Existen diferentes tipos de médiums. Unos ven muertos de vez en cuando, muertos escogidos, muertos famosos, muertos conocidos, muertos familiares; y otros ven muertos sin parar. Todo el rato, sin parar. M. era de los segundos. Veía muertos a cientos, a miles, por las calles, en el campo, por los caminos, en los grandes almacenes, en los centros polideportivos, dentro de las casas, en los jardines públicos y en los jardines privados. Cientos, miles, millones de muertos vagando de un lado a otro, empujándose, molestándose, haciéndose sitio a codazos. Muertos que gritan, que se zarandean unos a otros, muertos mayores, muertos jóvenes, muertos rapidísimos como centellas que casi no se ven y muertos descoloridos que se mueven a cámara lenta. Muertos de todo tipo. Para M. todo aquello era algo más que molesto, le violentaba bajar las escaleras de su casa con tanta gente, tanto muerto agolpado, esperando. Le angustiaba caminar por la calle con tanto muerto caminante, tanto muerto yendo de un lado a otro, tanto muerto parado mirando los escaparates de electrodomésticos con la boca abierta. Gatos muertos frotando su lomo contra los cristales de las tiendas de animales. Gorriones muertos colgando de sus patitas resecas bajo las ramas, como murciélagos. Moscas muertas zumbando entre moscas vivas. Muertos sentados en bancos, muertos acurrucados, dormidos en las aceras, muertos discutiendo con otros muertos, muertos tras los vivos, soplándoles en el cogote. Cuando M. murió se encontró con un escenario diferente. Solicitó una excedencia, tomó un tren de cercanías repleto de vivos y llegó hasta la costa. Fue caminando por la cuesta hasta llegar a la playa. Era una mañana preciosa con un sol enorme. Bajó a la arena y se vio rodeado de cientos de vivos. Vivos tomando el sol sobre tumbonas y toallas de baño, vivos corriendo, vivos jugando, vivos frotándose protector solar, vivos secándose, vivos entrando en el mar. M. se sintió bien allí, entre esa multitud de vivos con la piel ardiendo, tan brillante. Casi todo era perfecto, a falta de la sensación de la arena en la planta de los pies. Quiso recordar el crujido de la arena caliente en la planta de los pies y fue caminando hasta la orilla mientras decía entre dientes «crisss... crisss... crisss... crisss...» al ritmo de su pasos. Aquello no era una sensación perfecta, pero se asemejaba. En el mar, con el agua por la cintura, se encontró con otro muerto. Lo saludó «¿Qué hay?» y el muerto le devolvió el saludo, «Hace un bonito día, eh?», «Un día precioso», contestó M., complacido.
miércoles, 11 de marzo de 2009
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7 comentarios:
Su relato me recuerda una cita (seguro que me ha escuchado sacarla a relucir en alguna ocasión):
"Where the dead walked
And the living were made of cardboard"
dice el bueno de Ezra Pound al final de los "Cantos". Y me encuentro, al preguntar en Google, con que uno de sus discípulos -el poeta Rothenberg- lo recuerda también en una variación sobre el maestro
http://poemsandpoetics.blogspot.com/2008/12/16-poems-for-pound-project.html.
Algo así como
"Donde los muertos caminaban
y los vivos estaban hechos de cartón".
Harry, a don Ezra le pasaba exactamente lo contrario de lo que le pasa a su personaje playero: él sólo veía, alla en sus juventudes londinenses, una especie de "vivos" acartonados por la calle y todo el santo rato sin remisión (quizá exagerara; exageró). Por eso quizá, su playa particular, en cambio, estaba llena de "muertos" espabiladísimamente vivaces, como unas sardinas saltarinas. Qué manías. Y, claro, esos muertos tan espabilados le inspiraron sus "Personae". Quizá él mismo empujase un poco, y como sucedía con la pobre Helen Duncan pero por fortuna no tan literalmente, vampírica y distraídamente les metiese un buen jeringazo de sangre propia y reconstituyente. Y así resulta que se le echaron a andar para pasmo de propios y extraños (es decir, para el de sus buenos lectores). Bien pensado, la poesía y la literatura en general tiene mucho de eso: echar sangre nueva en desfallecientes ectoplasmas. Reinventarlos (“make it new”) y verlos pasearse como deliciosos y versallescos homúnculos...
Pues tengo yo la sensación de que, por lo que cuenta, más muertos parecen los vivos que los muertos.
Ah, y gracias por el premio Culocarpeta. Ay, qué de premios, si ya parezco la Pene...
Si algo así le pasó también a Juan José Millas creo recordar.... que se pensaba que el final del trayecto del bus era el país de los muertos.
A mi no me da por ahí oiga, pero puestos a elegir haría como M., a la playa a darme un remojete (en verano claro).
Por cierto, el buen hombre que nos trae hoy pelín acartonado ¿no?, digo, que lo mismo meto la pata again.
Me gusta mucho eso de «Donde los muertos caminaban y los vivos estaban hechos de cartón», Javier. La verdad es que cuando lo escribía me venía a la cabeza ese chiste gráfico tan usado del esquimal que sueña con una isla cálida y del isleño que sueña con un iglú. O el del tipo en una playa nudista que se imagina a una moza vestida. Es un gusto siempre leerle.
Si es que mis muertos son muy movidos, Helter. Y eso, que el premio Culocarpeta queda rebién en su blog, sí. Gracias a usted por ponerlo.
LaMima, el señor de la foto es Friedrich Wilhelm Murnau, un tipo grande. El de «Nosferatu». El más grande. No se ha hecho un Drácula tan bueno en el cine.
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