miércoles, 4 de marzo de 2009

Una infidelidad tirando a sosa

L. un día, de la noche a la mañana, se encontró que tenía una amante. Aquel acontecimiento lo obligó a replantearse su vida, a pensar en cosas muy profundas sobre sí mismo y a cuidar más sus movimientos: antes dejaba el móvil en cualquier sitio y ahora procuraba llevarlo siempre consigo, con el timbre bajito o en posición de silencio con vibrador. También lo apagaba por la noche. No fuera a ser. L. descubrió muchas cosas sobre él con esa relación, como que podía ser mucho mejor persona y más interesante si se lo proponía pero sólo durante unos días; a los días ya, poco a poco, volvía a convertirse en lo que era anteriormente. También descubrió que su capacidad para enamorar a una mujer no había mermado ni un ápice en todos esos años pero que mantener ese estatus le costaba mucho más que antes. Le dolía. No vamos a ahondar en lo profundo de sus sentimientos más internos, le dolía todo el cuerpo. Le dolían las rodillas, los muslos, los antebrazos, el cuello y los riñones. Le dolía todo. Así que pensó si esos dolores venían por el complejo de culpa o por alguna maldición de un ente superior y al final resultó que no, que era más bien porque hacía más ejercicio y andaba con más estrés de un lado a otro. También pensó que todo aquello de ser infiel era algo bien excitante hasta que se vio contando a su amante por la mañana las mismas cosas que contaba a su esposa por la noche, antes de acostarse. Todo no, a su amante le contaba que su esposa no le comprendía y a su esposa no le contaba nada de la amante, claro está, las formas son las formas. Al final pensó que lo más excitante de todo aquello era andar escondiendo el móvil todo el día, o cuando iba por la calle con su mujer y se imaginaba que en cualquier momento podía aparecer la otra. También imaginó a su amante despechada escribiendo una carta más despechada aún a su esposa contándole que L. le había prometido lo de separarse de ella para irse con la otra y todo eso que se suelen decir los amantes cuando están desnudos y con buen ánimo en la habitación de un hotel. O un ataque por la espalda de camino al trabajo. O un ataque por la espalda a la vuelta del trabajo. O una llamada por teléfono al fijo. O una llamada por teléfono al trabajo. O una llamada por teléfono al trabajo de su esposa. O que llamara a su mujer para invitarla a tomar un café en un café. O encontrarse a su perro envenenado en la puerta de casa con un cartel que dijera: «con cariño de tu amante». Todo aquello era muy excitante, interesante, exultante, chispeante. Pero no le dio tiempo, pues a los pocos días la amante lo llamó al móvil para dejar la relación. L. se sintió muy molesto por aquello y pensó que qué infidelidad más sosa.

3 comentarios:

Trikki dijo...

Oiga, Harry, que estoy seguro que cuando usted puso la foto diaria, pensó para sus adentros "ya verás como viene alguno y me dice que el tal Nikol tiene un aire José Mª. Aznar", y es por eso, sólo por eso, por que sé que usted ya lo ha pensado, que no se voy a decir nada.

En cuanto a su entrada y por lo que conocí recientemente de una infidelidad, creo poder afirmar que el hombre infiel además de todo lo que usted dice, se ducha más y hace más deporte (o eso dice, voy al gimnasio, a jugar a futbol, a nadar.)

Harry Sonfór dijo...

Y no, Trikki, que Gogol era mucho más guapete que Aznar, no me lo compare. Si busca retratos suyos verá que tenía cara de chica victoriana con bigote. Era un señor guapete y sonriente. No obstante, un hombre que escribe un cuento sobre una nariz exenta que frunce el ceño y vuelve la cabeza merecería aparecer en la cabecera de este blog con todos los honores, aunque se pareciera a Aznar.
Aquí, el cuento de la nariz, que es una cosa preciosa:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/gogol/nariz.htm

Harry Sonfór dijo...

Pues no sé de dónde saca el tiempo, le va a dar un algo, oiga, todo el día paquí pallá.