La mano es más rápida que el ojo —dijo el ilusionista—, la solución suele estar en engañar al espectador con la voz mientras se realiza el truco. Así, mientras el ojo mira las palabras, casi no le queda tiempo para ver el traslado de una mano a otra. Ya sólo queda el segundo engaño: hacerle creer que el truco se encuentra en un movimiento anterior o posterior al cambio de manos. «Voilá», ahora el público aplaude y sus ojos siguen buscando en el interior de su cabeza en qué momento se realizó el engaño.
Es en ese espacio de tiempo cuando un buen ilusionista puede deshacerse con facilidad hasta de un rinoceronte, esconderlo tras su espalda y saludar.
En la foto: Miss Vesta Tilley. Ringling Collection.
martes, 1 de mayo de 2007
La mano y el ojo
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