Siempre he sufrido de lo que se llama vientre nervioso, una calamidad tan ridícula como humillante. Mis intestinos han saboteado mis esfuerzos con una refinada e inagotable riqueza inventiva. La escuela fue un martirio incesante, ya que jamás podía prever cuándo me iba a dar el ataque. El hacerme de repente en los pantalones es una experiencia traumática. No se necesita haberlo sufrido muchas veces para estar constantemente preocupado.
A lo largo de los años he aprendido pacientemente a dominar mi dolencia hasta tal punto que he podido realizar mis actividades sin interferencias demasiado patentes. Es como albergar un demonio mal intencionado en el centro más sensible del cuerpo. Puedo controlarlo por medio de férreos rituales. Lo que limitó seriamente su poder sobre mí fue mi decisión de que era yo y no él quien mandaba sobre mis actos.
No hay medicina eficaz ya que o restriñen o actúan demasiado tarde. Un medico inteligente me dijo que debería aceptar este handicap y obrar en consecuencia. Es lo que he hecho. En todos los teatros en los que he trabajado un cierto tiempo, he tenido mi propio retrete. Esos retretes son, probablemente, mi permanente aporte a la historia del teatro.
Ingmar Bergman, Linterna mágica, memorias. Tusquets, Barcelona, 2007, p. 72.
viernes, 30 de julio de 2010
Tres años sin Ingmar Bergman
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Los desayunos de Cambio Radical
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2 comentarios:
Pues cómo debía sentarle al pobre cuando dirigía teatro que le desearan mucha mierda la noche del estreno...
Pues mal, imagino. Mejor decirle que se torciera una pierna.
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