viernes, 27 de marzo de 2009

Los tres cerebros

Decía el neurocientífico Paul MacLean (1913-2007), apoyándose en las anteriores investigaciones del neurólogo James Papez (1883-1958) que los humanos tenemos un cerebro triple, un tres en uno. El primero, el más interno y más primitivo, es el cerebro de reptil, que conservamos rodeado por el cerebro paleomamífero y éste, a su vez, rodeado por el cerebro neomamífero. El cerebro de reptil se ocupa de las rutinas y de salvar el pellejo cuando uno se ve en peligro. El cerebro paleomamífero es el que nos ayuda a interactuar con el exterior, en él se alberga la memoria, la atención, las emociones, el deseo sexual y, posiblemente, el gusto de rascarse. El cerebro neomamífero, el neocórtex, nos sirve para razonar, para cambiar impresiones y para enamorarnos de la persona con la que se acostó la noche anterior el cerebro paleomamífero por darse un gusto al cuerpo y con la que se acostó el cerebro de reptil y salió pitando a las cinco de la mañana de la cama no fuera a pensar la otra persona al despertarse que aquella unión era algo que iba en serio y que había que desayunar mirando al otro poniendo cara de búho chico. Los tres cerebros van funcionando a su manera, un rato uno, otro rato el otro, otro rato el otro; se comunican entre ellos y se dicen cosas. El cerebro de reptil es el que nos lleva a los humanos al mismo bar todos los fines de semana o a tomar café con cruasán plancha en el otro. Es el cerebro que ha guiado a las tortugas durante millones de años a desovar en la misma playa donde nacieron. Es un cerebro terco, tozudo. Es el mismo que nos conduce año tras año a reunirnos con la familia en navidad, aunque el cerebro neomamífero le aconseje que igual no es lo más recomendable para el cerebro paleomamífero, el blando sentimental. En estos días tan bonitos de inicio de la primavera, las lagartijas de mi jardín salen a tomar el sol. Se las ve contentas ahí estirando las patitas, felices, mientras calientan sus lomos. Dicen que cuando el Altísimo creó a los animales y repartió los cerebros, la lagartija le gritó erguida sobre su dos patas inferiores «A mí no me jodas, ponme un cerebro solo, que lo que realmente me gusta es salir por la mañana, correr entre las piedras y las hierbas, chupetear flores para perfumarme el aliento mientras recojo el rocío de la mañana y estirar las patas al sol, así, mira, bien estiraditas».

En la foto, dos artesanos del mundo del molde confeccionando una máscara mortuoria. Nueva York, 1908. Es una foto muy bonita. Si les digo la verdad, lo que me pone nervioso de la foto es ver que el cuerpo del muerto sigue por debajo de la mesa. Si no viéramos ese cuerpo debajo de la mesa bien pudiera parecer que son dos pasteleros desmoldando un bizcocho de esos alemanes tan grandes que vienen envasados en cartón impreso en colores que venden en el Corte Inglés y que nunca he visto en ningún carro ¿alguien ha comprado uno de esos bizcochos portentosos? Me pone nervioso ver que el cuerpo continúa debajo de la mesa y no poder saber si sus manos descansan sobre sus muslos, o sobre sus rodillas, o caen a peso muerto entre sus piernas. O saber si sus pies descansan en el suelo sobre las suelas de los zapatos, o si uno de ellos descansa sobre la suela y el otro pie está girado. Todo eso me inquieta.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Panetones, se llaman "panetones" los bizcochazos esos Harry.
He de decirle que yo tengo una compi de trabajo, y sin embargo amiga, a la que le gustan una barbaridad. Y como su santo trabaja en el Corte pues allí que se los compra el chaval, y disgusto que se lleva mi amiga porque los panetones esos prometen un trasero del mismo tamaño. Y no, no es cosa, pero que le saben muy pero que muy ricos con el café con leche mañanero. Cada uno su vicio,ya sabe.
Ay.
¿Y dice usted que el cuerpo está debajo de la mesa?¿y que no sabe por donde para la mano?...aish, que grima. Yo no miro que es muy temprano aún y a estas horas estoy pelín impresionable.

Anónimo dijo...

Está claro que por eso vivimos: si dejáramos a nuestro cerebro-flor la labor de respirar, por ejemplo, seguro que no durábamos ni un día!!!

Yahuan dijo...

Supongo que los hombres esos hacen lo que pueden. Estuvo bonito lo de los cerebros.

Quién fuera lagartija...

Abrazos

Badil dijo...

Yo creía que el panetone era italiano. Guenismo. Está guenismo.
Y el cuerpo lo tienen que tener amarrao, que imagine usted que el muerto se hubiera muerto mal y se mueve, que destrozo de escayola.
Que como hace mucho que no escribo casi se me olvida, que le foto que puso usted del Labordeta, que de donde la ha sacao, que parecía el Sean Connery.

Harry Sonfór dijo...

Badil, es que en esa foto es donde sale más guapo Labordeta. Es una foto que le hicieron durante el rodaje de la serie de TVE «Del Miño al Bidasoa», una adaptación de la obra de Cela que se emitió en 1990, en la que interpretaba el personaje del vagabundo Dupont, un francés sin acento. También es la foto de portada de su libro «Banderas rotas».

ludovico dijo...

Nunca he comprendido qué sentido tiene una máscara mortuoria, cuando todo el mundo quiere ser recordado y recordar a sus seres queridos como eran en vida. Qué cosas.

Gema dijo...

Una máscara más, qué importa.

Harry Sonfór dijo...

Bueno, tiene sus razones lo de la máscara, ludovico y Gema, que andamos siempre escasos de tiempo y siempre decimos «Ay, a ver cuándo le hacemos la máscara a tal», «Ay, a ver cuándo le hacemos la máscara a cual» pero nunca encontramos el momento. Ya cuando se muere es el sí o sí, como cuando ves ese yogur que caduca ese mismo día y aunque no apetezca mucho pues te lo comes. Entonces, haces la máscara. Y tiene sus ventajas hacerla cuando ya ha muerto, que cuando están vivos hay que poner un par de canutillos en la nariz para que el vivo respire y la máscara, si no se retoca luego, queda peor.