jueves, 19 de febrero de 2009

Tiburón

El tiburón era gigantesco, pero los pescadores consiguiron llevarlo a la orilla. Todavía estaba vivo y trataba de soltarse, así que para mantenerlo en la playa lo ataron a un árbol. Luego lo mataron. Los tiburones eran bastante comunes en la costa toscana, pero aquél era un lamia, un gran tiburón blanco, y pesaba más de una tonelada. Cuando ya estaba muerto, varios pescadores abrieron la horrorosa boca del animal y con sus cuchillos le arrancaron los dientes para conservarlos como recuerdo y talismanes.
Los rumores sobre esa maravilla llegaron al palacio de los Médici, en Florencia. El gran duque Fernando II, un aficionado a la historia natural, ordenó que le llevaran el tiburón de inmediato para que los científicos de la corte pudiesen examinarlo, pero era un animal demasiado grande y la carne ya había comenzado a pudrirse. Los pescadores cortaron la cabeza y arrojaron el resto del cadáver al mar. Cargaron la cabeza en un carro para trasladarle a través del valle del Arno hasta Florencia.

Del libro Una nueva historia de la Tierra, un relato sobre la ciencia y Nicolaus Steno, el genio que descubrió la geología, de Alan Cutler, RBA, Barcelona, 2007.

En la foto: familia nuclear biparental con tiburón.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

ahora tendría que pagar una multa, porque el gran blanco está en peligro de extinción: los japos siguen cazándolos (eso no es pescar)a millares para cortarles las aletas y los arrojan así mutilados al mar, donde mueren por las heridas. Y es que les sale más rentable llenar el barco de aletas, que es lo que más pagan para hacer sopas y elixires con poderes priápicos.
ay, que se me ha escapado el ecologista.

Badil dijo...

Pasar de la delfinoterapia a la tanatoescualoterapia me parece superfuerte.Que igual nos estamos pasando. Contra la depresión, chocolate, ande va a parar.

Harry Sonfór dijo...

Con lo fácil que es hacer sopa de aleta de tiburón con un fondo de cabezas y raspas de pescado y una miaja de agar-agar, Koldo.

Así está la cosa, Badil.
En realidad he puesto esta entrada para moverle el bigote a Arkab, que una historia sobre Steno siempre resulta interesante.
Bueno, ojo, que nació protestante, luego se hizo católico y lo acabaron haciendo santo. Eso demuestra que también hay santos interesantes.
Steno y alguno más. Sí. Puestos a eso, vivir en la calle San Nicolai Stenonis mola. Mola mucho más que vivir en la calle San Josemaría Escrivá de Balaguer. No hay color.

Anónimo dijo...

¡Ay Harry!, que me ha puesto usted a Sidney Poitier...con lo que me gustaba a mí de pequeña, que tenía una foto suya en la carpeta del cole.
..ah, pobre tiburón.

Helter dijo...

Pues vaya pingajo le debió llegar al gran duque: una cabeza de tiburón cortada y sin dientes. Igual, bien machacadito, le dio para unas cuantas empanadillas.

Harry Sonfór dijo...

LaMima, que he puesto a Sidney Poitier para darle gusto a usted, que servidor muy de Sidney Poitier no soy, ni sí ni no, vaya. Pero que me he dicho «pues voy a poner a Sidney Poitier».
Helter, no crea, que a Steno le dio para hacer un grabado bien vistoso de la cabeza del bicho.
Mire aquí:
http://earthobservatory.nasa.gov/Features/Steno/steno3.php

Yahuan dijo...

Pues vaya, con que lo ataron a un árbol... Nunca lo habría imaginado así.

Arkab dijo...

Ay, que no, que no, que no, mi faro, mi guía y mi alferecía, que ahora lo que me da gustico y me mueve el bigote es el libro que me acaba de recoger mi Pk. de la oficina de correos de Diana Preston y que me dispongo a engullir este fin de semana. Ah, y también los pajarines, que ya me están saliendo este año. Cosa más bonica de ver, oiga; a ver si le pongo unas fotos a Miranda. Bueno, y pa qué negarlo, la garnacha aragonesa que cada día me gusta más. Ole, ole y ole, y al que no diga ole, que se le seque la marijuana.

Harry Sonfór dijo...

Pues en ese libro va a salir Richard Feynman ¿Qué se apuesta?
¡A ver esos pipis!
¡Y ole y ole y ole!

faq dijo...

Conyo! imagínome atado y muerto en un árbol... Sacada mi dentadura después de separar mi cabeza del tronco y todo regado con unos chorros de sangre a punto de cuajar.