jueves, 29 de mayo de 2008

Una anécdota de los Haldane de toda la vida

Al cabo de un rato llegamos a un lugar donde el techo estaba aproximadamente a unos dos metros y medio y, por tanto, un hombre podía ponerse de pie. Uno de los del grupo encendió su lámpara de seguridad. Ésta se llenó de una llama azul y a continuación se extinguió con una pequeña explosión. Si hubiera sido una vela hubiera desencadenado una detonación y probablemente habríamos muerto. Pero, por supuesto, la rejilla de la lámpara de seguridad mantuvo la llama en el interior. El aire próximo al techo estaba lleno de metano, o grisú, que es un gas más ligero que el aire, de modo que el aire que había a ras del suelo no era peligroso.
Para demostrar los efectos de respirar grisú, mi padre me dijo que me pusiese de pie y recitase el monólogo de Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare que empieza: «Amigo, romanos, compatriotas». Pronto empecé a jadear, y aproximadamente al llegar a «el noble Bruto» mis piernas cedieron y me derrumbé en el suelo donde, por supuesto, el aire era bueno. De esta manera aprendí que el grisú es más ligero que el aire y que respirarlo es peligroso.


Narración de J.B.S. Haldane recordando cuando, de muchacho, acompañaba a su padre, J.S. Haldane, al fondo de las minas en sus investigaciones sobre los efectos de los gases tóxicos en los mineros. Aparece en el libro Eurekas y Euforias, de Walter Gratzer (Crítica, Barcelona, 2004), que es un libro muy divertido sobre anécdotas científicas (si no fuera por el dibujo de la portada, que echa para atrás, pues se parece a las portadas de los discos de Clásicos populares de TVE).

2 comentarios:

Helter dijo...

Ahora comprendo por qué es tan peligroso ver y escuchar a Susanna Grisu.

Badil dijo...

Fácil e inolvidable demostración de la impenetrabilidad de la materia: Estampar al alumno contra la pared mientras se le explica que "Ande hay una cosa no pué haber una otra"