Cuando F. nació, guardamos el cordón umbilical en un pañuelo de hilo con puntillas e iniciales bordadas que, delicadamente, tejió mi abuela, entre otras cosas, para mi ajuar de bodas. También guardamos su primera pelusa, que el doctor nos recomendó cortar para que al niño le creciera el pelo fuerte y sano (y tanto que le creció, que las mujeres me paraban por la calle muertas de envidia al ver al niño con esos rizos tan lindos y tan rubios, que me decían que parecía francés). También todos sus primeros dientes de leche, que le cambiábamos por unas monedas entremetidas bajo la almohada. Los recortes de sus uñitas, de las manos y de los pies. Sus primeras gafas, enmendadas en el puente con esparadrapo. Guardamos también toda su ropa de bebé, el traje de la primera comunión con sus zapatos y sus primeros pantalones largos. Sus cuadernos y lápices, mechones de pelo que M. hurtaba y metía en el bolsillo de la bata cuando el niño se dejaba cortar el pelo. Sus libros, apuntes y las cartas de sus primeros amigos. Una bolsa de deporte, dos cajas de cartón y varios álbumes llenos de fotos. Todos los juguetes que le compramos y los que le regalaron. Su primer chupete, su primer biberón y el sacaleches. Un gorrito precioso de perlé con bordados de patos (una mamá pata con capota y tres patitos corriendo tras ella) que le hizo la tía abuela y que sólo llevó un par de veces porque le quedaba pequeño y le hacía unas feas marcas en la frente. Sus calcetines, sus pijamas, su carnet de la biblioteca y su cartilla infantil de la caja de ahorros. La escayola llena de firmas de compañeros que llevó durante cuarenta días en el brazo derecho cuando se lo fracturó por tres sitios en unos campamentos en Elche. El parche que llevó en el ojo izquierdo a los cuatro años para corregir el estrabismo y el cartoncito de su primer análisis de sangre. El carnet de la piscina, sus gafas, aletas y el tubo de buceo y dos latas de cerveza llenas de bolígrafos y rotuladores. La cadenita con la cruz, el anillito, el misal y el reloj de la primera comunión y la chapa de oro con su nombre, apellidos y grupo sanguíneo. F. se fue de casa hace dos años y aquí, para no sentirnos solos, hemos modelado con barro y venda de escayola su cuerpecito tal y como era de niño. R. se entretuvo vistiéndolo y cosiendo y peinando cada uno de los mechones de pelo sobre la cabeza con primoroso cuidado; yo le coloqué, uno por uno, cada uno de los dientecitos, cuando el barro aún estaba húmedo. Y sus gafitas, que parece que nos mira a través de ellas. Así, vestido, sentado frente a la mesa del comedor, con las manos posadas sobre sus rodillas, nos hace sentir que aún está con nosotros. Todos los días le ponemos el plato, la servilleta con su servilletero, los cubiertos y el vaso de agua y le servimos la comida como a los demás. Todos los días, M. peina sus cabellos con agua de colonia. Ayer, durante la cena, dijo en bajo que no quería las coles de bruselas. Nunca le gustaron las coles de bruselas. En bajito, lo dijo muy bajito. S. dice que son imaginaciones mías. Yo lo oí (no son imaginaciones mías). Esta mañana me levanté temprano para sacarlo de la cama y vi que se le había caído su primer diente de leche. Se lo he cambiado por una moneda que he colocado bajo su almohada.
jueves, 1 de mayo de 2008
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10 comentarios:
Que sepa que me ha dado muchísima rabia no haber escrito yo esta entrada suya, pero se me ha pasado enseguida porque al menos la ha escrito usted, que es mi fanta, mi sangría y mi candor.
Pues que sepa que a mí me ha dado mucha rabia también que no la haya escrito usted, que mire el trabajo que me hubiera quitado. En todo caso, usted sí que es mi fanta, mi sangría y mi candor.
Pues sepan ustedes los dos que son mis fantas, mi sangrías y mis candores, aunque que la conjuntivitis me impide leer la entrada por el momento, pero que si me la hubiesen encargado, la habría escrito yo. En Braille. Para la posteridad.
¿Ha probado a tomar Ebastel? oiga, está muy rico, que sabe a cosa mentolada y va en unos pocillos metálicos, le quitas la tapeta como a un yogur y con la punta de la lengua, placa, te lo llevas a la boca.
Oiga, Harry, por fin he podido leer la entrada y tengo que decir es preciosa su nueva demostración de retahilismo. ¿Por qué no mete usted a la primitiva y cuando le toque se pueda dedicar a escribir cosas para que se las publiquen en libros y los venda a centenares de miles y que le den muchos premios y al final pueda usted comprarse el carrito de golf que tanta ilusión le hace?
Tengo reconocido por Almirall el título de mayor consumidor de Ebastel en la historia de la humanidad. Tengo puestas todas las vacunas que se pueden poner (hace cinco años me dijo el alergólogo que por más vacunas que me pusieran lo mío no iba a mejorar). Algunos amigos me aconsejaron ir al homeópata, pero yo digo que si no creo en Dios, cómo voy a creer en un homeópata. Durante veinticinco años he probado todo tipo de tratamientos, hasta que el año pasado tuve una idea luminosa: «este año no me tomo nada» (bueno, menos los colirios porque si no me quedo sin ojos), el resultado fue que tenía exactamente los mismos síntomas que si tomaba las medicinas, ni más ni menos, ni menos ni más. Este año estoy repitiendo y el resultado es el mismo: igual que si tomase antihistáminicos. Conclusión: a esperar encerrado en una habitación a que se acabe el polen, no hay otra solución. Mardita sea mi cuerpo humano y su sistema inmuno-ilógico.
Oiga, eso del Ebastel, ¿es una droga legal o ilegal? Es que le he preguntado a mi camello habitual y me ha escupido, y aún no sé si es porque no tiene, o porque sabe que no podré pagárselo y no me quiere fiar, o porque se ha cabreao con su camella y está de malas.
Arkab, lo que tiene que haces usted es tomar mucho vino sin parar durante todo el día. No se le quitarán los síntomas alérgicos, pero al menos andará todo el día bien contento. O irse a tomar agua o aires a una zona donde no haya olivos. Pero eso es una puñeta. Es una puñeta lo de las alergias. Mire usted, con lo que me gustan los perricos y los gaticos y lo malo que me pongo con ellos, que hace que no toco un gato o un perro ni se sabe la de tiempo.
Oiga Harry, que esta entrada es bién rebonica.
Un relato francamente inquietante... esos dos seguro que están ahorrando para ir a Estados Unidos y hacerse un clon. No he podido evitar acordarme de los "Unexpected Tales" de Rohal Dahl. Qué repelús. (Por cierto, ¿de qué tamaño era la casa? ¡Pero si yo no tengo sitio ni para los juguetes que trajeron este año los reyes! Ah, bueno, que era solo una ficción,claro. )
Fdo: yo misma
Bienvenida Yo misma, que no he leído nada de Rohal Dahl, sólo he visto adaptaciones al cine de sus libros (que además me gustan mucho) pero que no me permito leerlo, que Rohal Dahl entra en la lista de escritores pilotos de avión y me lo tengo prohibido.
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