sábado, 7 de febrero de 2009

Los muertos cansados

A los muertos de ahora no les suele gustar hacer acto de presencia en las reuniones espiritistas. Les molesta, los inquieta. También saben que deben asistir cuando se les llama, como asisten los padres a una reunión de padres del colegio de sus hijos o como asisten los vecinos a un reunión trimestral de vecinos de la comunidad de vecinos de la casa. Asisten, pero sin ganas. Hay que ir. Y van, pero de mala gana, sin ilusión. Llegan tristes y sin ganas. Entre tanto vivo, los muertos se sienten como cuarentañeros en un un bar de adolescentes. Desubicados. Y a veces hacen cosas raras, para llamar la atención, para sorprender a los vivos, y les sale mal la mayoría de las veces. Algo que no debería caerse se cae y algo que no debería explotar explota. Sin medida, sin mesura. Los muertos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX hacían apariciones más bonitas. Las preparaban con cariño. Robaban telas de algodón y gasa, puntillas y encajes en los almacenes comerciales de retales, las arrugaban y las recosían formando largos churros y las sacaban por la boca y los oídos de los médiums como si fueran largos y hermosos cordones umbilicales ectoplasmáticos. Eso gustaba y sorprendía siempre a los asistentes. Hacían cosas bonitas, vistosas, de relumbrón. A veces, con mucho mimo, cosían a las telas pedazos de fotografías de familiares fallecidos o recortes de portadas de revistas de la época, con hilo fino y puntada invisible, o formaban moldes de cera de sus manos o de sus rostros y los dejaban caer desde lo alto en mitad de la mesa de la sesión. Era bonito y excitante todo eso para el día a día de los muertos que, de natural, se suelen aburrir. Los muertos de aquellos tiempos eran minuciosos, cuidadosos, detallistas. Fue una hermosa generación de muertos artesanos. Ahora no. Ahora los muertos, como mucho, meten cuatro gritos en edificios deshabitados o se aparecen durante un rato corto, pero se aparecen sin ganas, tristes, deseando volver a la tranquilidad. Entre ellos, se dicen, animándose, que llegarán tiempos mejores.

En la foto, la médium Helen Duncan, durante una sesión espiritista en la Biblioteca de la Universidad de Londres, saca un ectoplasma por uno de sus ojos vendados que toma la forma de un espíritu con la cabeza, reducida, de Joshepine Baker. Año 1933.

7 comentarios:

Trikki dijo...

Si es que ya ni los muertos son lo que éran,leñe.

Spanique dijo...

Pero si es que tienen razon, uno en vida se pasa el dia corriendo pa'rriba y pa'bajo, currando como un descosio, y que te venga a jorobar cuando por fin puedes descansar, es que no tiene nombre
Panda gamberros estos espiritistas de tres al cuarto

david dijo...

Oiga: el muerto ¿no es el Monchito de José Luis Moreno?...

Arkab dijo...

Carlos Latre, Harry, Helen Duncan se ha reencarnado en Carlos Latre.

Vea si no.

http://img.dailymail.co.uk/i/pix/2008/02_04/HelenDuncanMEPL_468x485.jpg

Angelillo dijo...

Pasa lo mismo con Dios, antes estaba todo el rato hablando con los Judíos, les decía "id por aquí, id por allá, mata a tu hijo, toma diluvio, no mires atrás, etc" y ahora no les dice nada. Se habrá cansado de nosotros, dira "Para qué, si no me hacen casico".

Badil dijo...

Seamos un poco comprensivos. Los muertos ahora tienen que sacar los pingajos ectoplasmáticos del todo a cien. Y la palabra pingajo ya lo dice todo: grimoso y patético.
Me consta que alguno lo ha intentado con las nuevas tecnologías, que es que ahora todo el mundo lleva las fotos familiares en los móviles. Llamadas perdidas y cosas de esas. Pero entre que ellos no se aclaran y nosotros la mitád de las veces no nos enteramos "será alguien sin saldo""será spam" se desesperan los pobres.

Harry Sonfór dijo...

Oigan, que sí, que la materialización es una especie de monchito. A mí me gusta mucho Helen Duncan porque montaba unas sesiones muy divertidas ahí con el camisón que sale, con el camisón que entra, el camisón que se mueve, todo eso. Bueno, que me gustaba, porque desde que Arkab le ha sacado el parecido es que la miro y veo todo el rato a Carlos Latre. Oiga, que es clavada.