosa así en una sola entrada.
sábado, 23 de octubre de 2010
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3 comentarios:
A mi una de las cosas que me dan miedo y gusto a la vez es una hogaza de pan de esas como una rueda carro que venden en Vera de Moncayo, un kilo tomates mu maduros y un pernil.
En realidad son tres cosas (como el Kinder Sorpresa) pero entre ellas forman un todo.
A mí de pequeña me gustaban mucho las noches de los westerns, todo azulico, y con sus nocturnas sombras cenitales.
Pues anda Harry que no tengo yo obsesiones con las escenas de la playa también. En la mía hay un viejo con sombrero y es de día, otoño. Que ya lo habré contado muchas veces también, pero que usted lo cuenta tan bien que a lo mejor me paso a la suya.
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