Algunas veces recuerdo el tiempo que viví en San Petersburgo, cuando, al caer la noche, en el dormitorio, me quitaba el vestido, me ponía el camisón, lavaba mis manos y mi cara con agua fresca en la tina y esperaba, impaciente, la visita de nuestro amigo. Luego, tras su marcha, me metía en la cama, mi hermana apagaba la mecha de la lámpara con un soplido y caía en un profundo sueño. Soñaba muchas veces, pues era un sueño recurrente, que me encontraba en la cresta de una explanada, cuando el sol, rojo y brillante, estaba a punto de desaparecer entre las montañas. Yo me tumbaba sobre la hierba, que crujía bajo mi espalda, y esperaba. Esperaba observando una hermosa lluvia de estrellas. Esperaba escuchando el crepitar de la cebada creciendo. Esperaba mirando un cielo inmenso que me cubría, me llenaba y me vaciaba por completo. Esperaba sintiendo cómo las hormigas subían y pendían de los vellos de mis brazos. Esperaba sintiendo las lombrices de tierra roer mis pies doloridos. Al rato, escuchaba el galopar de muchos, cientos de caballos, que venían hacia mí. Los caballos pisaban mis piernas y mis brazos y yo me despertaba, muy asustada, con un fuerte dolor en el pecho.
Hoy celebramos, según el calendario gregoriano, el cumpleaños de Anastasia Nikoláyevna Románova. En la foto, Anastasia Nikoláyevna con su tía, la Gran Duquesa Olga Alexandrovna. Colección Romanov, Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros de la Universidad de Yale. (Que, por cierto, más de uno, cuando vea la foto de esta biblioteca, dirá que justo detrás de este edificio está La Seo de Zaragoza, pero no, que este edificio es de 1963 y está en el mismísimo New Haven [Connecticut]. El que hay enfrente de La Seo, además de una mala copia horterizada, es muy posterior.)
jueves, 18 de junio de 2009
Pliego (2)
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