—Está muy oscuro.
Me dice.
—Está muy oscuro, no veo nada.
Me dice.
—¿Dónde te encuentras?
Le pregunto.
—No lo sé. No veo nada. Está muy oscuro.
—¿Hace frío o calor?
Le pregunto.
—Hace frío. Está muy oscuro.
Me responde.
H. es un niño rubio, de diez años, que se encuentra perdido.
—¿Sigues ahí?
Le preguntó.
—Sí.
Me responde.
—¡Ahora veo una luz!
Grita.
—¿Cómo es la luz?
Le pregunto.
—Es una luz blanca, muy brillante, pero que no hace daño a los ojos.
Me responde.
Ya está. Uno más. Todos dicen que ven una luz blanca muy brillante que no hace daño a los ojos. Si algo tienen los humanos grabado como a fuego en su ADN, es la frase «Es una luz blanca, muy brillante, pero que no hace daño a los ojos». Si pasan el umbral ya no hay vuelta atrás.
—H. ¿me oyes?
Le pregunto.
—Sí.
Me responde.
—Escucha, H., no te acerques a la luz. ¿Me oyes? no te acerques a la luz.
Le grito.
—La luz me lleva. Viene a mí.
Me responde.
—Escucha, no te acerques a la luz. Huye de la luz. ¿Me has entendido? ¡Huye de la luz!
Le grito.
—H., escucha: ¿ves una especie de cordón umblical todo pringoso y bien tirante que tiene que haber por ahí?
Le digo.
—No veo, sólo veo la luz.
Me responde.
—¡Ah, esto es!
Grita.
—H., escúchame, es muy importante. ¡Aléjate de la luz! ¡Huye de la luz!
—Sí.
Pasan unos segundos, que se me hacen horas. He perdido la conexión.
—¡Aquí está!
Grita.
—¡Bien! ¡agarra ese cordón umbilical! ¡Agárrate a él!
—¡Ya está!
Grita.
Agarro el cordón con mis dos manos y lo enrrollo en uno de mis brazos. Tiro, tiro, tiro con todas mis fuerzas. Tiro con todas mis fuerzas. Tiro con todas mis fuerzas. De entre la bruma lechosa surge una figura, primero una sombra informe, luego, la figura de H. Lo agarro con fuerza, arranco el cordón de mi brazo, lo suelto y cierro la puerta de golpe. ¡Trac!
Abrazo a H. Está tiritando de frío, con el cuerpo lleno de ese moco pegajoso que tienen por costumbre usar en el más allá para envolver a los nuevos.
Lo abrazo durante largo tiempo para que entre en calor.
Le retiro con mis dedos los mocos de la cara. Me quito la chaqueta y lo cubro con ella.
H. se limpia la nariz y me mira fijamente.
—Y... ¿ya está?
Me dice.
—¿Cómo que ya está?
Le pregunto.
—Que si ya está.
Me dice.
—¿Qué quieres pues?
Le pregunto.
–No, no, nada, nada.
Me responde.
—¿Pues qué quieres pues?
Le pregunto.
—No, no, nada, nada.
Me responde.
—No, no, oye, dime qué quieres.
Le digo.
—Hombre, pues ya que estás, que si me llevas a ver High School Musical 3.
Me dice.
—Vale, bien —le digo—, si te iba a llevar igual.
viernes, 21 de noviembre de 2008
Traspasando el umbral
Etiquetas:
fenómenos extraños fenomenales
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8 comentarios:
el día del estreno, la calle estaba tomada: yo no sabía por qué, pero la policía municipal, las madres (algún padre también, pero la mayoría eran madres, y una caterva alucinada de adolescentes de los dos sexos, no, de ningún sexo todavía, o de estar descubriendo el sexo ese mismo día acaso) gritando a las niñas, las niñas corriendo por ver si venía alguien: yo pasé de largo, ese día estaba la Gran Vía sirviendo de acera, y la acera de escenario.
Así que no me extraña que vengan con esas. Los del musical han triunfado
¡Hiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Hiiiiiiiiiiiiii! ¡Hiiiiiiiiiiiiii!
Podía ser peor. Imagine que le pide que le lleve a ver Sangre de Mayo (Tanta tontada de hablar con los muertos. Mejor hablar con los fetos y saberlo antes porque así se le relía bien el cordón al cuello y....)
Precioso :-)
Harry, parece ser que usted también escribe columnas premonitorias.
Tanbién puede ser, Faren, también puede ser, que servidor siempre ha sido muy sensible, que se dice. No me asuste ¿todo bien?
¡Pues muchas gracias, marideliwes!
Ojo, Koldo, que yo eso de Higschool musical lo conozco por los padres, que me entran padres en el blog que andan con la cosa del Higschool musical angustiaos. Que yo soy más de Anna Montana. Bueno, de Anna Montana tampoco. Pues de Fama y a bailar. Bueno, de Fama y a bailar tampoco.
Ay, dios, estoy desfasao. Ay, dios, estoy mayor.
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