Bú, me digo, voy a hacerle un truco a mi señora que he visto en la tele que se va a quedar de piedra. Así que busco en el costurero una aguja larga, voy a la cocina y miro que sobre la encimera están ahí esperando los dos plátanos. Dos plátanos que el día anterior en la verdulería le había señalado a mi señora «¿Quieres que cojamos plátanos?» ya pensando en el truco tan bueno que le iba a hacer en el momento oportuno. Ahí estaban, esperando, sobre la encimera. Los cojo, los escondo bajo el jersey y me meto en una habitación. Saco la aguja, la desinfecto con alcohol, la seco, la introduzco con sumo cuidado y la muevo horizontalmente de un lado a otro cortando el interior del plátano a través del orificio. Repito la operación cinco veces en diferentes puntos del plátano, cuidadosamente. Es un truco buenísimo, me digo. Froto la superficie con el dedo para que mi señora no note ninguna manipulación. Qué truco más bueno, me digo. Los escondo bajo el jersey y bajo a la cocina. Veo que mi señora no anda por la cocina y los dejo en el mismo lugar. Perfecto. Guardo la aguja en el costurero. Salgo de la cocina y me froto las manos de alegría. Queda media hora para preparar la comida. Llaman por teléfono, miro el correo, trabajo un poco. Ya es la hora, bajo a la cocina y veo que mi señora anda sacando pucheros y rebuscando en la nevera. Poso mi mirada sobre la encimera en busca de los dos plátanos y veo... ¡un plátano! Oh, señor. «¿Y el plátano que había aquí junto a este otro plátano?» le digo. «¿Qué?», me dice. «El plátano, antes había aquí dos plátanos». «Ah —me responde—, que me ha entrado hambre y me lo he comido». «¿Que te lo has comido?», le pregunto. «Sí, me ha entrado hambre y me lo he comido», me responde. Cojo el platano, lo miro fijamente y veo que sí, que ese plátano es el plátano sin manipular. «Y... ¿y estaba bueno el plátano?» le pregunto. «Sí, me contesta». «¿Y no has notado nada raro, unos cortes así transversales que al pelarlo te salía como si previamente lo hubieran cortado en porciones con un cuchillo invisible?» le pregunto. «¡Ah, eso era! —me responde—, yo pensaba que tenía un trozo malo y lo he tirado. Mira, ahí está, en la basura». Abro la tapa del cubo de la basura y veo un trozo de plátano, triste, abandonado, una bonita porción de plátano con los lados perfectamente seccionados.
He decidido que dejo lo de la magia.
Luego, al rato, tras descubrir mi desconsuelo, me preguntó cómo había hecho esos cortes en el interior del plátano sin manipular la piel. Sí, los cojones que se lo voy a contar. Un mago nunca cuenta sus trucos. Aunque sea un fracaso como mago.
viernes, 15 de enero de 2010
El plátano mágico
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14 comentarios:
¡John Wayne! A que sí.
Tojunto
Yo de usted dejaría pasar un tiempo prudencial y volvería a hacer el truco con un melón. Ya verá qué cara pone cuando lo abra.
Si, eso es su señora "clavao", sin ninguna duda, ya veo la escena, si...
Póngase con una redecilla con madroños, igual como majo si triunfa.
Desapercibido no pasará.
Eso le pasa por manipular fruta que no es de temporada.
No, que no es John Wayne, que es Carole Lombard, Carolina Lombarda, Tojunto. Mire qué guapa está.
O con una sandía y una aguja de hacer punto. Puede ser un truco buenísimo, y jugoso, bien jugoso, Helter.
Mire que me acabo de imaginar con redecilla, Badil, y no me veo. Ahora no me veo. Pero un día le cuento cuando de chaval me hacía la toga. Jodo, hacerse la toga, yo creo que ya nadie lo dice. Hacerse la toga. Madre mía. Ay.
Pues tiene razón, Arkab, aunque no sé bien cuándo es la temporada del plátano. ¿Cuándo es la temporada del plátano? Ay, que no me lo había planteado nunca.
Ya veo que ve la escena, Spanique, es que está contado todo desde la verdad verdadera más grande que hay. Nadie puede negar la narración de los hechos, ni mi señora.
Su señora lee el bloj? Lo digo por lo de que no se entere del truco...
¿Usted cree, Gloria, que con aguantarme todo el día no tiene suficiente mi señora que encima me va a leer lo que pongo? No, no, descuide, que el truco aún no ha sido revelado.
Qué bien se llevaría tu señora con mis chicos, intuyo.
¿Que también tienen ese punto sinsorgo, Inde, que a veces te dices «Ay, pa qué, pa qué...»?
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